Ediciones Evohé presenta un libro delicioso: El pequeño Pataxú.
Se trata de la primera edición habida en castellano del
libro Patachou, petit garçon del
escritor francés Tristán Derème, publicado en 1929.
Portal para su adquisición:
Tristan Derème, seudónimo del narrador y poeta francés
Philippe Huc (1889-1941), quien también utilizó los nombres de Théodore
Decalandre y de Philippe Raubert, fue autor de una importante obra poética y en
prosa (novela y artículo periodístico) de lo intimista, lo sencillo y lo cotidiano.
En 1938 recibió el Gran Premio de Literatura de la Academia Francesa.
Fue fundador, junto a poetas como Francis Carco, de la L’École fantaisiste (Escuela Imaginativa,
en la línea de la “Alta Imaginación” representada en España por autores como Rafael
Pérez Estrada, 1934-2000), movimiento renovador de la poesía francesa de
principios de siglo XX en contraposición a la figura de Stéphane Mallarmé y los
simbolistas. Su repercusión fue limitada en el tiempo por el estallido de la I
Guerra Mundial y la subsiguiente deriva desde la fantasía al realismo.
Según Michel Cointat, la estética de Derème se resume con
las palabras: elegancia, simplicidad y amor a la naturaleza, así como por un
característico uso del humor.
El motivo de publicar ahora este libro suyo es doble. Por un
lado estamos ante un texto de una belleza espectacular por sí mismo.

Pero además de la importancia y belleza de la novela de
Derème por sí misma, queremos traer a colación aquí el hecho de que diversos
estudiosos consideran que esta novela fue la inspiración directa de El Principito de Antoine de
Saint-Exupéry (el libro más traducido de la historia tras la Biblia, desde su
publicación en 1943).
Este descubrimiento nos ha supuesto uno de los más bellos
momentos de nuestra editorial. Y queremos colocar en resonancia perfecta uno y
otro libro, ambos obras excepcionales de la literatura universal, que se
engrandecen el uno al otro.
No obstante, no se trata del único texto que pudiera haber influido
a Exupèry. Pero sí que creemos que es el definitivo.

Pero las otras fuentes literarias de El Principito, además de la novela de Derème, también son numerosas. Destacan los cuentos de
su infancia, entre los que el propio autor señalaría los «de hadas de Hans
Christian Andersen»; obras como El
farolero de Marie Cummins (1854); País
de 36.000 voluntades de André Maurois (1929); o El hombre de la Pampa de Jules Superville (1923) (libro escrito
originalmente en francés pese a ser uruguayo su autor y que se abre con esta
frase: «Ensueño y realidad, farsa, angustia, he escrito esta pequeña novela
para el niño que fui y que me pide historias…». Aunque a nosotros, fuera de
esta referencia concreta se nos hace más difícil encontrar relaciones influyentes
directas con la obra de Exupéry).
También creemos que Mary
Poppins influyó al autor. No en vano, Eugene Reynal, editor de la novela de
Pamela Travers, fue impulso fundamental para que Exupéry escribiera su cuento
(única obra de Exupèry escrita por encargo, en concreto como un cuento de
Navidad), y después fue el primero en publicarlo.
Pero, a nuestro parecer y, por supuesto, el del profesor
Denis Boissier, que mostró numerosas referencias cruzadas: la rosa, las
estrellas, la boa, el zorro, el cordero…:
el relato que abunda en referencias y textos que muy
razonablemente habrían iluminado, siempre para bien, a Saint-Exupéry y su
Principito sería Patachou, petit garçon de
Tristan Derème. Novela que relata las aventuras de la imaginación de un niño también
de seis años, juguetón y curioso, especial y soñador. “Hábil en las
fantasías, me recuerdas un niño que fui, en otro tiempo…”, dice el
narrador de él, igual que Exupèry de su Principito.
Aunque historiadoras como Annie Renonciat niegan la deuda
directa de la obra con Patachou,
vinculando El Principito a la
tendencia propia de la época, de busca de la simplicidad y la claridad. Algo
que a nosotros nos parece improbable teniendo en cuenta que esa “tendencia”
bien pudo ser la previa a la Gran Guerra en los movimientos contrapuestos al
simbolismo francés, o la de los alegres años 20’, pero no, definitivamente, la
del momento en que Saint-Exupéry comienza a escribir su obra universal, en
plena II Guerra Mundial (inicios del verano de 1942).
