Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

18 noviembre 2017

¿Por qué?

Me pregunta el maestro Rafael Borge: ¿es necesaria la poesía en nuestra vida de homínidos comunes? ¿Por qué escribe poesía Jaime Alejandre?

Porque un animal, aun sin saber que lo hace y sin intención por hacerlo, puede pintar o hacer música, pero no puede escribir un verso.
Porque es un milagro que 27 signos se combinen para componer miles de palabras en miles de idiomas. Y quién en su sano juicio no querría ser parte de un milagro.
Porque me temo que con la oratoria sólo se convence a los que ya piensan como nosotros. Y escribiendo y leyendo poesía eres capaz de cambiar de opinión.
Porque, ya lo he dicho, la foto de una puerta sólo puede ser esa puerta, y la palabra puerta en un verso es todas las puertas.
Y escribo para sacármelo de lo cabeza, aunque a veces lo haga mal y siempre lo haga a medias y saque la mitad de la mitad de lo que estuvo en mi pensamiento.
Porque tampoco hace tanto que el hombre escribe, en verdad hace muy poco, 5.300 años y hay tanto que contar y recordar... por ejemplo que la rueda sólo nació doscientos años antes que la escritura en Sumer...
Porque la escritura es lo único que permite almacenar y transmitir el conocimiento.
Porque es tal vez la única actividad en la que no hay que dar explicaciones.
Porque no sé pintar.
Porque sin texto no hay Historia.
Porque Gilgamés, abrumado por la muerte de su amigo Enkidu a manos de Isthar, la diosa del amor Isthar (diosa que bajo otro de sus nombres, como Astarté va y se cuela en las novelas de mi amigo Arturo cinco milenios después), Gilgamés, digo, abrumado ante el espectáculo de la desaparición de Enkidu se propone conquistar la eternidad... y lo consigue con la ayuda del inmortal matrimonio superviviente del Gran Diluvio Universal... aunque luego la “planta de la juventud” se la robe una serpiente y por eso las serpientes cambiando de piel si no son inmortales sí son eternamente jóvenes... y todo esto lo sabemos por un poema titulado “Quien todo lo vio” escrito antes casi de que todo sucediera.
Porque recuerdo a mi padre y veo a mis hijas y sé que Sary, escriba egipcio talló en piedra estos versos: “Un hombre ha desaparecido, su cuerpo polvo es, / toda su parentela ha vuelto a la tierra, / pero un libro hace que lo mencione la boca de quien lee”.
Porque escribir poesía es el territorio único y perfecto de lo más sagrado que para el hombre hay, la libertad.
Porque si una sola persona en el mundo leyendo un verso mío se emociona una milésima parte de lo que yo con la Ilíada de Homero, el Quijote de Cervantes, el Diablo Mundo de Espronceda o la Caída de Camus, me sentiré feliz, y creeré haber devuelto al mundo honradamente algo de la infinita felicidad inmerecida que he recibido en mi vida de lector.
Escribo también por una vanidad que creo que se redime por sí misma puesto que no busca el halago por el halago sino solo descubrir hermanos de emoción y sentimiento. Así el mundo cobra sentido porque no estoy solo.
Escribo versos porque a vosotros, gente mía (gente, como diría Dersu Uzala), os gusta.
Y porque soy curioso y no me canso.
Secretamente, incluso para mí mismo, supongo que empecé a escribir poemas para ganarme el respeto y la admiración de mi padre, lector empedernido e inédito escritor.
Escribo versos porque así no se perderá en el olvido, resistiendo al menos una hora, pongamos, el tsunami que en mi corazón supuso caminar por el laberinto de la ciudad de Mari (Tell Hariri), a orillas del Éufrates, construida hace 7.000 años. Un lugar que hoy a un turista a la busca y captura de algún fotograma exótico lo dejará con el vacío de la estafa y que sin embargo a mí me conmocionó. Muros aparentemente vanos que no otro sino Hammurabi destruyó. Mis huellas sobre sus huellas.
Hago versos porque en la escritura hay algo que es iluminación: me descubre en el más amplio sentido de la frase “me descubre”. Y porque empecé a hacerlo en el mismo momento de mi infancia en que comencé a ser yo mismo y no puedo pararlo. Y porque en las horas de desaliento (más editorial que escritorial) en que “decido” dejar de escribir lo pienso en forma literaria y no descanso hasta que escribo el verso que dice que ya no escribo.

