Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

22 mayo 2012

Firma en la Feria del Libro de Madrid


Queridos amigos:

después de siete años sin publicar un libro de poesía, en esta Feria del Libro de Madrid presento, en la bellísima colección Signos de Huerga&Fierro, mi última obra, titulada “Lo que queda”.
El libro continúa el ciclo reflexivo sobre el Heroísmo de los ciudadanos anónimos en su batalla con la vida que inicié hace veintiséis años con “Los Héroes Fatales”. Después llegaron “Los Guerreros de Terracota”. Y la última escala en mi portulano, allá por 2005, fue “Derrota de regreso”.
Firmaré ejemplares en la Caseta 343 (Ed. Huerga&Fierro) el sábado día 26 de mayo por la mañana de12 a 14 horas y el domingo 3 de junio por la tarde de 18 a 21 horas.
Será un privilegio contar con vuestra compañía en un momento tan importante para mí.
Salud, jaime


         Y de repente un recuerdo:
el niño que fuiste
en la cama del estío;
las sombras gateando
la pared según los coches
pasaban por la calle;
huidizas sombras que por fin
sin alcanzarlas desaparecían.

         Y de repente una verdad:
tú mismo, sombra.

(De “Lo que queda”)

18 mayo 2012

Poesía de Primavera

Queridos amigos, os remito el programa de los recitales Poesía de Primavera que tendrán lugar en la Cueva de Fuentetaja (Calle San Bernardo, 35) del 21 al 23 de mayo a las 19:30, organizados por Alberto Infante y la Editorial Endymion.

El viaje al fin de la noche, Celine

Pocas cosas tan gozosas, bien entrado en la edad de las despedidas, como librarse de un prejuicio.

En un magnífico “librito” (no es peyorativo, es que es demasiado corto para el inmenso placer que produce su lectura) titulado “La felicidad de los pececillos”, de Simon Leys (El Acantilado) leía hace unos meses: “las primeras páginas de ‘El viaje al fin de la noche’ de Celine producen físicamente (carne de gallina) la impresión del genio en estado puro. Es perturbador”. Más adelante, Leys afirma: “lo cual explica el contraste a veces impresionante entre el esplendor de una obra y la maloliente miseria humana de su autor”.

Así que decidí arrojar de mí el prejuicio que tenía contra Celine y leer esa novela de la que una selecta elite que admiro hablaba siempre como lo hace Leys, considerándola una obra maestra y una de las más importantes del siglo XX. Para decidirme a leerla, me autoconvencí con una triquiñuela, diciéndome que el libro lo había escrito en mil novecientos veintitantos, lo suficientemente antes de su posicionamiento antisemita en la Segunda Guerra Mundial cuando algunos de sus opúsculos echaron más leña al fuego de los crematorios.

Fue un gran acierto leer su desasosegante e implacable novela, y me vi recompensado con el “goce” de un libro brutal, sin concesiones, con uno de los alegatos antibelicistas más contundentes que he leído y que además disecciona al ser humano del siglo XX como sólo algunos iluminados por la sabiduría, como Albert Camus, han conseguido.

La novela, después de una primera parte dedicada a la masacre infame de la I Guerra Mundial, aborda el mundo del colonialismo, retratando a la perfección a esa clase de “aventureros” en el peor de los sentidos, en del “aventurerismo” profesional de tipos desubicados e inanes. Una categoría de subhumanos que no ha desaparecido en nuestros días aunque el colonialismo nominalmente haya sido erradicado. Muchos expatriados (diplomáticos, oenegeros, sacerdotes…) que he tenido la gracia y desgracia de conocer en mi vida reproducen gesto a gesto el patrón dibujado inmisericordemente por Celine.

Después la novela nos retrata los Estados Unidos de Norteamérica, y luego el mundo rural francés y el territorio de los médicos y su relación con la miseria humana de la enfermedad y, por fin, la muerte. Sin dejar de contarnos, con el cinismo propio de su tiempo, lo que pueden ser el amor y las relaciones de dependencia y aniquilación. Y todo ello creando unos personajes inmortales porque son un poco, o un mucho, nosotros mismos.

Apenas trascribiré aquí unos párrafos:

“Me parecía haber llegado al momento, a la edad tal vez, en que sabes perfectamente lo que pierdes cada hora que pasa. Pero aún no has adquirido la sabiduría necesaria para pararte en seco en el camino del tiempo, pero es que, si te detuvieras, no sabrías qué hacer tampoco, sin esa locura por avanzar que te embarga y que admiras durante toda la juventud. Ya te sientes menos orgulloso, de tu juventud, aún no te atreves a reconocerlo en público, que acaso no sea sino eso, tu juventud, el entusiasmo por envejecer...”
 