Así, con esta edición lo que pretendemos es reivindicar un
texto admirable, injustamente olvidado, y de paso incitar a todos a leer (o
releer) El Principito con una nueva
óptica.
En todo caso, nada disminuye para nosotros la valía de la
obra del aviador francés el hecho de que pudiera estar influida o inspirada en
la deliciosa historia Patachou de
Derème. Como afirma certeramente Denis Boissier «…decir que Saint Exupéry
plagió Pataxú es exagerado. Pretender que solamente se inspiró, es decir demasiado.
En el primer caso, se insulta la memoria de Saint-Exupéry. En el segundo, no se
hace justicia a Tristan Derème».
Las influencias literarias en la historia de la literatura
universal muy a menudo no restan sino que complementan a las autobiográficas y
viceversa. Del mimso modo aquí. El zorro es claro que evoca al fénec que domesticó Saint-Exupèry cuando
estaba destinado en Cabo Juby (1927); pero tal vez fuera en el recuerdo de Patachou cuando lo imaginó como
personaje. “¿Querrás enseñarme a
domesticarlos?”, dice Patachou de
los pájaros de los plataneros… “Haces
avergonzar a los zorros”… cita más adelante. Y también encuentra un pozo
imposible:
¡Un pozo, hay un pozo al final del jardín! Es la
sorpresa. Pataxú se precipita…
… ¡Horror! Es un falso pozo. Es un mísero
cilindro de cemento, instalado sobre el suelo, y coronado de un doble arabesco
de hierro, cuya cima deja caer inocentemente una cadena demasiado corta y la
vanidad de un cubo…
… Hemos colocado una tapa de madera sobre el
pozo. ¿Qué ocurre bajo esa tapadera? Ya no lo sabemos muy bien. Basta con estar
alejado de las cosas o no verlas más para imaginar libre y felizmente sobre
ellas y atribuirles todos los misterios…
Así, avanzando por la extraordinaria narración de Derème, sentimos
a Patachou como un hermano primogénito
de El Principito al que éste, como
todo hermano menor, emula. De este modo, como ya hemos apuntado más arriba, varios
símbolos de uno aparecen en el otro.
Como el bozal que la tía Matilde pone a la cabrita con la
que viajan en tren; o elefantes, boas y baobabs:
… centenas de elefantes que barritaban mientras
afilaban sus impresionantes defensas contra los baobabs de tus ensueños…
… ¿Ignoras que su trompa es
tan terrible como una boa, y que una boa puede asfixiar un buey? Los elefantes
son enormes animales que tienen una boa en la punta de la nariz:
“Mon dessin ne représentait pas un chapeau. Il
représentait un serpent boa qui digérait un éléphant”, El
Principito. (“Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba
una serpiente boa que digería un elefante”).
Las montañas en las que el eco responde al Principito: “Estoy solo… estoy solo… estoy solo...”,
evocan a Pataxú:
Lo esencial, ¿no es que él sea feliz, y que
usted sea feliz como él? Y se puede ser muy feliz sin vivir en la gloria y sin
ir a sentarse, al revuelo de ovaciones, a la cima del Himalaya. Piense que hace
mucho frío en la cima de las montañas; se resfría uno fácilmente. Es un lugar
peligroso y se está un poco solo…
La caja en la que podemos reconocer al único cordero que será
por siempre el nuestro, o donde retendremos a nuestra estrella:
La otra noche, me pidió una estrella. Le dije
que, quizá, con una red de mariposas que tuviera un largo mango... Vamos, que
le prometí que atraparía una estrella y que la colocaría sobre la esquina de su
almohada. Diez minutos después, dormía dulcemente. Pero al despertar:
—¡La estrella! —gritaba— ¿Dónde está la estrella?
—¿No ves que es de día? Se volvió a marchar.
Tenías que levantarte más temprano. Ella estaba ahí, cerca de tu mejilla.
Hubieras podido cogerla con tu mano.
Él me respondió:
—La próxima vez, la pondrás en una cajita. Ya no
podrá irse.
De nuevo he hecho lo que él quería. Tenemos una
pequeña cajita.
—No la abras —le digo—. La estrella se escapará.
Él gira la caja y la vuelva a girar:
—¡No pesa mucho, tu estrella!
Pero está muy orgulloso de su tesoro. En
secreto, le ha dicho a la vieja cocinera:
—¡Chis! Tengo una estrella
—¡Guárdala bien!...
