Vivimos una sociedad en la que la
velocidad infinita y los cambios hiper-acelerados han convertido a la novedad y
a la “juventud” en un valor en sí mismo, al margen éste de demostración
empírica. Todo lo nuevo es bueno. Todo lo joven es mejor.
Esta tautología, sin apropiada
argumentación caso a caso, se ha trasladado en el ámbito de la poesía a la
infalible vaticana verdad de que sólo los poetas muy jóvenes escriben versos
interesantes. Cierto es que mucha frescura bienvenida hay en algunos de estos
jóvenes, pero desgraciadamente (será cosa de los tiempos rancios que vivimos)
la mayoría lo que hacen es replicar cosas ya manidas hasta el sarcasmo. Que sus
autores se crean muy vanguardistas con sus poemas de exabruptos y otros
futurismos no demuestra otra cosa que lo poco que han leído algunos de las
nuevas generaciones.
Sin embargo la realidad es
renuente a las modas así que se empeña en dar sorpresas a quien intente estar
si acaso un poco atento, aunque sea con un ojo avizor y el otro tuerto por las
necesidades que impone esta sociedad de consumo estresante.
Perdón por este largo introito a
lo que de verdad interesa, que no es otra cosa que hacer pública alabanza y
reverencia al libro de poemas que acabo de degustar, cuyo autor puede presumir
de estremecedora juventud a la luz de sus versos aunque su dni se chive de que sus
lustros de lustres ilustres años van más allá de la docena con ganas.
El libro en cuestión es “Sutiles territorios de memoria”
(Ediciones Vitruvio, 2017, número 628 de la colección Baños del Carmen, que se
dice pronto. Algún homenaje ya habría que hacer a su muñidor, Pablo Méndez, que
tanto hace por la salud poética de este país). Su autor, el poeta Manuel Cortijo Cieza (Plasencia,
Cáceres, autor de los libros De un pájaro de amor que anidó primavera al
oriente de Capadocia, Romanza del halcón y el agua, Alba espuma y Hazversidades Poéticas).
El libro es uno de los más
importantes del año sin duda y me atrevería a decir de la década. Es metáfora
en estado puro. Esto es, en él la verdadera ars poética late en cada una de sus
letras. Libro integralmente (salvo en poemas de las páginas 23 y 43) de poemas
encabalgados: recurso innovador y acertadísimo, para nada gratuito y por llamar
la atención sino que expresa de exacta manera formal ese territorio sin
fronteras que es la memoria, objeto concreto de este texto.
Ahora os voy a pedir que confiéis
ciegamente en mí y que busquéis este libro si
mucho más sesudo análisis postergador del goce de su lectura. Porque verdaderamente
me resultaría imposible ponerme aquí a hacer un “análisis” de sus versos: por
un lado, con mi limitada capacidad, no estaría ni a la altura de lo que se
arrastra por no saber elevar la mirada; y por otro lado, allá donde fuera que
yo comentara, sería un insulto a la rotunda belleza del mensaje y mensajero de
este libro. Eso sí, de él tengo que decir, como de algunos otros pocos, que ha consumido
toda la tinta de mi bolígrafo subrayándolo. Entonces ¿cómo honrarlo con
palabras importadas o impostadas mías? ¿Cómo no faltar a su respeto y mucha
altura citando lugares comunes de diletante filólogo sin título?
Creedme, este impresionante libro
sólo se explica y se transmite por sí mismo. Para acercarse a lo que contiene
exclusivamente se podría hacer trascribiendo aquí todos y cada uno de sus
versos indispensables. ¿O no lo son estos?:
“… como el árbol en su magnificencia
vivo de lo que tengo sepultado”.
En fin, desdiciéndome a mí mismo
y simplemente para lanzar el anzuelo para vuestros líricos apetitos, vayan aquí
unos versos:
HAY UN LUGAR
“… Soy roca, sangre, agua,
brújula marcando hacia nostalgia…
… Sucede que te busco
náufrago de mí, anhelo de mi patria,
terrenal bastión de cielo.
Temprano sin ayuda te ocultaste, madre,
apuntalé los ojos para verte,
dispuse las pupilas para asirte
pero el dolor de crecer sin contigo,
inundó el calendario sin ti.
La vida se me hizo árbol de
piedra
hojas perennes de piedra los días
ramas perennes de piedra los años…”
VIVIR A DIARIO
“Aún ganando latitud a la locura,
agota vivir a diario…
… asear la conciencia,
inventariar las heridas.
Agota enfrentarse al desafío
continuo de imaginarlo todo,
mentirse a cada instante,
navegar enemigo del monzón
en un mar a la deriva.
Mejor que este vivir a diario
es morir prematuramente,
desoír la respuesta oficial,
predicar la palabra “no”,
desvanecerse en la letra minúscula.
Hoy…
… me crucifico a tu nombre para siempre”.
HAY UN NIÑO QUE MIRA
“… Tenía siete años,
me enseñaron el miedo y sus preceptos,
pronto aprendí a sostenerme
sin la ayuda de largos dictados,
me usurparon
los besos maternales por decreto,
los sueños en bruto,
los cuentos jamás estrenados,
crecí en soledad.
Y ocurrió que mataron al Hombre,
modélico en clase forjaron a Dios,
instauraron los rezos, las calles prohibidas,
la amenaza extraterrestre
del pecado en versión original…”.
En conclusión, creo que leer este
impresionante libro nos acerca a lo inefable, a lo más bello que en el hombre
habita pese a todas las insidias con las que nuestra especie tiene a mal
recubrirse.
No tardéis que:
“Como nieve vencida
lento el crepúsculo se entrega…”.
1 comentario:
Me adhiero (me adhierro) a sus ilustres comentarios, querido Capitán. El grumete Cortijo, con el que compartí el gozo y el honor de subir a la nave de los Hazversos gracias a usted, es un VersoHumano incomparable. De su mano la Palabra se agiganta siempre a la caza de Horizontes y Verdades. Me hago copartícipe de sus opiniones, don Jaime. Un fuerte abrazo.
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