Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

24 julio 2019

Wiki literatura


Vergüenza ajena. Tristeza infinita. Parecen los nombres de alguna de las operaciones bélicas estadounidenses, pero no. Bochorno máximo.
Traspasados los límites más inauditos del estupor, miro con creciente desconsuelo los anaqueles de mi biblioteca y pienso que hoy se revuelven en su tumba Proust, Malraux, Simone de Beauvoir, Romain Gary (dos veces se convulsiona, Emile Ajar mediante), Marguerite Duras, Tahar Ben Jelloun, Amin Maalouf, Jean Echenoz, Jonathan Littell, Mathias Enard, por citar los premios Goncourt que he leído y aprecio. Otros premiados no me parecieron merecedores del prestigio que al premio Goncourt prestan tales autores, pero ninguno de los que me disgustaron llega al nivel de infamia de Eric Vuillard y su penosa ¿novela? “El orden del día”.
Por decirlo como lo diría él, Vuillard mismo, esto es, con una penosa frase hecha “no es oro todo lo que…”. Y tanto. No consigo salir del asombro de que un texto tan ramplón haya podido convencer de corazón a ningún jurado. No quiero ni pensar cómo será el resto de sus novelas, todas poseedoras de premios (5 galardones con sus 5 novelas escritas entre 2009 y 2016).
También desconozco la integridad de los panegiristas de este espanto de libro, críticos sin pudor que ponen frases elogiosas en las solapas de la cubierta, aparentemente sin que les entren bascas: “una novela fulgurante, una lección de literatura” (bueno, esto último es cierto, una lección de literatura… literatura pésima), “apasionante”, “muy brillante”… Al final, casi prefiero que se trate de apesebrados menesterosos que necesitan llegar a fin de mes con sus reseñas de encargo, pero que no creen lo que escriben. “Escenas robadas al olvido que nos sobresaltan”… ¿Que nos sobresaltan? Y tanto, menudos respingos da leer algo desolador y malo que no veas.
Sabed, no obstante, que, por ser ecuánime, reconoceré que algo bueno sí tiene el libro de marras: se lee en dos horas y se olvida para siempre jamás. Y puestos a reconocer, también confesaré que me lo he leído entero solo para poder echar completa mi peste por la boca sin titubeos. Así afirmo: creo que es la peor novela que he leído, porque otras, al verlas venir de tal cariz, las dejo a medias sin desconsuelo.
La cosa, el artefacto este ya apunta maneras desde la página inicial. Que la novelita se despacha con un primer párrafo de antología del disparate hecho para epatar a no sé qué burgués, cuando ya ni esos burgueses se epatan con la inanidad de cosas como: “El sol es un astro frío. Su corazón, agujas de hielo…”.
Pero claro, es que creo que el autor de este pastiche cogió con toda su ignorancia una página de wikipedia, se cayó de culo por cosas que cualquier bachiller conoce y se puso a saltar de enlace en enlace. Y, sorprendido por anécdotas bien sabidas por el ancho mundo, fue metiendo “cortas y pega” con entusiasmo directamente proporcional a su analfabetismo. Porque, mire, señor premio Goncourt, para contarme lo que ya está en wikipedia no me haga perder el tiempo. Si usted desconocía todas estas cosas y quiere escribirlas, ramplona y facilonamente, para milenials ágrafos que no conocen más allá de las peripecias de Tintín, de acuerdo, escríbalo, pero no se crea usted escritor. Si quiere hacer una narración pseudohistórica y realista no me venga con ucronías mal hiladas como decir, contemporáneamente al trascurso de su historieta, que el cuerpo de Hitler era virulento como un escupitajo
Y si va a escribir usted de guerra (más bien de sus prolegómenos) entérese un poco, antes, buen hombre. Decir de las maniobras del ejército alemán al otro lado de la frontera austriaca en vísperas del Anschluss (la anexión de Austria por Alemania en marzo de 1938): “Durante los días siguientes, el ejército alemán realizó maniobras de intimidación. Hitler había pedido a sus mejores generales que simularan que estaban preparando una invasión. Algo de lo más inusitado…”. Eso, eso, ¿es coña, no? ¿Inusitado? Como lo de llamar “Blitzkrieg” a la invasión de Austria, hecha sin pegar un solo tiro, sin los stukas bombardeando… Si le fascinó el vocablo y quería meter tal palabro en algún lugar relate usted la invasión de Polonia. Es un poner.
