Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

18 julio 2019

Inventar la rueda


¡Que venga yo a glosar y alabar, trisagio mediante (santo, santo, santo…), al inalcanzable poeta que es Enrique Gracia Trinidad! ¡Menuda ocurrencia! Como inventar la rueda, ya digo.
Pero es que no puedo dejar de asombrarme por la infinita capacidad de Enrique para convertir en poesía la vida toda, con sus resortes ocultos para la mayoría de nosotros. Convertir la vida en poesía de la auténtica, la indispensable, la que forma parte del canon de nuestra lírica desde Almutamid a Rafael Pérez Estrada pasando por Quevedo o Florencia del Pinar. No puedo dejar de fascinarme con todos y cada uno de sus libros, destinados ya el mismo día en que se publican a ser clásicos.
Ahora ha visto la luz “Sustancia de los días”, una rareza editorial a cargo de Ediciones Detorres en Córdoba. Previsiblemente, desgraciadamente, no será libro que encuentren ustedes en la pila de papel higiénico impreso de las librerías de estación de tren o de aeropuerto junto a eméticos ejemplares de frases hechas de autoayuda “maluscritas” por belenestebanes en su más ásnica y buéyica forma de pesebre. Así que, quien sepa lo que es bueno, que acuda a la editorial a conseguir su volumen antes de que sea rareza inencontrable.
Enrique se deja poseer siempre en sus obras por una especie de entusiasmo vital que tanto admiro. También entusiasmo incluso cuando asoma en sus versos una cierta ira contra las tontunas patrióticas del hombre o frente a las ignominiosas injusticias del planeta.
Sin embargo, en esta ocasión, percibo yo una especie de melancolía desconocida. Una suerte de justificado hartazgo se trasluce esta vez en sus versos. Esa leve categoría de amargura que de repente en algunos escritores se asoma por detrás de su sarcasmo.
“Hoy no voy a negar las evidencias.
Sabed que estamos hechos de la insignificancia del mundo,
de las cosas menudas que a menudo olvidamos…”.
Bueno, de insignificancia estaremos creados los demás, no Enrique Gracia Trinidad, tú no, pero es justo y necesario que nos lo eches a la cara, no con demasiada acritud pero sí con estricta contundencia, como en tus poemas: “Hereje”, “Digamos que la vida”, “Este día”, “Las uvas de la ira”, “Salmo en el tiempo”:
… son jornadas de sombra y de ceniza
que han tenido su fuego y su presencia
y acaban por buscar un buen cobijo
entre las manos agrietadas, lentas,
entre los ojos que no ven apenas
en las espaldas que se duelen siempre,
en las rodillas que besó el cansancio…

Poemas como “De nuevo la incomodidad” en el que, en esa leve derrota que palpita en su último libro, invoca a sus iguales: “Este es un poema para náufragos, / absténganse los que han llegado a puerto… Un poema para los desahuciados, / que den un paso atrás los que andan en su casa / preparándose un baño de espuma. / Este es un poema desbocado, / que se aparten los que han pisado el freno tantas veces que no recuerdan vértigos…”.
En fin, aunque me lo piden el cuerpo y el corazón, no voy trascribir aquí todos los poemas que me han zarandeado el alma, no quiero reventaros el libro (eso que ahora la peste milenial llama hacer un espoiler), ya que apenas tiene 27 poemas. Un libro corto, pero no pequeño. Un libro en el que, siguiendo la marca identificadora de nuestro inmenso poeta Enrique Gracia Trinidad, hasta cuando el desaliento parece que quiere colarnos por las rendijas un soplo de abatimiento, la toalla, aparentemente tirada al cuadrilátero, emprende el vuelo y gana las alturas de los espíritus inmortales:
“Desconcierto y temblor”

Pongámonos en lo peor:
Que mañana amanezca igual que siempre y nadie entienda que ese es el milagro más hermoso.
Que las puertas de la desolación se nos abran como una amante tierna.
Que después de gritar, el grito se haga yeso y ceniza, madera y alquitrán.
Que cada tarde tenga más sombras, más heladas, más despropósito de enmienda.

Pongámonos en lo peor
y esperemos que nada hay que esperar,
que se ponga de luto la boca del espejo y nos niegue el saludo,
que los compatriotas acumulen miserias que podrían ser las tuyas,
que no haya más que piedras en la orilla, y dos pájaros muertos, y una luz miserable.

Pongámonos en lo peor
y hagamos cuentas de los pasos que acaban en un saco sin fondo,
de las palabras que se estrellan en una espalda que se aleja,
en un vaso de vino desquiciado o en el banco de un parque con la lluvia de fondo.

Pongámonos en lo peor,
hablemos de las últimas noticias con su sangre lejana y con su olvido,
hablemos de ese miedo que vestido de vieja pedigüeña nos visita,
del dolor que nos tiene arrinconados en la escalera del torpe desamparo.

Pongámonos en lo peor. O alcemos la cabeza.

Enrique Gracia Trinidad nos regala, una vez más en su infinita generosidad, dosis indispensables de esperanza desprovista de edulcorante o de buenismos. Sustancia de los días, sustancia de la vida misma. Un libro corto, pero no pequeño. Ya lo dijo André Maurois, “la vida es demasiado corta para ser pequeña”. Nada de cuanto toca Enrique con su varita mágica de crear conciencia, emoción  y belleza, es pequeño. Su grandeza está más allá de donde la mayoría de los meramente humanos ni siquiera sabemos soñar.

(foto de Enrique Gracia Trinidad junto al Alejandre © Daniel Mordzinski)

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