Me entero hoy de que el pasado día 10 de
agosto falleció, demasiado joven, apenas 53 años, el poeta Rafael López de Ceráin, y me viene a la memoria con no poca tristeza aquel día de junio de hace exactamente
diez años en que tuve el privilegio de presentar su antología “Seguro es el pasado”.
La desaparición de un poeta es siempre una
tragedia y sin embargo demasiado a menudo pasa como el viento entre las
espigas, con un rumor injustamente imperceptible. Por eso con mis palabras quiero
hacer hoy de altavoz de este mundo agradecido por su obra.
Además, en estos tiempos que malvivimos en los
que la dedicación a la política, a lo público, se denuesta metiendo torticeramente
en el mismo cajón a corruptos confesos y a otros muchos que simplemente dedican
sus horas, sus desvelos y su entusiasmo en beneficio de los demás para cambiar
las cosas a mejor, merece la pena recordar también al hombre comprometido y
solidario que fue Rafael. Hombre involucrado con la vida hasta las más
profundas consecuencias. Quien tenga memoria de lo que era España y en especial
Euskadi y Navarra hace veinte años, o quien haya leído recientemente esa
espectacular novela que es “Patria” de
Fernando Aramburu, podrá reconocer el coraje, la enorme dignidad humana que ha de tenerse para
haber sido concejal del ayuntamiento de Pamplona en aquellos años de plomo y de
dolor.
Pero honrando ahora al escritor, quien se adentre en la obra de Rafael
descubrirá cómo el poeta que ya era al nacer, se fue desarrollando, creciendo
hasta encontrar su máxima altura precisamente en la hora que antecede al
punto de inflexión de su vida, cuando en 1999 pasó a exprimir el zumo
indispensable de la existencia desde una silla de ruedas. Pero escribir para
Rafael fue evidentemente una salvífica enfermedad endémica (con el oficio de
las letras ocurre como con el pescado crudo japonés: sabes que pillarás el
anisakis, pero no puedes aguantar la tentación y repites y repites).
En fin, la poesía de Rafael permite a sus
lectores trazar el arco de ballesta de su propia existencia. Sus primeros poemas,
de los libros ‘Trabajos de amor disperso’ y ‘Olvidos
y presencias’ nos anunciaban ya al escritor en crecimiento sostenido:
“… tener
que ser el mismo cada día
abotonar la risa, sentir el aguacero
de esta vida que –polvo y sombra- llueve
horas veloces…”
“Somos los umbrales de esas puertas
que hemos cerrado a la vida
esos caminos que no hemos recorrido
ese sí, dubitativo, a tientas…”
Pero después llegaría un libro pleno y
esencial ‘Breviario de esperanza’, en
el que la vida (y la muerte) atravesaron sin compasión la obra de Rafael
convirtiéndolo en sí mismo. Se descorchó en aquellos versos el insomnio de
Cohen, el último suspiro de Japlin hasta que dijo basta, y Rafael se puso incluso
la voz de un Nexus-6 para decirnos: ‘Es
la hora de partir. Así es la vida’.
Por eso tal vez Fonollosa entró en sus versos
con la contundencia equívoca del que escribe ‘has malgastado tu vida apurándolo todo’, cuando sabía Rafael que
es precisamente lo contrario, la vida la malgastan los que no se han atrevido a
intentar habitar todos los lugares.
Toda obra de creación es un puente tendido
entre el autor y los hombres, un puente que tiene la virtud de poder traspasar
la barrera de la muerte, como en este momento en que Rafael no está pero siguen
en nosotros sus palabras. Y como todos los puentes tienen una clave, una piedra
central, ni mayor ni menor que el resto de piezas pero esencial, sin la cual
todo el arco se derrumba, yo quiero traer aquí su poema “Deseo”, (uno de sus poemas titulado “Deseo”, ya que escribió varios con ese título, algo que sólo sorprendería
a quien habite despreocupadamente esta apasionante tierra, sin saber que existir
es esforzarse).
DESEO
‘Me has entregado la vida
la que yo quise terminar
lanzándome al vacío
golpeando llanamente
una acera fría,
un término para mis dolores,
una ciega depresión
que atajó mi pensamiento
agotando mi razón.
De tal suerte que no existe
memoria de aquellos días
soy un pasado inhóspito
una decadencia completa
un mañana sin ayer.
Mi hoy trasiega mi vida
llena las horas con pasividad
nada espera de mañana
porque el día anterior
nada luchó ni entregó sus momentos
a un ayer reprimible.
El silencio del pasado
resuena hoy, a fondo
tan solo espero vivir
lo que la muerte ha usurpado”.
Es en este instante cuando comprendemos lo que
a veces ni el propio escritor alcanza a entender. Porque los escritores somos
instrumentos de algo más grande que nosotros que a menudo ignoramos. Aquí, en
una aparente melancolía por lo perdido:
“Esta vida se ha convertido en un vacío
lacerado mi cuerpo, mi apetito vano
inhóspitamente pasan los días
como si nada quedase por hacer.
La tristeza y el aburrimiento
inundan este ajeno paraíso…
… una maldita tarde primaveral
en la que mi vida se arruinó…”
en Rafael López de Ceráin ya afloraba sin
embargo el propósito de vivir de quien se reconcilia con la existencia y la
apura hasta los posos. Y a nosotros, los lectores, lo que por las noches escribía
López de Ceráin, colega de insomnio, indudablemente mejoró nuestras vidas.
Sí, hace diez años escribí a Rafael: “Espera
pues la muerte con la indiferencia del no saber de la fecha más que la
seguridad de que habrá de llegar, pero que se llevará sólo tu carcasa, en fin,
lo que no importa, quedando aquí siempre tu memoria…”.
Ahora con tristeza ya sabemos la hora de
partir que para ti estaba destinada, Rafael, pero tu obra, fieramente humana, nos
conforta… Sit tibi terra levis…
(fotografía de noticiasdenavarra.com)