“Más vale no hacerse ilusiones, la gente nada tiene que decirse, sólo se hablan de sus propias penas, está claro. Cada cual a lo suyo, la tierra para todos. Intentan deshacerse de su pena y pasársela al otro, en el momento del amor, pero no da resultado y, por mucho que hagan, la conservan entera, su pena, y vuelven a empezar, intentan endosársela a alguien. ‘Es usted muy guapa, señorita’, van y dicen. Y reanudan la vida, hasta la próxima vez, en que volverán a probar el mismo truqillo. ‘¡Es usted guapísima, señorita!’...

Y después venga a jactarte, entretanto, de haberte librado de tu pena, pero todo el mundo sabe que no es cierto y que te la has guardado pura y simplemente para ti solito. Como te vuelves cada vez más feo y repugnante con ese juego, al envejecer, ya ni siquiera puedes disimularla, tu pena, tu fracaso, acabas con la cara cubierta de esa fea mueca que tarda veinte, treinta años y más en subir, por fin, del vientre al rostro. Para eso sirve, y para eso sólo, un hombre, una mueca, que tarda toda una vida en fabricarse y ni siquiera llega siempre a terminarla, de tan pesada y complicada que es, la mueca que habría de poner para expresar toda su alma de verdad sin perderse nada...”

“Las cosas que más te interesan, un buen día decides comentarlas cada vez menos, y con esfuerzo, cuando no queda más remedio. Estás pero que muy harto de oírte hablar siempre... Abrevias... Renuncias... Llevas más de treinta años hablando... Ya no te importa tener razón. Te abandona hasta el deseo de conservar siquiera el huequecito que te habías reservado entre los placeres... Sientes hastío... En adelante te basta con jalar un poco, tener un poco de calorcito y dormir lo más posible por el camino de la nada. Para recuperar el interés, habría que descubrir nuevas muecas que hacer delante de los demás... Pero ya no tienes fuerzas para cambiar de repertorio. Farfullas. Buscas aún trucos y excusas para quedarte ahí, con los amiguetes, pero la muerte está ahí también, hedionda, a tu lado, todo el tiempo ahora y menos misteriosa que una partida de brisca. Sólo conservas, preciosas, las pequeñas penas, la de no haber encontrado tiempo para ir a Bois-Colombes a ver, mientras aún vivía, a tu anciano tío, cuya cancioncilla se extinguió para siempre una noche de febrero. Eso es todo lo que has conservado de la vida. Esa pequeña pena tan atroz, el resto lo has vomitado más o menos a lo largo del camino, con muchos esfuerzos y tristeza. Ya no eres sino un viejo reverbero de recuerdos en la esquina de una calle por la que ya no pasa casi nadie.

Puestos a aburrirse, lo menos cansino es hacerlo con hábitos regulares...”

Lo dicho, me alegro, como pocas cosas ya me satisfacen, de haber sabido a tiempo librarme de un prejuicio.

Dice Germán Gullón en una reseña sobre Knut Hamsun (otro escritor –y premio Nobel- que fue presa de la turbulencia de los tiempos de los totalitarismos) que “hay genios literarios a quienes un traspiés biográfico coloca del lado equivocado de la historia, donde sufren sepulcralmente el desdén perpetuo. Borrados de la nómina de hombres ilustres, sólo la grandeza o novedad de sus obras les saca a veces de la sombra”.

El traspiés de estos dos escritores, como el de Neruda estalinista, fue mucho más que eso, fue un delito de lesa humanidad que otros muchos cometieron, científicos, poetas, políticos, filósofos… Lo uno, sus obras artísticas, no los redime de lo otro, su vesania. Pero igual que he dicho que hay tantas obras extraordinarias en el mundo que dejar de leer algunas de tipos infames no nos perjudica, reconozco que en este caso nadie debería perderse “El viaje al fin de la noche” de Louis Ferdinand Celine (Ed. Edhasa).