Pero bueno, lo que sí es inusitado de más es que, siendo tan corta (y tan pequeña, tan insignificante) esté repleta su novela de pasajes que son puro relleno: ¿que ya no sabía qué contarnos para completar los folios que lo habilitaran para presentarse a un premio? Pues nos arrea, sin venir a cuento, sucesivos corta y pega de wikipedia. Párrafos a troche y moche sobre la peripecia del pintor Louis Soutter, la neurosis obsesiva de Anton Bruckner, de unos artículos de Gramsci, de una anecdotita de un tal Bill Tilden, tenista… Algunos de los rellenos son apenas detalles sin interés alguno más allá de cubrir medio párrafo: que si el futuro universitario postbélico de Schuschnigg en la Universidad de Saint Louis en Misuri y tontunas de tal calibre, como explicar infantilmente el funcionamiento del motor de explosión; otros son pura presuntuosidad: aprovecha el escritorzuelo este que Suetonio contó no sé qué de Calígula para meternos en plan ensayo de Montaigne una frase suya que da una grima que no veas. O nos suelta de rondón que si según la Historia Augusta de tiempos de Diocleciano, el Senado romano pasó horas deliberando sobre la salsa de un rodaballo… Chuscas anécdotas de simplicísima conferencia de jueves por la tarde en el Centro Cultural de ancianos del ayuntamiento; necedades innecesarias, como un capítulo entero sin pies ni cabeza sobre una tienda de utilería en Hollywood. Relleno y relleno, hasta metiendo a medias la receta de una tarta que no viene a cuento de nada; relleno tras relleno, citando o glosando pasajes de Churchill, o cartas de Walter Benjamin, o artículos del periodista Joseph Kessel… Pero si no aporta usted, señor Vuillard, nada digno de talar un árbol y hacerlo pasta de papel, déjenos con los originales, por Zeus…
Y si lo que quería usted era contarnos la historia de los industriales alemanes que apoyaron a Hitler y se lucraron con la guerra y cuyos nietos siguen viviendo de la muerte causada por sus ancestros, mejor habernos remitido a ensayos históricos que lo abordan con profusión. Pero si, como parece, no es usted mucho de leer, recuerde, Netflix está repleto de documentales sobre el tema.
Pero ¡anda que quedarse apapanatado contando que, pese a las disposiciones del Armisticio, Alemania, desde los locos Años 20, había fabricado a escondidas un buen puñado de tanques! Cuando lo verdaderamente significativo fue cómo reconstruyó íntegramente su aviación. Cosa que hizo (esto sí que es para pasmarse) en pleno territorio de la Unión Soviética en el aeródromo de Lípetsk. Pasándose la expresa prohibición para Alemania de producir o poseer aviación militar del Tratado de Versalles de 1918 por el forro.
Por cierto que con esto de los arribistas industriales alemanes me da por maliciarme: a ver si igual a alguno de nuestros muy espabilados novelistas de bestseller, a la tenebrosa luz del éxito de esta infumable obra, le da por escribir la misma historia pero aquí, un episodio nacional sobre nuestros muy austeros generales que, tras la Guerra Civil española, pasaron a servirse de la victoria en beneficio propio acabando, sin méritos profesionales o intelectuales conocidos para ello, como Suanzes, presidente del INI veinte años. Con un par.
Lo dicho, literatura estilo wikipedia de alguien muy ignorante que tal vez presumiera al ponerse a malescribir su “El orden del día”, que los demás tampoco sabríamos gran cosa. Que no nos daríamos cuenta de que yendo él de hiperenlace en hiperenlace, sorprendido de cuanto desconocía, armado del corta y pega, compondría algo sin forma ni fondo a lo que llamó novela. Porque se puede haber nacido en 1968 y ser, no obstante, un ágrafo milenial, cuando lo único importante es cobrar el sueldo de los premios.
En fin, tras tantas reseñas mías estas semanas de magníficos libros, por una parte casi me alegro de poder decir lo que aquí he dicho, para que no se crea que mi personal criterio solo se apapanata con los libros que me da envidia no haber escrito; pero por otra parte me invade la tristeza de que justo esta infumable retahíla de palabras haya obtenido un reconocimiento tan inmerecido como el Goncourt.
Inmerecido por el fondo, la forma y todas las dimensiones que uno pueda llegar a imaginarse. No sé, igual su autorzuelo se cree que por hacer un innecesario y profuso/uso de la anáfora ya su inane texto se alinea entre las magníficas novelas líricas que en el mundo ha habido. Pero no, no se crea usted que las cansinas duplicaciones de sus frases alcanzan el nivel de la anáfora poética. Son en usted meras repeticiones, aburridas y prescindibles. Por poner tres veces seguidas “les bastó con entrever” no ha hecho usted un texto de lírica narrativa, ha hecho unas frases que el corrector de estilo debió cercenar y reescribirle.
Callo ya, que se me está poniendo amargo sabor a Cynar en la garganta. Si en algo apreciáis mi amistad, compañeros, no perdáis tiempo y dinero en este engendro cuya sola existencia justifica la increencia en los dioses y la dedicación al pirateo.
Sea.
(foto Diario de Sevilla)

