Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

21 septiembre 2018

55 años, 187 días, 18 horas, 14 minutos


Tras 55 años y 167 días habitando esta apasionante tierra, preparados los ánimos, las piernas, la voluntad y los riñones, el sábado pasado viví las siguientes 18 horas y 14 minutos de mi existencia disfrutando de mi sierra, mi querida Sierra de Guadarrama. La re“corrí” de este a oeste y la crucé de sur a norte en un ultra maratón de 102,5 kilómetros: desde Plaza de Castilla a Tres Cantos-Colmenar Viejo-Manzanares el Real-Mataelpino-Cercedilla (pasando por la Barranca, oh oh)-Puerto de la Fuenfría y por Riofrío dejarse caer hasta el Acueducto de Segovia. Todo con un desnivel de subida de +2.092 metros y -1,820 de bajada.
Siempre he dicho que el verdadero triunfo de alguien que hace atletismo (en mi caso desde hace 40 años, cuando empecé a entrenar 400 metros vallas en Vallehermoso con el mítico entrenador Martin Siebelist, imbatido plusmarquista de pentatlón desde 1969), el verdadero triunfo, digo, es ponerse en la línea de salida. Lo de llegar a la meta es magnífico y reconfortante. Pero el mayor esfuerzo se hace antes.
Por eso nunca hay que deprimirse si es que uno no consigue los resultados deseados (mi objetivo era hacer 16 horas y media). Ya lo dijo Wilma Rudolph (una atleta que, pese a haber tenido poliomielitis a los seis años, llegaría con un tesón inimaginable a conseguir ser record mundial de los 100 metros lisos y ganar tres medallas de oro en las Olimpiadas de 1960, además de ser activista contra la segregación racial en EEUU): “la clave para ganar es saber perder; nadie gana siempre; si puedes levantarte después de una derrota devastadora y vuelves a intentarlo, algún día serás una campeona”.
Sí, lo bueno del atletismo, en especial cuando ya se es viejuno como yo, es que uno solo tiene que intentar ser campeón de sí mismo.
No obstante, la satisfacción de llegar a la meta es cosa que también a veces merece celebrarse, como hago ahora. Aunque lo hago hoy porque es de justicia reconocer que son muchos los copartícipes en la marca que pueda conseguir uno (en esta última Madrid-Segovia llegué el 22 de mi categoría, la de los más viejunos).
La familia son los primeros indispensables de todo triunfo. Marga. Y nuestras hijas. Sin ellas y su generosidad nunca llegaría yo a las metas. Ellas me apoyan cómplices cuando me escuchan estupefactas salir a las seis de la mañana en pleno mes de agosto y su ola de calor, dispuesto a mi entreno de cuatro horas metiéndome algo más de 30 km por Cabeza Líjar y Peguerinos. Y me acompañan pacientes un fin de semana a hacerme la (durísima) media maratón del Ocejón, y encima me esperan empapadas (literalmente) en la línea de llegada bajo el órdago de una granizada de gota fría, pero que muy fría…
Otros sin los que no habría podido hacer ninguna de mis carreras en estos 40 años de atletismo y a los que quiero mencionar al menos hoy, tras mis 102,5 km del sábado, son Martin Siebelist, al que ya he citado; Jose Kili, con el que he corrido los últimos años (y con quien ascendí el Kilimanjaro en 2015).
Y, en este último año, muy especialmente quiero reseñar y recomendaros a quienes tanto me han ayudado con su excelencia. A Sergio, mi fisio; y Alex, mi nutricionista, ambos extraordinarios en su profesionalidad y sensibilidad. Os dejo sus datos pues son absolutamente recomendables:
Sergio, Fisioterapia Aequilibrium, 918429718
 Alejandro Gómez, Dietista-Nutricionista, 610853558, alexgomezvivas@gmail.com
¡Vaya aquí mi agradecimiento a todos por mis marcas, que no son mías sino nuestras!
En fin, un ultra maratón, como me dijo ingeniosamente alguien, en el fondo no es una carrera, es un viaje. Muy cierto en el más amplio sentido de la palabra viaje… El sábado pasado tuvimos que sobrellevar primero un calor excesivo subiendo La Barranca, inmediatamente una tormenta que nos dejó empapados, y, después de un rato, tras habernos secado, ya subiendo hacia el puerto de la Fuenfría, una granizada de cuarenta minutos que nos dejó helados. Pero la visión de la lejanía, los pinares y helechos de Valsaín, el atardecer incomparable no se pueden disfrutar de mejor manera que hoyando la tierra bajo las zancadas del que corre y siente su sangre bombear infatigablemente.
40 años entrenado, y le he dado más de una vuelta a la tierra, no exageran mis cálculos, más de 40.000 kilómetros han caído, sí… pero todavía no me jubilo de las zapatillas, las distancias y los caminos, porque en ellos encuentro la belleza inabarcable del horizonte y converso conmigo mismo sin disimulos, siendo quien soy.
Bueno os dejo ya, con la carrera del sábado a vista de pájaro… cinco minutos que resumen muchas horas de triscar por los bellísimos paisajes de nuestra sierra madrileña…