¡Qué extrañezas provoca esta España renqueante! Nos quejamos
de todo y de todos y a menudo olvidamos que contamos con la inconmensurable
fortuna de tener al alcance de la mano la conexión directa de nuestras almas con
el espíritu del Universo. Apenas por diez euros.
¡Diez euros!, lo que costaba cualquier localidad en la Sala
de Cámara del Auditorio Nacional en Madrid para el concierto ayer de “Neopercusión
Colectivo Neo” dirigido por Juanjo Guillem. ¡Diez euros! Tres veces más como
mínimo te cobran en una obrita de tres al cuarto en un teatro con dos actores
(si no uno y medio) y un decorado compuesto por una mesilla y una lámpara,
ambas de Ikea.
Y ayer doce percusionistas, cuatro pianistas y el director
(y percusionista solista), con un conjunto de instrumentos impresionante y la
proyección del Ballet Mécanique de Fernand Léger y Dudley Murphy (1924) nos
ofrecieron uno de los momentos musicales más grandes de este año. Y la sala
estaba sólo a un tercio de ocupación. El resto de personas que podían haber
disfrutado inimaginablemente del concierto supongo que estarían poniendo esos
mismos diez euros en la barra de algún bar cercano o lejano para tomarse un par
de cañas.
Sin embargo, los que allí estuvimos pudimos estremecernos
hasta el tuétano con las obras “Rítmicas
V y VI” de Amadeo Roldán, la música para el “Ballet Mécanique” de George
Antheil y, más que nada que yo recuerde en años, con “Mono-Prism II” de Maki
Ishii.
Uno, que se las da de escritor, huye como de la peste de
adjetivos con apariencia de pedantes, decimonónicos y empalagosos, pero no se
me ocurre ser más justo hoy que diciendo que el concierto de ayer fue “sublime”.
Para expiar mis culpas tiro del Diccionario de la RAE y me quedo más tranquilo.
El acierto es pleno. “Sublime: excelso, eminente, de elevación extraordinaria (se
aplica a cosas morales o intelectuales). Dicho de una persona: que cultiva
algún arte o técnica con grandeza admirable. Orador, escritor, pintor, músico
sublime. Dicho del estilo: dotado de extremada nobleza, elegancia y gravedad”.
Todo esto es lo que pudimos respirar por cada uno de los poros
de nuestra piel, por cada uno de los cabellos de nuestro ser, por cada una de
las sinapsis de nuestro pensamiento/sentimiento. ¿Cómo explicar lo allí sentido
en compartida catarsis? Creo que así: entre el público había varios niños de
siete u ocho años (esa edad en la que estarse quieto es proeza merecedora del
Nobel de la Paz). Si a éstos los llevas a escuchar una sinfonía de Mozart (con
perdón, magíster), en el minuto siete ya han desmontado (los niños) las lámparas
del techo, tres sillones de la platea y han comenzado una batalla de pelotitas
de papel con consecuencias como las de Gavrilo Princip en Sarajevo en 1914. Sin
embargo ayer, los niños presentes quedaron durante una hora ojipláticos, boca
abierta, las manitas agarradas al asiento delantero, conscientes de estar
siendo testigos de algo asombroso.
Y tanto. En especial quiero reseñar el tema Mono-Prism II de
Maki Ishii. De repente la sala se convirtió en una jungla onírica en la que tan
pronto los árboles zumbaban como bandadas de cigüeñas o flamencos abrían y
cerraban al unísono sus picos creando una atmósfera emocional indescriptible
(crotorar se denomina ese sonido de las cigüeñas). Después se desencadenaba la mansa
pero indomeñable lluvia de los trópicos delante de nuestros asombrados ojos.
Todo ello en una rotundidad sonora entreverada con notas delicadísimas, en
conjunto creando, como en la película Avatar, el vínculo. Sí, el vínculo del
hombre con lo mejor que (aún y siempre) tiene la Humanidad…
Repito, extrañezas de nuestro raro país, de acontecimientos
como éste uno no se entera por el Telediario, que no tiene hueco con tanto
fútbol, sino por la personalizada recomendación de algún amigo. En este caso la
de una de las extraordinarias pianistas del grupo, Isabel Puente, que junto a los
otros tres pianistas y los trece percusionistas (bajo la subyugadora dirección
de un hombre entusiasta, esto es, poseído por Dios: entheus), nos regalaron una
desmedida muestra de hasta dónde nos puede conducir la pasión por el arte, con
un esfuerzo no sólo mental sino puramente físico, en una entrega total a sus instrumentos
hasta alcanzar una armonía inigualable en su dificultad. Gracias Isabel por el
soplo.
Para acabar, os pongo aquí unos enlaces ya que los propios
músicos ayer, por si era poco nuestro asombro sólo pidieron que quitáramos el
sonido a nuestros móviles, pero que no los apagáramos y que grabáramos y
difundiéramos cuanto quisiéramos. Así sea, difundamos este tesoro semi-oculto
del Grupo Neopercusión (http://www.neopercusion.es/).
“Rítmicas V y VI” (1930) de Amadeo Roldán:
“Mono-Prism II” (1985) de Maki Ishii:
“Ballet Mécanique”
(1926/1953) de George Antheil:
« Ballet Mécanique »
(1924) de Fernand Léger: