“Blancura”, Eugénio de Andrade. Selección, presentación y
traducción de Miguel Losada, Ed. Polibea, Colección Orlando, 2015, 87 pp.
Abordar la confección de una antología de un poeta se me
antoja ser una tarea demasiado compleja, que además a menudo pasa desapercibida
para quienes finalmente abordan la lectura de los poemas elegidos por el
antólogo.
Si el poeta al que nos referimos es uno universal y que
ostenta tal intensidad en su obra lírica como Eugénio de Andrade la empresa
alcanza cotas de dificultad que sólo otro poeta puede afrontar.
Miguel Losada, poeta, editor, rebeldía cultural en marcha
siempre; Miguel Losada, autor de la selección, el prólogo y la traducción de
“Blancura”, digo, ha hecho un trabajo impagable.
Aquellos que conocemos de antes la obra del poeta portugués,
podemos disfrutar de una selección sabia y certera que recoge cuanto de mejor
hay en un escritor que todo lo hacía bien, y lo hacía con una medido cuidado,
sin dejarse jamás llevar por el exceso y la abundancia. En obras tan comedidas
y contenidas, hacer una selección y acertar con la quintaesencia es, repito,
hazaña sólo al alcance de los más sabios.
Pero también aquellos que se acerquen por vez primera a la
obra de Andrade encontrarán en este “itinerario poético” (acertado subtítulo de
Miguel Losada) precisamente las escalas, los puertos, los pasos de montaña, los
remansos esenciales para entender una obra compleja e integral como la de
Eugénio de Andrade, a quien tanto admiró desde los quince años quien esto
suscribe.
(Sí, en 1979 cayó por descuido de la biblioteca de mi padre
a mis manos una antología de poesía portuguesa “actual” que comenzaba en Pessoa
y terminaba en Andrade. Desde entonces, como un alfa y un omega de poéticas
radicalmente distintas, quedé enamorado de ambos. Y así, hace ya casi treinta
años, un 26 de julio de 1986, se me ocurrió peregrinar a conocer a Andrade a la
Rúa de Palmela 111 de Oporto, donde vivía, en una peripecia cuando menos
azarosa que ya contaré en otro lugar. El caso es que a nuestro poeta le costó
lo suyo salir del asombro de que un desconocido jovenzuelo se le plantara en la
casa por el mero deseo de conocerle… Su amabilidad y exquisita hospitalidad -copitas
de porto mediante- me dieron muestras de que la humanidad es algo que, gracias
a los dioses, algunos llevan más allá de los versos, y que la altura
inalcanzable de la poesía de Andrade estaba en consonancia con su posición como
ser humano en el universo… Pero como decía más arriba, esto es otra historia…).
Eugénio de Andrade, seudónimo de quien nació José Fontinhas,
y de quien se cumplieron hace días los diez años de su muerte, es una de las
voces más importante de la lírica ibérica del siglo XX. Por ello merece la
constante atención de quienes consideramos la poesía como uno de los pilares
sobre los que se asienta lo mejor del ser humano.

El libro se nos abre sin concesiones, como los cerezos en
flor del primer poema, como los brazos de su segundo cuarteto, para acoger al
lector y los dones de la creación en los que vivimos y sobrevivimos. Nos
sorprende el segundo poema antologado, “Adiós”. Pero superada la extrañeza del
título, el estupor que nos conquistará será el de estar ante un poeta cuya
hondura en el conocimiento de la naturaleza humana trasciende los trillados
caminos y hace trascender el espíritu de quien lee sus versos.
El libro (por cierto en edición bilingüe, gran acierto)
entonces ya se despeña con un inabarcable caudal de emoción: “… ¿Con qué palabras / o besos o lágrimas /
se despierta a los muertos sin herirlos, / sin traerlos hacia esta espuma negra
/ donde cuerpos y cuerpos se repiten, parsimoniosamente, en medio de las
sombras?...” (“Pequeña elegía de septiembre”); “… De repente / el silencio se sacudió las crines, / corrió hacia el
mar. / Pensé: deberíamos morir así. / Así: arder en el aire” (“Sur”); “… Escribo para llevar a la boca / el sabor
de la primera / boca que besé temblando. / Escribo para subir / a las fuentes.
/ Y volver a nacer.” (“Escribo”)…
En definitiva, poesía para la luz y de la luz, poesía de la
esperanza en la serena desesperanza. Poesía del hombre en el hombre solo,
poesía de lo tangible que no precisa de dios para celebrar la existencia.
Poesía de la experiencia en la diferencia del espíritu, poesía de carne y vuelo…
Ya lo dice Andrade en su poema “El lugar más cercano”:
El cuerpo nunca es
triste;
el cuerpo es el lugar
más cercano donde la
luz canta.
Es en el alma donde la
muerte hace la casa.
Blancura, sí. Luz es la poesía de Eugénio de Andrade. Y los
rayos más puros son los que Miguel Losada derrama sobre nuestros ojos en esta
antología, no par cegarnos, sino precisamente para que la iluminación nos haga
comprender la esencia auténtica de la vida.
Disfruten, pues, todos de este libro indispensable, tras el
cual ya nada vuelve a ser lo mismo… “No
llueve aún pero la tierra / en su amarillento y frío color / ya huele a
lluvia”. Así nosotros, lectores, sentiremos ya el aroma de los versos de
Eugénio de Andrade en todos los paisajes donde la luz nos recuerde que estamos
vivos para estar vivos. No otro es el enigma.
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