Porque tras haber vivido (o sea, tras haber visitado latitudes impensables; tras haber edificado una familia; tras haber transitado las horas con un puñado inefable de amigos; tras haber amado y visto tanto y tanto), o sea, tras haber vivido, para cuando ya no viva, el Paraíso lo concibo como un lugar sin lugar donde no hay acción, un lugar donde transcurre infinito el tiempo sin tiempo, un lugar donde leo y leo y leo, aprendiendo, conociéndolo todo por lo escrito. “Casas de vida” llamaban en tiempo de Ramsés II a las bibliotecas. Hospital del alma ponía a la entrada de la de Alejandría. Y si el Paraíso que imagino en la nebulosa de la inexistencia es una biblioteca, ¿cómo no desear ser partícipe de la inacabable construcción de ese paraíso?, ¿cómo no escribir si acaso un verso?

10 noviembre 2017

Benkei

Cuenta Basho, viajero y poeta japonés (1644-1694), que cerca de Hiraizumi visitó el refugio de Yoshitsune, el más amado de los jóvenes héroes medievales (recuerda Marguerite Yourcenar).
Yoshitsune era el hermano menor del primer shôgun de Japón, el jefe supremo militar Minamoto-no-Yorimoto, quien precisamente debía a aquel joven hermano haber alcanzado tal rango de poder.
Como a menudo ocurre, el primogénito, no contento con no agradecérselo, lo perseguía para acabar con su vida. La vista de quienes nos recuerdan nuestra propia infamia se hace tan insoportable que sólo eliminándola pueden sobrevivir los indignos.
Pero lo estremecedor de esta historia no reposa en el atávico odio de un hermano. La verdadera belleza se erige en la leyenda según la cual, cuando Minamoto-no-Yorimoto tendió su emboscada a Yoshitsune, éste fue defendido por su intrépido escudero, Benkei, que murió traspasado por decenas de flechas, quedando sostenido en pie por su propia armadura ensangrentada, sin dejar de proteger el umbral del refugio para que su señor Yoshitsune pudiera entregarse al sagrado ritual del seppuku y alcanzar así la muerte con honor.
¡Ay de aquel que, tras una larga vida, no haya sido capaz de conquistar siquiera el corazón de un solo amigo que, más allá de su propia existencia, defienda la nuestra!


(© Jaime Alejandre, 2017, inédito)

08 noviembre 2017

Pero ¡¡qué país!! o Las furias

Vi anoche “Las furias”, película escrita y dirigida por Miguel del Arco, con un deslumbrante cartel de actrices y actores. Y un plantel de profesionales extraordinario. La música  de Arnau Vilà impecable. ¿Es posible que una obra maestra como ésta pase desapercibida en España? ¿Y que siga triunfando lo soez, el chiste fácil, la mediocridad; o también lo pretencioso, banal y pedante?
La película me parece una de las grandes de la historia del cine de este país en cuarto menguante desde hace siglos. Diálogos aparentemente sencillos (que venga otro a escribirlos si sabe) con una carga de profundidad en cada una de sus palabras de esas que te dejan noqueado unos segundos después, cuando asumes la hondura de lo dicho. Diálogos alejados de la rimbombancia inane en la que tan a menudo caen los que apenas son capaces del relumbrón de la fachada tras la cual no se sostiene edificio alguno de emoción y de conocimiento de la naturaleza humana. Narración, relato, que tomando el arquetipo, que es la recurrencia natural de la vida humana, compone una alegoría de la existencia real, palpable, verdaderamente sabia.
Leo pasadas críticas, en general elogiosas pero tibias. Y alguna de antología del disparate, del típico “pobre hombre quiero y no puedo”: "Sobre el papel, elementos más que suficientes para que 'Las furias' funcione. Pero algo pasa y el juguete nace averiado. (...) las piezas no acaban de encajar y el exceso acaba por devorar a la intensidad. (...) Puntuación: ★★ (sobre 5)"… En fin, también algunos críticos de nombre hoy afortunadamente olvidado pusieron a caldo muchas de las películas de Willy Wilder…
“La primera película” de Miguel del Arco, dicen los títulos de crédito… Que Don Bosco, santo patrono del cine, asista a tantos como reman las procelosas aguas de la mediocridad cinematográfica patria de dislate en dislate, solo con el dudoso refrendo de la taquilla, julietas y noches boreales mediante. En todas partes cuecen habas: cualquier novela bestseller, ramplona y simplicissimus; cualquier tonadilla sol-do-fa de penoso cantautor o  clónico grupo pop; cualquier cuadro previsible y mononeuronal; multiplican por “ene” la “taquilla” de las grandes obras de la literatura, la música, la escultura… contemporánea actual.

Pero cuando entre tanta oscuridad nos llega, aunque sea por casualidad, el mínimo destello del talento, el crecimiento que se opera en nuestro espíritu hace merecer tanta travesía del desierto, tanto desconsuelo…