
“Lo más sorprendente: la muerte de mi
novia, tan joven, tan sana. Al menos fue una muerte dulce. Ella ni se enteró.
Se durmió para no despertar jamás.
Lo más duro: el trago
en la funeraria. Cómo explicarle yo al embalsamador aquel, factura en mano
abonada por mí en su día, que quería “recuperar” los implantes de sus pechos,
aquellas tetas divinas sobre las que tantos buenos momentos había pasado.
Habíamos pasado. Y que me habían costado un congo.
Lo más sencillo:
encargar a mi madre una funda de almohada sobre la que hoy reposo
recordándote, Cristina, compañera perfecta, blandura de mis sueños que nunca ya
abandonarás mis noches”.