Tras 55 años y 167 días habitando esta apasionante tierra, preparados los ánimos, las piernas, la voluntad y los riñones, el sábado pasado viví las siguientes 18 horas y 14 minutos de mi existencia disfrutando de mi sierra, mi querida Sierra de Guadarrama. La re“corrí” de este a oeste y la crucé de sur a norte en un ultra maratón de 102,5 kilómetros: desde Plaza de Castilla a Tres Cantos-Colmenar Viejo-Manzanares el Real-Mataelpino-Cercedilla (pasando por la Barranca, oh oh)-Puerto de la Fuenfría y por Riofrío dejarse caer hasta el Acueducto de Segovia. Todo con un desnivel de subida de +2.092 metros y -1,820 de bajada.
Siempre he dicho que el verdadero triunfo de alguien que
hace atletismo (en mi caso desde hace 40 años, cuando empecé a entrenar 400 metros
vallas en Vallehermoso con el mítico entrenador Martin Siebelist, imbatido plusmarquista
de pentatlón desde 1969), el verdadero triunfo, digo, es ponerse en la línea de
salida. Lo de llegar a la meta es magnífico y reconfortante. Pero el mayor
esfuerzo se hace antes.
Por eso nunca hay que deprimirse si es que uno no consigue
los resultados deseados (mi objetivo era hacer 16 horas y media). Ya lo dijo
Wilma Rudolph (una atleta que, pese a haber tenido poliomielitis a los seis
años, llegaría con un tesón inimaginable a conseguir ser record mundial de los
100 metros lisos y ganar tres medallas de oro en las Olimpiadas de 1960, además
de ser activista contra la segregación racial en EEUU): “la clave para ganar es
saber perder; nadie gana siempre; si puedes levantarte después de una derrota
devastadora y vuelves a intentarlo, algún día serás una campeona”.
Sí, lo bueno del atletismo, en especial cuando ya se es viejuno
como yo, es que uno solo tiene que intentar ser campeón de sí mismo.
No obstante, la satisfacción de llegar a la meta es cosa que
también a veces merece celebrarse, como hago ahora. Aunque lo hago hoy porque es
de justicia reconocer que son muchos los copartícipes en la marca que pueda conseguir
uno (en esta última Madrid-Segovia llegué el 22 de mi categoría, la de los más
viejunos).
La familia son los primeros indispensables de todo triunfo.
Marga. Y nuestras hijas. Sin ellas y su generosidad nunca llegaría yo a las
metas. Ellas me apoyan cómplices cuando me escuchan estupefactas salir a las
seis de la mañana en pleno mes de agosto y su ola de calor, dispuesto a mi
entreno de cuatro horas metiéndome algo más de 30 km por Cabeza Líjar y
Peguerinos. Y me acompañan pacientes un fin de semana a hacerme la (durísima)
media maratón del Ocejón, y encima me esperan empapadas (literalmente) en la
línea de llegada bajo el órdago de una granizada de gota fría, pero que muy
fría…
Otros sin los que no habría podido hacer ninguna de mis carreras
en estos 40 años de atletismo y a los que quiero mencionar al menos hoy, tras
mis 102,5 km del sábado, son Martin Siebelist, al que ya he citado; Jose Kili,
con el que he corrido los últimos años (y con quien ascendí el Kilimanjaro en
2015).
Y, en este último año, muy especialmente quiero reseñar y
recomendaros a quienes tanto me han ayudado con su excelencia. A Sergio, mi
fisio; y Alex, mi nutricionista, ambos extraordinarios en su profesionalidad y
sensibilidad. Os dejo sus datos pues son absolutamente recomendables:
Sergio, Fisioterapia Aequilibrium, 918429718
¡Vaya aquí mi agradecimiento a todos por mis marcas, que no
son mías sino nuestras!
En fin, un ultra maratón, como me dijo ingeniosamente alguien,
en el fondo no es una carrera, es un viaje. Muy cierto en el más amplio sentido
de la palabra viaje… El sábado pasado tuvimos que sobrellevar primero un calor
excesivo subiendo La Barranca, inmediatamente una tormenta que nos dejó
empapados, y, después de un rato, tras habernos secado, ya subiendo hacia el
puerto de la Fuenfría, una granizada de cuarenta minutos que nos dejó helados.
Pero la visión de la lejanía, los pinares y helechos de Valsaín, el atardecer
incomparable no se pueden disfrutar de mejor manera que hoyando la tierra bajo
las zancadas del que corre y siente su sangre bombear infatigablemente.
40 años entrenado, y le he dado más de una vuelta a la
tierra, no exageran mis cálculos, más de 40.000 kilómetros han caído, sí… pero todavía
no me jubilo de las zapatillas, las distancias y los caminos, porque en ellos
encuentro la belleza inabarcable del horizonte y converso conmigo mismo sin
disimulos, siendo quien soy.
Bueno os dejo ya, con la carrera del sábado a vista de
pájaro… cinco minutos que resumen muchas horas de triscar por los bellísimos
paisajes de nuestra sierra madrileña…