Ovejas, sombreros, y la reivindicación de que el
entendimiento de las gentes menudas es más profundo que el de los mayores:
Qué sería de mí si no tuviera a Pataxú, si no
pudiera a todas horas oír sus silogismos, y si no me demostrara, cuando él
gustase, la inutilidad de los sombreros. Es un peligroso sofista que le
demostraría muy fácilmente, si se le antojara, que los niños pequeños conocen
los secretos del universo mucho mejor de lo que pueden hacerlo los mayores.
Pero el próximo verano, si hace mucho sol, me preguntará por qué las ovejas no
tienen sombrillas…
También la máquina voladora a modo de cometa tirada por
pájaros silvestres con que el Principito vaga entre los asteroides (cuya
inspiración gráfica pudiera estar en The
Man in The Moone, Londres, 1638, de Francis Godwin. Véase la imagen en http://www.lindahall.org/francis-godwin/):
… yo no te aconsejo cabalgar una nube; pasarías
a través de ella.
—Pero si pusieras un mango más grande a mi red de
mariposas, y si atrapara una nube, quizá ella me llevaría… Cuando sea mayor,
tendré una bella caballeriza, llena de nubes; tendrán cada una un nombre y una
caseta; y cuando quiera pasearme en el aire, ¡engancharé dos o tres a mi carro
volante!
¡Qué crío! Vaya a hablarle pues de prudencia.
Repítale que simplemente solo hay que tratar de estar contentos, sin soñar que
en otro lugar haya más felicidad: le responde enganchando nubes; y luego ríe,
balanceando sus pies desnudos…
Ahora bien, el viejo tío de Patachou, quien nos narra sus peripecias, parece dirigirse al
propio niño, mientras que Saint-Exupéry se diría que le habla a todos cuantos
le leen. Pero de igual manera vemos a menudo reminiscencias del tono del tío de
Patachou en las palabras de nuestro
aviador a la espera de la amabilidad de alguien que le informe de que el
Principito ha vuelto:
¡Cuántos hombres se parecen a Pataxú! En el
fondo, quizá los hombres no sean más que niños cuyo candor está un poco
marchitado.
Todo está en Pataxú: el sol, las estrellas y la
misma luna. Todo le corteja. Habíamos viajado todo un día para venir a Passy.
Habíamos atravesado Francia. Al anochecer, Pataxú, la nariz en el cristal del
vagón, suelta un gran grito:
—¡La luna!
—Sí, es la luna.
—Me ha seguido…
Finalmente, al margen de símbolos concretos, también las reflexiones
del narrador o del propio niño nos evocan al Principito. Por ejemplo aquellas sobre
rosas y estrellas “Una rosa marchita, una estrella apagada, ¿no es
lo mismo?...”; o ésta sobre los pájaros:
… es así cómo podía darnos el sabio consejo de recolectar los días; es decir, de coger,
de la rama, las rosas y las naranjas en el momento en que están a nuestro
alcance. Pero es algo, me temo, que nosotros jamás sabremos hacer. Nosotros
siempre estamos esperando, y mientras tenemos ante nosotros una pequeña alegría
permitida, miramos al aire, pensando en los bellos pájaros de ayer, que ya han
levantado el vuelo. Cuando bajamos la mirada para volver a las cosas reales, la
dicha sencilla, que nos esperaba sin embargo con paciencia, también ha echado a
volar. Ese será nuestro arrepentimiento de mañana. Y le pregunto, ¿acaso
nuestro arrepentimiento de hoy nos ha hecho alcanzar los pájaros de ayer?...
También el inquietante concepto del regreso de viajes tanto
reales como ficticios:
… querría tener alas.
—¿Para hacer el qué?
—Para ir a otro lugar.
—Y, ¿cuándo estés en otro lugar?
—Regresaré.
—Entonces no merece la pena moverse. Tú estás
aquí, sentado a mi lado; solo tienes que suponer que has hecho un gran viaje…
Y qué decir del hecho de ver lo esencial con más clarividencia
con los ojos cerrados:
—¿Por qué los hombres no caminan hacia atrás?
