Hace 39 años, un 19 de enero de
1979, viernes, cuando yo tenía quince, al llegar a mi cuarto desde el colegio,
escuchando una canción de Leonard Cohen, escribí mi primer poema. Poema pésimo
y adolescente. Pero iniciático también de quién y cómo quería ser yo en la
existencia, escritor. Aquí lo copio pues aún lo conservo junto a la fecha
exacta en su trascripción con la Olivetti de mi padre. Desde entonces la
palabra escrita ha sido mi patria. Afortunadas han sido y son mis horas por
ello.
Uno de los últimos jalones de esa
insensatez de la memoria escrita (poema no mejor que aquél, ni menos
adolescente, e iniciático también, a su manera) acompaña asimismo estas
palabras de mi 39 “escriversario”.
Vayan también dos fotos: una de
antes de empezar a escribir versos; la otra, la última que me han tomado, hace
tres semanas; ambas llevando “prenda de cabeza”. Entonces por imperativo
materno-legal; hoy por los rigores del frío en mi despejado cráneo…
Vivir es un enigma, pero el más
bello enigma que hombres o dioses pueden siquiera alcanzar a imaginar.
Seguir viviendo, un regalo que
disfrutar detenida, intensa, apasionadamente… Con los ojos asombradamente
abiertos cada segundo. Sigo…
Hoy soy yo por fin yo mismo
con contrato
indefinido,
tras años de
ser, si es que eso es ser,
a tiempo
parcial, hombre.
Me anula el
amor
los convenios
colectivos
de la miseria y
de lo triste,
y descubro la
curiosa
ley de la
meteorología:
que nube y
lluvia son
accidentes
atmosféricos y sale
Aprendo que lo
feo,
la palabra
“cortijo”, por ejemplo,
no tiene por
qué estar
en los versos
que me crecen.
Y celebro sin
perplejidad
ya la vida que
no tiene
límite, sólo
horizontes.
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