Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

21 septiembre 2020

De premios y otras basuras incinerables (enésima edición)


Acierta una vez más el bueno de don Enrique Gracia Trinidad

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pero es algo de lo que hemos escrito tanto y tantos ya, del muladar de los premios literarios en España, que ya tal vez convendría dirigir nuestros ánimos hacia otras inquietudes también relacionadas con el tema.

Porque puede que siempre haya sido así, que en el siglo XIX los folletineros vendieran más obras que los Galdós o Clarín. Pero me temo que la dimensión de lo que hoy ocurre supera todo lo pasado y todo lo imaginable. Señal de que con la literatura no sucede sino otra vertiente más de la decadencia integral de los tiempos en que vivimos: medran los peores, triunfan los papanatas, obtienen transitoria fama y notoriedad los corruptos. En todos los órdenes de la vida en sociedad: escritores, políticos, empresarios, servidores públicos, artistas…

Me sorprenden entonces en el artículo reseñado de El País, escrito por Peio H. Riaño, varias cosas.

La primera es precisamente que se publique en ese periódico, boletín oficial de una editorial concreta, entre cuyas páginas de crítica literaria solo una vez al año, como quien dice, dejan colarse comentarios de libros “ajenos”, aunque siempre menores e inaccesibles, como para lavar su conciencia, algo que ni Ajax pino con cloroxilenol conseguiría.

Mi segundo asombro radica en esta frase: “Este modelo de negocio del libro está anclado desde los años cincuenta, cuando la curiosidad y el consumo cultural fueron arrasados por la dictadura. Setenta años después, el mercado editorial no sabe andar sin estas muletas”. Tela marinera. Y mira que yo soy de los que denuncio las largas repercusiones de la dictadura sobre nuestros aciagos días contemporáneos. Que los grandes prebostes de las -más grandes aún- empresas de todo tipo y ralea, a poco que escarbes, descubres que son hijos o nietos de ministros de Franco. Pero echar la culpa de la atonía y anomia literaria a la dictadura (en la que también ganaban premios y publicaban poetas como Blas de Otero, Goytisolo, junto a penosos Pemanes, cierto, pero no espantajos Cabalieres). Eso de echarle la culpa a la dictadura, ya es rizar el rizo y desenfocar de que el verdadero monstruo fagocitador de los buenos escritores actuales no es otro que el capitalismo salvaje. O sea, más ajustada a la verdad es la confesión de esos otros editores y libreras que en el artículo señalan que “es el mercado”. Pero no un mercado ajustado y necesario, fenicio él, que pone al servicio de unos las obras de otros, sino este mercado especulativo neoliberal del siglo XXI cuyos hilos los mueven tipos que no han leído en su vida más que las cifras (no escribo guarismos, que se me pierden) de los billetes y cuyo único objetivo no es el cuento sino la cuenta de resultados. En el mundo literario en concreto, hace ya más de treinta años que en la “grandes” editoriales desembarcaron tipos ágrafos pero acorazados con sus MBA, sus dobles grados y sus conocimientos de mercadotecnia, dispuestos a salvar a los sellos quitándoselos de las manos a los anteriores dueños y gestores, gentes ignorantes que solo habían leído libros en su vida, no balances contables, y entonces cometían dislates del tamaño de publicar a Rafael Soler en vez de a Pérez Reverte.

Tercer asombro, el desparpajo con el que se cita a Belén Bermejo. La muerte es cosa triste y más si sucede a una persona demasiado joven para el encuentro con la Parca, pero atravesar la laguna Estigia no lava los pecados, porque se hace en barca y no a nado. Pecado es que la citada editora “Bermejo había dedicado mucho tiempo y esfuerzo a conseguir un manuscrito de quien nunca había publicado nada”. Así, sin gastar papel en sus idioteces, debería haber quedado el tema del presunto escribano Rafael Cabaliere, arquetipo de mediocridad intelectual ante quien Paolo Coelho merecería el Olimpo, que no la Olympus en la que algunos empezamos a escribir hace décadas. Pero lo hicimos no sin antes haber leído centenares de libros para, al fin, saber distinguir de nuestro propio presuponible “talento” lo que apenas eran lugares tan comunes que daban vergüenza y asco.

¿Que quieren publicar a autores que “tiritan de inédito”, que diría el maestro Pérez Estrada? Perdón por la autocita, pero que hagan como el menda lerenda en su colección Hazversidades Poéticas y apuesten por un Rafael Borge, un Maxi Rey, un Simón Arriaga… No tendrán hoy miles de seguidores abúlicos en las redes, pero serán los poetas leídos dentro de cien años.

Mi cuarta y principal reflexión en este comentario mío: “Ana Rosa Semprún, tomó la palabra para aclarar a los cuatro miembros el objetivo: vender muchos libros. Y solo su candidato lo podía lograr porque, según apuntó, tenía cientos de miles de seguidores en las redes sociales”… He aquí el meollo de la cuestión. Aunque ya señalaba al principio que puede que este fenómeno no sea para nada nuevo, que los más vulgares escritores en todos los tiempos hayan “vendido” siempre más que los autores de verdad, los indagadores de la palabra, los innovadores del arte. Pero me temo que en este renqueante y disparatado nuevo Milenio, la magnitud del desastre es inconmensurable. Si un inválido del conocimiento y de la emoción como el tal Cabaliere tiene cientos de miles de seguidores es que la debilidad del espíritu ha infectado a la gran mayoría de humanos, en una pandemia que deja en broma de mal gusto a la del Covid. Si miles de elementos prefieren “versos” como estos:

 

“No te apresures

las cosas llevan su tiempo,

no todo es ahora o nunca.

Hay que saber esperar,

dejar a la vida hacer lo suyo” (R. Cabaliere),

 

a estos:

 

TIEMPO ESCUÁLIDO

“Con la mirada fija en la ventana

de un país mordido por la niebla,

en el que nunca estuve y terco me vomita.

Tiempo escuálido, de vejez y ceguera,

descerrajado sobre mí cerebro

como la maldición de un dios desmesurado.

Despedidos los últimos invitados

y de nuevo restaurado el silencio,

vuelvo al plato del día del dolor

como única comida.

Ejercicio diario del caníbal

que espera desnudarse

de la última máscara

y anidar en la piedra

para el sueño postrero” (Elvira Daudet)

 

es inequívoca señal de que la Decadencia del Imperio Romano es filfa comparada con el detrito en el que habitamos.

 Pero ¿no será que estos miles y miles de lectores cuentan además con la complicidad delictiva y entusiasta de demasiados tipos que, en el ámbito de la literatura, son libreros/editores/críticos que, una de dos, o son tan ignorantes como sus autores o tan corruptos como su empresas? ¿Y que solo les ofrecen a aquellos ávidos lectores porquería de fácil digestión para engancharlos al menú de literaria comida basura donde no hay obra sino solo incesante consumo?

Vivimos tiempos en que todo es espectáculo impostado protagonizado por infames personajes que más recuerdan a ciertos pasajes de la Roma caligúlica que a otra cosa. Así es la vida.

Cuando alguien tiene que robar 20.000 euros y la notoriedad de un premio literario para “desmentir que sea un robot” queda todo dicho de la altura de su obra.

© fotografía Rafael Cabaliere