Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

01 febrero 2021

Aviso para despistados ripiados. Reseña de un libro que no hay que leer.

(“Si esto sirviera para hablar del río”, Gonzalo Sánchez-Terán, Ed. Franz)

Querido ripiero, o séase, rapero, que te llaman. Tú no leas este libro. Ripiero convencido por ti mismo de que por rimar leño con ceño porteño y seño del empeño eres poeta: ¡no leas este libro, no lo leas! Sigue, en alto micro y puño, declamando tus cositas de prehistórico cuño, ese truño de pezuño. Manténte a salvo en tus penosos ripios (que no por casualidad, ripio, además de ser “palabra o frase inútil o superflua que se emplea viciosamente con el solo objeto de completar el verso, o de darle la consonancia o asonancia requerida”, significa “pedrusco, cascajo o fragmentos de ladrillos, guijarros y otros materiales de obra de albañilería desechados o quebrados, que se utiliza para rellenar huecos de paredes o pisos”), a resguardo leyéndote solo a ti mismo y a tus lerdos influencers.

Pero no, no leas este libro. Hazme caso, raso, paso a paso, dándole con un cazo (pronúnciese con ese para que rime, como en vuestras cancioncillas). No lo leas ni de día ni de noche, ni en un coche ni a troche y moche, no hagas tal derroche. No lo leas.

Que este libro está cargado hasta la extenuación de Poesía necesaria.

“Si esto sirviera para hablar de un río”, de Gonzalo Sánchez-Terán en Ediciones Franz.

https://www.edicionesfranz.com/?portfolio=si-esto-sirviera-para-hablar-del-rio

Sus poemas son pura ascensión. A los infiernos, pero ascensión. Con cada uno de sus versos se va tomando altura en el vuelo de leer a Sánchez-Terán como quien tiembla, lector expuesto al vértigo de verse a sí mismo, al fin desnudo de vergüenzas.

Libro que transita la insumisión, la rebeldía y a la vez el aterimiento, la indefensión ante la muerte, la venganza concienzuda de un planeta sometido a la barbarie humana. Libro en el que Gonzalo hace un brutal ejercicio de mixturar la última esperanza (a la fuerza) y la derrota final. Y vuelta a invocar levantamiento y resistencia. Libro que avanza en la intemperie que la peste del covid hizo manifiesta para dibujar la miseria más brutal del hombre, esa miseria que ya existía sin coronavirus, confinamientos, espectáculo de falsos aplausos y real pasión por las cafeterías. Pero… ¡nos daba tanta pereza, nos causaba tanto hastío mirarla!... Es que no era nuestra.

“Pronto hará un año que llegó la peste

hasta nuestras ciudades y labores.

Y quién negará que si la pobreza

de media humanidad fuera la causa

de no poder besar a nuestros padres

ni estrechar al amigo entre los brazos,

del declinar de nuestra economía

y de la prohibición de hacer viajes,

si la pobreza atroz de medio mundo

fuera la responsable del lamento

de los derechos nuestros y de nuestra

prosperidad, quién negaría, hermanos,

que todos los poderes de la Tierra,

las universidades, los científicos,

los pensadores y los Parlamentos,

todos trabajarían sin descanso,

compitiendo los unos con los otros,

para acabar con ella: la miseria

de los seres humanos;

                                      y los medios

de comunicación solo hablarían

de la inmensa pobreza, día y noche,

y nosotros, tú y yo, solo hablaríamos

de aquellos que no tienen paz, comida,

si en lugar de ser lo que es, la pobreza

hubiera sido la razón, la causa

de que desde hace meses no podamos

ni besar ni abrazar a los abuelos,

del declinar de nuestra economía

y de la prohibición de hacer viajes”.

 

No muchos se han ganado el derecho a levantar su voz en la plaza. Gonzalo Sánchez-Terán, sí. Él no habla de oídas, sino de idas, de idas al vórtice mismo del espanto en el que ha vivido, en África, más años de los que caben en un cabal calendario. Por eso él puede espetar “Si votas a un hombre abiertamente racista da igual lo que pienses de ti mismo: eres un racista”. Por eso él puede arrojar certero la piedra primera, y negar tres veces que cuando acabe la peste cambiaremos:

“Yo no lo creo. Caminé ciudades

en guerra, casas destruidas, pueblos

arrasados en lágrimas, he visto

el espanto en los ojos de los hombres

a ambos lados de todas las fronteras,

y he sabido que el miedo parte almas

como deshace pólvora el mortero,

para que los demás tu miedo teman.

Padecer juntos no es compadecer.

No cambiaremos por temer lo mismo

(la enfermedad, la muerte, la miseria),

únicamente si lo mismo amamos

(la libertad, la paz y la justicia)

valdrá el dolor reimaginar el mundo.


Libro que nos escupe sin acritud a la cara que “cuando irrumpió la peste… la enfermedad confinó nuestros cuerpos… (pero) nosotros solos precintamos nuestro espíritu”. Libro que nos deslumbra y ciega porque nos recuerda que solo lloramos cuando nos duele nuestra propia intranquilidad y en ella nos ahogamos complacidos, desterrando una vez más y una vez más y otra vez más de las noticias del telediario las imágenes de las pateras, las de los refugiados de guerra, las de los asesinatos selectivos dron mediante… Mejor lo dijo Amos Oz: “Lo peor de vivir en medio del conflicto entre israelíes y palestino es que nuestro dolor no nos deja tiempo o energía para preocuparnos por el dolor de los demás”. Después de milenios de importarnos un guano la pena y la miseria de los otros, un invisible virus nos da la coartada tanto tiempo anhelada.

