Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

06 noviembre 2022

Gonzalo Sánchez-Terán aniquila las lindes del Mal


Una vez más, lo que ya se ha convertido en proverbial empecinamiento, viene Gonzalo Sánchez-Terán a sacarme de mi anomia social con la contundencia inmisericorde de sus versos: “Y corrí cual si el Mal tuviera Lindes” (Reino de Cordelia, 2022).

Libro que debería ser de obligada lectura en los colegios, y no esas vanas banalidades inanes de idiotas que aprendieron a darle con el dedito a la tecla del teléfono inteligente (ellos no) para separar en líneas cortitas la nada de sus pseudo-líricas divagaciones.

Autor que debería estar en las grandes Ferias de Libros: Frankfurt, Guadalajara, Madrid o Barcelona, en vez de tantos mamarrachos estafadores basílicos, raperas del acné, buscadores de taxis cuando llueve y nepotes conseguidores profesionales de premios exentos de vergüenza y tasas.

Perdón por el desafuero. Pero no puedo dejar de mostrar mi ira, acólito de Gonzalo, que ahora también deja vislumbrar la cólera en sus versos: “no habrá compasión para quien corra / en dirección contraria a los encuentros, / haciendo a los distintos, desiguales, / no habrá perdón, y ni saber ni fe / serán capaces de absolver su vida”. Sí, Gonzalo, tras veinte años de infamias, ha saltado del verso hímnico, al apocalíptico, flamígera espada justiciera en mano, sabedor de que “la propiedad privada no es un robo, / el robo es que jamás cambie de manos” y que “comprender el mal que habita el mundo / sin partirse la faz contra sus zarpas / es otra forma de justificarlo”.

Gonzalo, honrado, digno siempre, sin descanso siempre, sin ampararse cada día en su propio espejo de privilegiado. Laborando para los otros, los que no tienen brazos ni agua donde tomar las fuerzas. Gonzalo, reivindicando a la mujer de Lot, porque:

 

“Si no vuelves la vista atrás y miras

arder rebaños, casas y jardines,

el alarido atroz de tus hermanos

tallados por las llamas, su dolor,

si no observas el mal y reconoces

sus huevas en la singles de la historia,

si evitas contemplar la desventura

y no recuerdas…

… si tapas los oídos al espanto

y cercas tu vivac con alambradas,

cómo, Lot, te precaverás del fuego

cuando fundes tu próxima ciudad,

y quién acudirá con baldes de agua

si el viento trae la llama a tu tejado,

 

cómo, di, te reclamarás persona

si sabes como yo que quien no es lluvia

es otro palo más sobre la pira.

 

Gonzalo: más de veinte años organizando proyectos de emergencia (el mundo mismo es una perpetua emergencia en algunas latitudes, las de los desheredados) en campos de refugiados en Guinea Conakry, Liberia, Costa de Marfil, República Centroafricana, Chad, Dar Sila, Darfur, Etiopía, Somalia.

 

La imprenta del mundo (Jordania. Refugiados yemeníes, sirios y somalíes. Noviembre)

 

Honrad a quienes lloran sobre tumbas

con nombres de alfabetos que no entienden,

con símbolos de un dios en que no creen,

y ciertas son sus lágrimas saladas

pues fueron hombres los que allí reposan

por encima de lenguas y de credos.

 

Celebrad a quien cuida de sus árboles

porque son de la Tierra no por suyos,

y sus ojos son ojos de los puentes

que salvan el abismo entre las razas.

 

Honrad a quien descifra el firmamento

igual que honramos el olor a lluvia.

 

Amad.

         Amad a quienes la paz aman

y odiad a quien ama la paz a costa

de la justicia o de la paz ajena…

 

 

Gonzalo, en vez de aburrir a la existencia con sus adolescentes desamores habla por los otros, los que no tienen voz, ni tres comidas al día. Tantos que solo plañen en sus instagrames (yo el primero), olvidan que se llora mejor por los demás que por uno mismo. Con más elegancia y gallardía. Claro que para llorar en nombre de los otros hay que salir del concéntrico ombligo y arriesgarse. Y al parecer eso no se lleva.

 

Miles de millones de manantiales (Frontera entre Costa de Marfil y Guinea Conakry. Milicias armadas. Violencia. Septiembre).