Y puestos a no leer algo, hay que aceptar también que pésimas obras de escritores que no han dado traspiés alguno en sus existencias, merecen menos aún ser leídas aunque supuestamente sus autores hayan sido inmaculados. Por eso me aplico a menudo para mi propia armonía lo que dijo Schopenahauer: “El arte de no leer es muy importante. Éste consiste en no interesarse en todo cuanto llama la atención del gran público en un momento dado. Cuando todo el mundo habla de cierta obra, recordad que todo aquel que escribe para los imbéciles no dejará de tener nunca lectores. Para leer buenos libros, la condición previa es no perder el tiempo en leer cosas malas, pues la vida es corta”.
jaime alejandre

08 mayo 2012

Nuevo blog

Nuevo blog de pensamiento y actualidad social y ciudadana


http://www.elhundimientodelmaine.blogspot.com/

06 mayo 2012

Admiraciones

A veces siente uno que el veneno del estilo de vida occidental infecta hasta aquello que no pretende nada, que no busca nada, que no tiene un interés evidente o subrepticio tras de una acción…

En estas mismas páginas hace un tiempo, las alabanzas a un escritor contemporáneo, aparentemente le incomodaron a él mismo, ¿Como si hubiera un desprestigio implícito en la firma de este admirador que soy yo? O ¿con la insultante modestia exagerada del que se sabe por encima de las alabanzas?

También una vez, en la vida, no en un blog, defendí a una persona de mí mismo y no me lo perdonó (seguramente en este caso con razón, pues el paternalismo no representa un beatífico exceso de cuidado y preocupación por el otro sino la desconsideración de creerlo incapacitado).

Sin embargo, lo que hoy importa en este blog es que esta persona a la que defendí de mí mismo sin preguntarle, me regaló a un autor exquisito, Javier Pérez Andújar. Y querría hoy agradecer a aquella persona ese inmerecido regalo que tanto me he demorado en disfrutar.

Tardío autor de mi generación del que he leído sus libros “Paseos con mi madre” y “Los príncipes valientes” (Ed. Tusquets), Javier Pérez Andújar. Además de haberme proporcionado el goce intransferible de la memoria hecha literatura sin más pretensión que la de la emoción (que es donde la verdad se encuentra con la sagacidad), también me ha descubierto hechos que mi enciclopédica ignorancia desconocía. Por ejemplo la amistad admirativa entre Edgar Allan Poe y Julio Verne.

Así, leyéndole, he añorado un tiempo, o un paisaje, o una Historia donde los escritores, incluso los coetáneos puedan admirarse, imitarse sin plagiarse, culminar uno la obra del otro. Pero hoy, como decía al inicio de esta entrada, ni siquiera cuando uno alaba la obra de otro escritor vivo encuentra siempre la aceptación (para nada el agradecimiento) del otro. Será que tanta crítica, tanta atención justo para desprestigiar a los compañeros convierte en sospechosas todas las alabanzas y en aviesas todas las intenciones.

Pero yo siempre he confesado que escribo porque leo. No porque haya leído, que también. Sino porque leo. Porque al leer un libro me calo, me empapo de ensoñación y empiezo a apuntar en la última página del propio libro (la de cortesía en blanco, que en la gran mayoría de mi biblioteca está arrancada por tal motivo) frases, poemas, cuentos que me vienen a la imaginación por el anzuelo echado en mi corazón por el autor que esté leyendo.

Y cuando leo busco también (sin buscar, sólo con la deliciosa sorpresa de encontrar inesperadamente), busco palabras, materia prima no sólo de la obra literaria sino de la naturaleza más humana de los hombres.

Leo, por ejemplo, “No son cuentos” de Max Aub (Ed. Huerga & Fierro) y a la devastación del alma que producen estas magistrales historias de nuestra Guerra Incivil (y esa tercera España venida al mundo sólo para sufrir) se une el placer insultante de que su autor me haga acudir al diccionario treinta o cuarenta veces. Y allí, descubriendo la precisión y sonoridad de esas palabras que desconocía, comprendo la fortuna que recibí apenas de adolescente cuando empecé a escribir por leer (a Pessoa, a Yourcenar, a Cohen, a Calderón…). Pues ser partícipe del milagro del alfabeto con el que se forman miles de palabras es como ser siempre niño y hacer magia ante los amigos, sacando de la chistera conejos, o sea, palabras en un texto…

Gozad de estas palabras, y son sólo algunas, que en apenas ocho cuentos, cien páginas, se me descubrieron como un tesoro invalorable: zollipar, reburujón, carcavinar, acezar, ahélito, morra, toletazo, bitongo, atafagar, azacaneo, bojeo, helgado, runfla, tesis (¡su primera acepción!), abertal, jorfe, heñir, lubricán… Conceptos que me obligan a usar frases enteras y que sin embargo se pueden expresar, con absoluta perfección con una sola palabra. Pero ya lo dice Pérez Andújar, sobre el que ahora vuelvo: “Las palabras son siempre más completas, mejores, que su definición”.