—No lo sé, Pataxú. Es, tal vez, porque no tienen
ojos detrás de la cabeza. Siempre quieren ver dónde van. ¿Siempre…? Se podría
reflexionar sobre eso. Sé de muchos que, en la vida, cierran los ojos. Se
abandonan a las bellas esperanzas, y para estar más seguros de que el destino
no contradice sus sueños, solo se miran a sí mismos, donde están todas sus
quimeras…
En definitiva, queremos compartir con todos vosotros este
libro de Tristan Derème, una de las más reconfortantes narraciones que hemos
leído, cargada de inocencia, de significados (una gallina que se llama
Clitemnestra, acaso hermana de Cástor, convertido aquí en perro de la familia;
el gato Clodomiro, rebosante de filosofía, que no conoce el resentimiento; la
tortuga Ulises, como el intrépido guerrero y navegante, que también se
replegaba sobre sí mismo para volverse más fuerte…), de alegría, y de profundas
reflexiones vitales. Todo ello hoy tan necesario en un mundo que tal vez se va
deshaciendo de sus referentes éticos en un viaje “directo a bandazos” hacia el
caos. Como diría con fina ironía Patachou:
“voy derecho como una zeta a la
inmortalidad”.
Finalmente, con este extraordinario libro que aquí glosamos,
Ediciones Evohé presenta el lanzamiento de su nueva colección: “Ultravagantes”, dedicada a autores que
ya hace años se marcharon a escribir a los Campos Elíseos, el Nirvana, los
Campos de Aaru, el Jardín del Edén, el Valhala, la Yanna…
Recuperar aquí textos tal vez desconocidos junto a otros
famosos (como nuestra próxima publicación, que será La lámpara maravillosa de Ramón María del Valle-Inclán acompañada
de un pormenorizado estudio de Juan José Martín Ramos, titulado Poética de una matemática celeste) se
convertirá para nosotros en una empresa de infatigable entusiasmo que haga más
ciertas aún las palabras del tío de Patachou
“los hombres viven así, por lo general,
con una vana pero agradable esperanza”.
Os recomendamos vivamente compartir con nosotros el extraordinario
goce de leer las historias del pequeño Patachou.
Dice Derème en su novela que en una cuba, o bajo el hocico de una cabrita,
uno puede llegar a descubrir la imagen de los recuerdos que se querrían
olvidar. Pero que a veces, aunque uno pueda tratar de bebérselos, permanecerán
en el fondo de la cuba, precisamente los más amargos.
Muy al contrario, tras leer este indispensable libro, en el
fondo de la cuba de vuestros corazones quedarán unos recuerdos que desearéis no
olvidar jamás. Precisamente los más dulces.
Jaime Alejandre, editor
“… Pataxú no se inmuta; pone su gesto más serio:
—No puedes estar más en lo cierto: hecho.
—¿Cómo?
—Sí, he hecho un gran viaje.
—¿Y eso cuándo, caballero? No nos hemos enterado.
—La otra noche.
—Y, ¿dónde has ido? ¿Qué has visto?
—Me fui de puntillas cuando creí que dormías.
Había un gran claro de luna. Atravesé el prado. Todos los pequeños champiñones
blancos, que tienen la parte de abajo rosa, danzaban sobre un pie.
—¿Danzaban?
—Sí. Durante el día tienen miedo de que los
cojas; se hacen muy pequeñitos, no se mueven. Pero cuando estás dormido, todos
bailan y saltan por encima de las luciérnagas…
—Y luego,
¿dónde fuiste?
—¿Luego…? ¡Oh! Sabes, aún soy muy pequeño. Así
que no puedo mentir durante mucho tiempo.
—¿Cómo? ¿Mientes?
—¡Oh! Ya no miento, puesto que digo que mentía…
Pero, ¿por qué dices que los viajes son inútiles porque luego se vuelve a casa?
Es muy necesario volver a contárselos a alguien.
—Es, en efecto, el mayor disfrute de los viajes.
Las avutardas y las torcaces continúan pasando
por encima de las colinas.
—¿Qué haces, Pataxú…?
Sacude los pequeños plataneros y mira los
pájaros gritando: «¡Inútil!».
—No ves que —me responde Pataxú—muevo los
plataneros para que los pájaros los vean bien. Van a creer que están en África,
y les digo que es muy inútil ir más lejos ya que deben volver a pasar por aquí
en primavera. Si lo consigo, se posarán en el prado y podremos retenerlos todo
el invierno. ¿Querrás enseñarme a domesticarlos?
¡Agitemos los plataneros para hacer descender a
los pájaros hermosos! Los hombres, Pataxú, no hacen otra cosa; pero los sueños
alados continúan deslizándose en el firmamento, sin oír nuestros deseos ni
saber de nuestras lágrimas…”.
(Fragmento de El pequeño Pataxú, Ed. Evohé, Colección
Ultravagantes, 2017).
(Diseño de la Colección Ultravagantes: Juan Pedro de Gaspar)
(Diseño de la portada y autora de la ilustración: Sandra Delgado)
No hay comentarios:
Publicar un comentario