
De ello habla en más extensa medida Alessandro Baricco en su
ensayo “Los bárbaros” (Ed. Anagrama) en el que describe la tendencia actual del
arte como dominado por la espectacularidad y la superficialidad donde se huye
de la profundidad para saltar de una a otra sensación “navegando”. Es ese uno
de los verbos principales de la civilización de Internet; contrapuesta a la
visión del lector, el escuchador, el espectador que ante un libro, una
sinfonía, un cuadro, por ejemplo, tienen que aportar un esfuerzo no desdeñable
para desentrañar todo el mensaje de esas obras. No porque las obras en sí sean
arcanas, oscuras o confusas, ni siquiera elitistas, y deban ser interpretadas
unívocamente, sino porque el hombre contemporáneo para alcanzar la plenitud
debería interpretar esas obras desde sus propios conocimientos. No se trata de
recibir el estímulo como un pelele sin voluntad sino de implicarse en la obra
de arte para obtener de ella cada cual más de lo que el conjunto de hombres
podría obtener de manera maquinal.
Los cuatro videos de Bill Viola precisan de esa
concentración, ese esfuerzo del espectador y a cambio recompensan con una hondura
de conocimiento y sentimiento inimaginables. Tienen una duración de unos diez
minutos cada uno y son escenas grabadas a cámara muuuuyyyy lenta. El arquetípico
visitante de museo, ese que invierte más segundos leyendo la cartela que
mirando la propia obra, si pretende echar un vistazo rápido a los vídeos no
entenderá nada (y típicamente se irá diciendo que el arte contemporáneo son mamarrachadas),
aunque pudiera incluso, tal vez, emocionarse “algo”.
El video-díptico “Dolorosa” junto a una talla de una clásica
del XVII de una Dolorosa, es imposible que no impresione aunque se detenga uno
ante él unos pocos segundos. Pero si uno se olvida de las prisas, a menudo
inexistentes, y se deja llevar por la oleada de emoción y se da cuenta, por
ejemplo, de que una lágrima discurre por el rostro del hombre y de repente cae
sobre su camisa dejando una diminuta casi inapreciable mancha que es más que de
agua de la sangre del sufrimiento humano de siglos, entonces ese espectador
descubre la profundidad del mensaje de Bill Viola. El mensaje que ya no es ni
puede ser el del creador, sino el del espectador.

Quienes desdeñan el esfuerzo y sacralizan el “todo incluido”
se pierden las mejores cosas del arte, las cosas que no están “solo” en la
misma obra sino en el propio ser que las admira y disfruta. Algo muy similar,
por ejemplo, a lo que ocurre con los viajes. Como recuerda el doctor José Ramón
Trujillo, viaje, en inglés, “travel”, procede del francés “travail”, trabajo.
Un viajero debe esforzarse; una mera cabeza de ganado en un grupo organizado
sólo sabe dejarse llevar. “… El acceso al sentido profundo de las cosas
presuponía esfuerzo: tiempo, erudición, paciencia, aplicación, voluntad”,
Baricco.

Colofón: el esfuerzo en el arte y para disfrutar el arte es
un ejercicio que contradice todas las leyes de la termodinámica pues produce
finalmente mucha más energía en el interior del hombre que la que éste haya
tenido que invertir para gozar de la propia obra de arte…
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