18 julio 2019

Inventar la rueda


¡Que venga yo a glosar y alabar, trisagio mediante (santo, santo, santo…), al inalcanzable poeta que es Enrique Gracia Trinidad! ¡Menuda ocurrencia! Como inventar la rueda, ya digo.
Pero es que no puedo dejar de asombrarme por la infinita capacidad de Enrique para convertir en poesía la vida toda, con sus resortes ocultos para la mayoría de nosotros. Convertir la vida en poesía de la auténtica, la indispensable, la que forma parte del canon de nuestra lírica desde Almutamid a Rafael Pérez Estrada pasando por Quevedo o Florencia del Pinar. No puedo dejar de fascinarme con todos y cada uno de sus libros, destinados ya el mismo día en que se publican a ser clásicos.
Ahora ha visto la luz “Sustancia de los días”, una rareza editorial a cargo de Ediciones Detorres en Córdoba. Previsiblemente, desgraciadamente, no será libro que encuentren ustedes en la pila de papel higiénico impreso de las librerías de estación de tren o de aeropuerto junto a eméticos ejemplares de frases hechas de autoayuda “maluscritas” por belenestebanes en su más ásnica y buéyica forma de pesebre. Así que, quien sepa lo que es bueno, que acuda a la editorial a conseguir su volumen antes de que sea rareza inencontrable.
Enrique se deja poseer siempre en sus obras por una especie de entusiasmo vital que tanto admiro. También entusiasmo incluso cuando asoma en sus versos una cierta ira contra las tontunas patrióticas del hombre o frente a las ignominiosas injusticias del planeta.
Sin embargo, en esta ocasión, percibo yo una especie de melancolía desconocida. Una suerte de justificado hartazgo se trasluce esta vez en sus versos. Esa leve categoría de amargura que de repente en algunos escritores se asoma por detrás de su sarcasmo.
“Hoy no voy a negar las evidencias.
Sabed que estamos hechos de la insignificancia del mundo,
de las cosas menudas que a menudo olvidamos…”.
Bueno, de insignificancia estaremos creados los demás, no Enrique Gracia Trinidad, tú no, pero es justo y necesario que nos lo eches a la cara, no con demasiada acritud pero sí con estricta contundencia, como en tus poemas: “Hereje”, “Digamos que la vida”, “Este día”, “Las uvas de la ira”, “Salmo en el tiempo”:
… son jornadas de sombra y de ceniza
que han tenido su fuego y su presencia
y acaban por buscar un buen cobijo
entre las manos agrietadas, lentas,
entre los ojos que no ven apenas
en las espaldas que se duelen siempre,
en las rodillas que besó el cansancio…

Poemas como “De nuevo la incomodidad” en el que, en esa leve derrota que palpita en su último libro, invoca a sus iguales: “Este es un poema para náufragos, / absténganse los que han llegado a puerto… Un poema para los desahuciados, / que den un paso atrás los que andan en su casa / preparándose un baño de espuma. / Este es un poema desbocado, / que se aparten los que han pisado el freno tantas veces que no recuerdan vértigos…”.
En fin, aunque me lo piden el cuerpo y el corazón, no voy trascribir aquí todos los poemas que me han zarandeado el alma, no quiero reventaros el libro (eso que ahora la peste milenial llama hacer un espoiler), ya que apenas tiene 27 poemas. Un libro corto, pero no pequeño. Un libro en el que, siguiendo la marca identificadora de nuestro inmenso poeta Enrique Gracia Trinidad, hasta cuando el desaliento parece que quiere colarnos por las rendijas un soplo de abatimiento, la toalla, aparentemente tirada al cuadrilátero, emprende el vuelo y gana las alturas de los espíritus inmortales:
“Desconcierto y temblor”

Pongámonos en lo peor:
Que mañana amanezca igual que siempre y nadie entienda que ese es el milagro más hermoso.
Que las puertas de la desolación se nos abran como una amante tierna.
Que después de gritar, el grito se haga yeso y ceniza, madera y alquitrán.
Que cada tarde tenga más sombras, más heladas, más despropósito de enmienda.

Pongámonos en lo peor
y esperemos que nada hay que esperar,
que se ponga de luto la boca del espejo y nos niegue el saludo,
que los compatriotas acumulen miserias que podrían ser las tuyas,
que no haya más que piedras en la orilla, y dos pájaros muertos, y una luz miserable.

Pongámonos en lo peor
y hagamos cuentas de los pasos que acaban en un saco sin fondo,
de las palabras que se estrellan en una espalda que se aleja,
en un vaso de vino desquiciado o en el banco de un parque con la lluvia de fondo.

Pongámonos en lo peor,
hablemos de las últimas noticias con su sangre lejana y con su olvido,
hablemos de ese miedo que vestido de vieja pedigüeña nos visita,
del dolor que nos tiene arrinconados en la escalera del torpe desamparo.

Pongámonos en lo peor. O alcemos la cabeza.

Enrique Gracia Trinidad nos regala, una vez más en su infinita generosidad, dosis indispensables de esperanza desprovista de edulcorante o de buenismos. Sustancia de los días, sustancia de la vida misma. Un libro corto, pero no pequeño. Ya lo dijo André Maurois, “la vida es demasiado corta para ser pequeña”. Nada de cuanto toca Enrique con su varita mágica de crear conciencia, emoción  y belleza, es pequeño. Su grandeza está más allá de donde la mayoría de los meramente humanos ni siquiera sabemos soñar.

(foto de Enrique Gracia Trinidad junto al Alejandre © Daniel Mordzinski)