“Muchos dicen que todo cambiará

cuando acabe la peste…

…entenderemos que la tierra es una

y nosotros sus huéspedes y ayos.

Nos dijeron que todo cambiaría,

que nada volvería a ser lo mismo,

también al prosternarse las dos torres

y durante la crisis financiera,

mas no fue así. Tras asentarse el polvo

en pie permanecía el viejo orden,

la libertad fue más alanceada

igual que un jabalí por los zarzales,

y la desigualdad tensó sus cabos,

y se saciaron las excavadoras

en la garganta inerme de los valles.

Ni el dolor, ni la fuerza, ni las plagas

cambian el mundo. Las ideas, sí…·”.

 

Libro que sin concesiones nos anuncia el “Modelo de sociedad tras el confinamiento”: “el trueque de seguridad por libertad es el más antiguo en el manual de déspotas y ventajistas, y el más amenazador”:

“Quien te obligue a elegir entre salud

y libertad busca quitarte ambas.

No hilamos alfabetos, no escrutamos

las facciones del bien, no hicimos lumbre

contra la oscuridad, saber adentro,

no inventamos la imprenta y la asamblea

para ser menos libres.

Quien nos fuerza a elegir entre intemperies,

la de la mente frente a la del cuerpo,

intenta confinarnos en su puño…

Del miedo no se sale cabizbajo.

Si entregamos el hacha a los verdugos

harán empalizadas que nos guarden,

y después, con más leña, harán cadalsos…

De este dolor emergeremos juntos

braceando hacia el aire, no hacia el fango”.

 

Libro admonitorio que nos pone ante la obligación de elegirnos, porque aún hay tiempo si no nos faltan valor ni generosidad:

“Si en la celebración de los reencuentros,

tras abrazar a quienes tanto amamos,

nos faltaran los otros, los que moran

en un confinamiento vitalicio

de niebla, de injusticia, de pobreza,

si alcanzáramos a llorar la pérdida

de cada humano por la peste como

llorarían las tildes por la muerte

de una vocal,

                            quizás si nos tratáramos

como nos trata el virus: como iguales,

si echáramos de menos a los presos

aherrojados en cárceles distantes

por defender la libertad sagrada

como nos falta un hijo o un hermano

en la celebración de los reencuentros,

mereceremos, cuando vuelva le fuego

hasta nuestros tejados y cosechas

(porque regresará, no lo dudéis,

y será un vasto incendio que ninguna

aldea ni país ni continente

podrá extinguir por separado, solo),

mereceremos, cuando el fuego vuelva,

que acudan todos, desde todas partes,

con sus lagos y ríos, con sus pozos,

sus baldes y sus almas, a apagarlo”.

 

En fin, ripiera, tú no leerás este libro. Porque estos versos van y no tratan del ombligo, santo y único, ecuménico y atolónico del poeta mismo, sino del cordón umbilical de todos, ese cordón que nos une en el goce y la desgracia de los hombres.

Porque este libro de Gonzalo Sánchez-Terán, un hombre hecho de una pieza, la de la dignidad humana, es un “regreso al silencio y la palabra en busca del fanal que nos guie tiniebla adentro”, (donde) “creció la convicción de que por el sistema sanguíneo del mundo corren las plagas, sí, pero también circulan las ideas transformadoras, los sueños compartidos”. Incorregible Gonzalo en su hímnica esperanza de que el hombre se redima un día a sí mismo.

Y casi mejor, ripieros. No, no lo leeréis porque en él no está escrita la palabra polla. Por ejemplo aquel inigualable verso-siglo XXI: “nunca le he pedido que me coma la polla”, que en tus manos de ripiero continuaría con cebolla y olla consonantes. Al parecer indispensable es en la poesía contemporánea juvenil de escribidores con ínfulas de epatadores de burgueses, de escandalizadores de meapilas, escribir sin santiguarse “polla”.

Poetitas que son jóvenes apenas de pensamiento (monocelular), obra (véase la quinta acepción del DRAE) y omisión (de lecturas y saberes). Y ya al fin, lo de ser jóvenes de palabra les queda un poco, un muy, un mucho grande. Que diría Mariano. Y no de Larra.

Larra, desesperado se descerrajó un tiro. Pero va Gonzalo Sánchez-Terán, el hombre que ha vivido en su carne tanto horror, y aún nos regala la esperanza, “El afán de los fareros”. Bendito sea. Un trisagio elevo en su honor siempre.

“De la elegía al madrigal iremos,

del cepo a las atmósferas ganadas,

y de ese redoblar de los cerrojos

al plectro de las almas volveremos,

porque eso es lo que hacemos las personas,

es ese nuestro don, obrar milagros,

transubstanciar lo inanimado en arte,

trascender en hogazas las espigas.

 

No sabemos muy bien por qué ni cómo

pero somos la especie de la alquimia,

capaz de compartir con los extraños,

de cuidar un jardín que no veremos,

de mudar el dolor en ovaciones.

 

Qué otro animal, en medio de la lucha

por la supervivencia, sueña auroras

más lúcidas, más justas para todos.

 

Y qué otra bestia libremente iría

al lugar donde yacen infectados

para ayudar a algún desconocido.

 

Opulentos de mente y de lenguaje,

sobrepujamos al temor con odas,

designios y el afán de los fareros

que se imparten en luz cuando la noche,

afán que nos define y nos absuelve.

 

Desde la desunión al haz, al ágora,

ascenderemos como al viento el polen,

porque eso es lo que hacemos los humanos,

conversar, aprender, partir el pan

y ponernos en pie de amanecida,

para abrir otra senda en la espesura”.

 

(fotografía del autor mchmaster.com)