Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

08 marzo 2012

Fantasmas de mi infancia



Ángela Reyes (Jimena de la Frontera, Cádiz), una de esas bellísimas y dulces personas que todavía quedan, una de esas personas tan necesaria siempre en tiempos de tribulación, y que además es una magnífica narradora y poeta, cofundadora de la resistente Asociación Prometeo de Poesía, ha publicado recientemente un nuevo poemario: “Fantasmas de mi infancia” en la editorial de esas otras dos magníficas personas que siguen siendo Charo y Antonio al frente de la rebeldía vindicarte de su Huerga&Fierro Editores.
El libro es deslumbrante, en especial en estos tiempos de clonación de todo, porque se sale del molde no sólo formal sino también de tono y de tema.
Ya desde el primer poema me he sentido cómplice. Yo recuerdo aún con mucha intensidad y no poca nostalgia al mielero que venía a mi casa de la Ventilla de Madrid a principios de los 70. Verle manejar su paleta de madera redonda y llenar los tarros sin dejar caer una sola gota es uno de los recuerdos visuales más intensos de mi infancia. Y como bien dice Ángela “la vida, al recordarla, duele”, pero cuando se recuerda de la mano de poemas como los suyos, es un dolor a veces bueno. Es curioso pero en Lengua de Signos Española (para personas sordas) el signo de dolor y de dulce con las manos es el mismo sólo cambiando la expresión de los ojos… Por algo será.
La rememoración de un tiempo y sobre todo de la persona de la madre de la autora me parece tremendamente original en estos momentos (y en todos los tiempos; un libro de una hija a una madre es una genuina rareza). Y los poemas de Ángela lo abordan con una sensibilidad exenta de la previsible sensiblería de manera cercana y cómplice para el lector. El poema de la página 41 hablando de las cosas “quizás” innecesarias pero que las tormentas no pueden desvanecer, como una nana “que no hay reloj que la recuerde” pero que a la autora (y al lector) se le espesa en la garganta… es un poema que produce una turbadora nostalgia.
Y ello trufado de versos rotundos que obligan a subrayar el libro sin mesura: “…un hombre / con la misma estatura de Dios envejecido… … con tristeza indecisa…”, “¿Quién se olvida de una mujer / disuelta entre la bruma de los anocheceres, / untada en la brea de viejos marineros, / envuelta en el dulzor de la llovizna…”.
Sensaciones trasmitidas por Ángela con una delicadeza y una precisión lírica estremecedora: “¿Qué voy a hacer si todo lo recuerdo? / Qué parte de mi vida arrojo a los gorriones / y qué otra parte guardo en agua de morera…”
Y poemas completos que se erigen como estandartes de todo el libro (“y 3” página 26). Poemas esenciales de toda poética que se precie como ése también de la página 37 dedicado a su primera maestra de la que no recuerda el nombre. ¡No puedo imaginar ningún escritor que no haya deseado alguna vez escribir este poema!
Poemas inclementes como el alegato que nos recuerda (página 39) que “en todas las familias hay un muerto / que no se queda frío, que no se deja sepultar. / Su nombre se nos pega entre los labios…”. Qué bello poema para incorporar, por ejemplo, a tanta tristeza como necesariamente encierran las asociaciones de Memoria Histórica de cualquier país…
Y cómo no señalar ese estremecedor poema con Salgari (¡mi Salgari! de los piratas de Mompacén) acompañando la conversión en espuma del corazón púber de la poeta…
En fin, enhorabuena por tu extraordinario libro y sobre todo gracias por haberlo escrito.
Sí, Ángela, gracias por escribir. Que no nos falte nunca tu palabra, Jaime alejandre

“Entre mis cosas guardo un viejo libro
más alto que una torre,
a donde me asomaba cuando la pubertad
me puso el corazón lleno de espuma
y en el cuerpo
un vocerío de campana.

La historia que contaba era de ángeles guerreros,
de jinetes hermosos, húsares y piratas
que a galope tendido iban por mi niñez.
Al pasar me rozaban y encendían mi talle
con su mano templada.
Al pasar y mirarme con sus ojos de vidrio
yo me hacía de sal y melancólica.

Madre, cuántos guerreros de Salgari
corrían por las páginas del libro.
Salgari y sus jinetes, Salgari y sus corsarios
y yo tan sola
con todo el peso del amor primero,
doblándome bajo la lluvia;
esa lluvia del hombre, la que empapa
y colma el corazón hasta sus vértices.

La inocencia se acaba con el primer temblor.
Lo demás, es un largo beso
que se adhiere a los labios
y los marca
y los duele con su borde de sable.

Ya no tiemblo,
pero guardo ese libro
que aún no he acabado de leer
por miedo a que se borren los chicos de Salgari,
por miedo a que mis ojos y sus aguas
los disuelvan
y nunca más pueda besarlos.
El libro aún conserva una marca de lumbre
con todos los temblores
que me tuvo en vigilia y fatigada".

(“Fantasmas de mi infancia”, Angela Reyes, Huerga&Fierro editores, 2011)
(Fotografía © Marta Muñoz, 2011, http://www.marmotarroja.blogspot.com/)

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