 

No zarpan los navíos de los muelles

sino de la imaginación de un hombre

o una mujer con un papel y un lápiz.

Todo nace del sueño de un humano,

del alma prisma expuesta a la luz blanca

como incienso de sándalo que ocupa

los almacenes desabastecidos.

 

De nosotros.

                   No hay mano que no pueda

firmar un armisticio. No es posible

que tomen nuestros pies cada camino

pero inventamos las encrucijadas.

Inventamos el libro, por ahora

la única derrota que la muerte

ha sufrido en el cosmos.

 

                            De nosotros,

de la rama a la que se aferra el caos,

parten las fechas hacia su jornada

y cuanto existe parte hacia su nombre.

Sin nosotros la vida no sería

más que existencia. Solamente tiempo

cumpliendo espacio por la eternidad

Somos el tabernáculo encendido

donde se ovilla la belleza en celo,

quienes hacemos con el Todo un ambos.

 

No zarpan los navíos de los muelles,

no brotan las auroras de la noche,

barcos y auroras nacen de las manos

que procrean el bien y los poemas,

nacen de ti y de mí, hermano mío.

 

Pero Gonzalo sí, Gonzalo nos arroja las treinta monedas de sus versos dignos repartiéndolos “En las fronteras”, “Personas que caminan”, “El sentido” y “Proemio a las obras completas del mañana” (obras completas, por cierto, que se resiste Gonzalo a dejarme publicar, por una especie de incomprensible pudor de quien cree que está aún por construir su perfección de poeta indispensable).


Sabe Gonzalo que “somos jaurías o familia somos”, no existen más opciones en este mundo, sí, binario, donde de una parte campa la Dignidad, de otra el Mal. Por eso, en la encrucijada (inventada por nosotros, ya lo dice nuestro poeta), hay que optar. Negarse una vida, y por la otra decidirse. Y él, Gonzalo, lo sabe. Porque ha estado allí, en todas las encrucijadas del mundo del horizonte de los ojos y del corazón, él sabe que “más bello fue vivir creyendo en algo”.

 

Poemas los de este libro de Gonzalo con referencia solo al lugar y al mes (apenas uno de ellos incluye el año de redacción), porque en este mundo en avanzado estado de putrefacción, todos los años se repite la misma miseria, lo que hace inútil, superflua, la datación Carbono 14 o no mediante. “Guinea. Campo de tránsito para refugiados liberianos de Nonah. Marzo”, “De camino a Tezamira. Norte de Etiopía. Tercer año de sequía”.

O datado en Gbarnga, en el interior de Liberia, caminando por la ciudad saqueada tras el último ataque rebelde, su monumental poema Anclas de corcho: “En el fondo / sabemos que ser justo es ser extremo…”.

 

En conclusión, quien se respete a sí mismo, que deje de escribirnos y colgarnos en estas redes su poema autoplagiado año tras año sobre su pena propia. Que en su casa escuche la Tercera Sinfonía “de las lamentaciones” (Opus 36) de Henryk Górecki. Y que corra “cual si el Mal tuviera lindes” a comprar este libro indispensable para decidirse a amanecer cada mañana. Todavía.

 

Estrategia de acción directa.

 

         Los hombres crecen como las ciudades,

alejándose de su centro histórico,

dejando atrás callejas bautizadas

por antiguos oficios de artesanos

para agrandarse en anchas avenidas

con nombres de soldados y políticos

hasta desconocerse  en carreteras

anónimas o en urbanizaciones

uniformes, silentes, indistintas,

y crecen hasta que entre su ciudad

y la ciudad siguiente ya no hay campo.

 

Así crecen los hombres.

 

Y también crecen como las iglesias,

traicionando el mandato de su origen

-la verdad, el amor y la justicia,

partir los panes al caer la tarde-

para alzar templos como fortalezas

donde juntar el oro de sus fieles

y convocar milicias que lo guarden,

besando el manto y acatando el orden

de quienes persiguieron a su apóstol,

hasta reconocerse solamente

en el temor a las demás iglesias.

 

También así crecen los hombres.

 

Yo quisiera crecer como el olivo,

la encina, el fresno, el álamo, la higuera,

que no saben en qué país arraigan

ni buscan otra plata que la lluvia,

protegen aves, y hallan su grandeza

no creciendo más, sino siendo bosques.

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