Mi favorita, encontrada no sé dónde: cazcalear. ¡Quién no conoce y/o sufre en su trabajo a quien toda la jornada no hace sino cazcalear…!

Leer en estos días a Pérez Andújar me ha sacado de mi adversidad paralizante, me ha puesto manos a la obra, recordándome que “la escritura es inmediata y urgente, y hay que hundir la cabeza en ella como quien la sumerge en un cubo lleno de tinta, para, si es preciso, ahogarse en literatura, porque puede que luego ya sea demasiado tarde para ahogarse en nada”. Y “es necesario escribir, es preciso dejar constancia, en un afán notarial de levantar acta de la vida, acaso ya intuyendo que la democracia de la historia reside en que no sólo la escriban los vencedores…”. Y “pedalear y escribir son un mismo acto, se escribe como se va en bicicleta, sin buscar ir a ninguna parte, sólo por el gusto de mantener el equilibrio, y mantenerse en equilibrio y mantenerse vivo son una misma cosa…”.

En fin, valgan estas digresiones, en el fondo, para haber recomendado los libros de Max Aub y Javier Pérez Andújar que he mencionado más arriba (“el libro que estamos leyendo vale por todos los que queremos leer”). Max Aub, fallecido, supongo que no se quejará por ello o lo hará en esa baja, humilde voz suya de siempre por la que los españoles lo hemos leído tan escasamente. Y Javier Pérez Andújar espero que entienda que mi admiración (que tiene, claro, dosis tóxicas de envidia por no saber escribir lo que él) es, sin embargo una admiración sincera, serena. Admiración de dar, no de pedir. Una admiración que querría ser como la de Verne por Poe, la lealtad entre escritores, que sirve para escribir.

Yo, así lo he hecho. En la última página de uno de sus libros, he escrito este conato de poema que sin tener que ver con lo que en su obra escribe él, sé que no habría salido de mi corazón a través de mi mano sin leerle. Escribo porque leo, ya lo he dicho:


Tengo una tristeza de elefante herido
que no sabe dónde irá a morir,
y sigue caminando bajo el sol.
Es esa la dignidad que hoy me queda,
la del prescindible moribundo. Hay días
en que aparto del camino los recuerdos
fingiendo que avanzar es dar mis pasos.
Pero en el silencio interno de mi sombra
sé que yendo a lo que voy es regresar.
Porque mi historia es la de la soledad
de quien no tuvo familia, sólo libros.

Tengo una tristeza de oso blanco extenuado
que no encuentra un iceberg donde pararse
y bracea sin cesar árticos mares
sabiendo, sin saber, que cuando falten
fuerzas, ilusiones y banquisas, se hundirá.
Como solo quien a nadie tiene se hunde.
Sin remedio, ni testigos, ni un amor,
ni un amigo o una familia que no hubo.

Así avanzan,
el oso, el elefante,
hacia su muerte.
Hacia su muerte y saben
que nunca han existido, ni siquiera
en el sueño de algún sueño, porque fueron
niños pero no tuvieron más cómplice
que su propia soledad de libros
en los alféizares vacíos del estío.

         (© Jaime Alejandre, 2012, inédito)


Leer. Leer es salvarse. Si a fin de cuentas la vida es –será- un naufragio, leer es salvarse. Leer, lo dice Pérez Andújar. Como sea. Leer. “Atreverse a leer al margen de lecciones y de castigos, elegir un prestigio propio frente al prestigio común, aprender que un lector es un héroe solitario, y que hay más democracia y más libertad en el individuo que lee, que en la multitud que atiende”. Y entonces comprender que leer nos permitirá un día, en ese naufragio que es, lo sabemos, al final, toda existencia “constatar que lo definitivo no es más fuerte que uno mismo”.

Salud y República, jaime alejandre

04 mayo 2012

Nuevo libro (digital) de Madame Daudet

Queridos amigos: la Dama Hazversa por antonomasia, Elvira Daudet, nos ofrece en su blog íntegro su último libro "Cuaderno del delirio" (del que algunos poemas vieron la luz en marzo de 2010 en Hazversidades Poéticas). Podéis leerlo en www.elviradaudet.blogspot.com
Como véis, pese a la debacle mundial que estamos sufriendo, aún quedan motivos para insistir en la existencia. Leer a Elvira es, sin duda, uno de los más deseables... jaime alejandre