Hace un año y pico conocí a Manuel Longares. Su personalidad me impactó. Un hombre bien conocido en este mundo (opresivo a veces) de las Letras, que publica en las grandes editoriales de este país y que ha obtenido importantes premios y reconocimientos y que, pese a todo ello, conserva un halo de timidez, de bonhomía y de humildad que debería ser modelo para tanto mediocre escritor investido, no se sabe por qué bula, de vergonzante soberbia.
Al poco tiempo me leí su libro “Romanticismo”, que me dio una decena de buenas razones para sentirme bien en el mundo como lector. Y, como en nuestra civilización cristiana occidental toda serie de diez puede resumirse, cual los mandamientos, en dos, reduciré mi sentimiento en dos ideas: mi admiración por su obra y mi resucitada esperanza por la literatura contemporánea española.
En efecto, si una obra compleja, con un lenguaje preciso y elevado, con frases que, lejos de la moda de lo telegráfico, se “atreven” a usar el relativo en párrafos largos que tanto encierran en sí; si una obra como la de Manuel Longares, sin concesiones, fue premiada por la Crítica y leída por tantos españoles, es que no todo está perdido. Allahu akbar!
“Romanticismo” me ha parecido una magnífica novela (escaso valor el de este juicio procediendo de un diletante, pero es lo que hay), galdosiana en el mejor sentido del término, pues en Galdós todo es lujo. Una novela que entra sin miedos en la realidad y en la emoción y además lo hace con un humor inteligente de ese que sólo genios como Jardiel eran capaces de poner en tinta junto a sentimientos de los que agarrotan el corazón y cortan el aliento.
Un texto que, ambientado en la primera Transición, sin embargo tiene realidades absolutamente contemporáneas que ayudan a entender el día de hoy (extraordinario crisol de personajes donde por ejemplo las “sirvientas” filipinas son un hecho absolutamente actual). O la persistencia de los satisfechos, los triunfadores, (Página 478 de mi edición en “Punto de Lectura”), esos tipos “sexta generación de abogados del Estado” –¡¡conocí a un tipo que se autopresentaba así!!- que en verdad siguen ganando la Guerra y la Posguerra Civil todos los días…
Desbordante en el trascurso de los acontecimientos que narra Manuel Longares, de repente, cuando el escritor tiene ya confiado y sonriente al lector, hace un magistral cambio por diagonal, como dicen los jinetes, y aparece ese juez rojo y ese casanova y la amargura más cervantina se hace dueña de la novela para hacernos comprender que nos están mostrando la naturaleza humana, la individual y la colectiva, la personal y la histórica.
Y en la intraliteratura de esta novela uno encuentra además instantes de esos que, como sólo algunos de Zweig o de Nerval, ya no se le olvidarán al lector a pesar de los miles de libros leídos apenas para la desmemoria y el olvido. Me refiero, a una secuencia magistral, la del encuentro en Viena Capellanes. Un momento estelar que jamás olvidaré (páginas 150-51 ¡!) y del que no doy más señas para no despanzurrarlo al lector que gracias a estas líneas tal vez acuda a la novela de Longares.
En fin, novela que también en otras secuencias se vuelve antológica, descabellada, jardeliana: la muerte de Máxima es “simplemente” un desbordante ejercicio de sabiduría humana y literaria escrito además como si nada, como si fuera fácil decir lo que Longares dice y cómo lo dice.
Y es que Manuel Longares borda la atmósfera de tristeza sin “titulares” (páginas 430-31) la historia ridícula, pigmea de los que son perdedores no porque nunca ganan sino porque ni siquiera juegan.
Personajes que se meten hondamente en el corazón de uno: esa Pía cuya tristeza es la de lo que fue imposible y sin embargo una tristeza que no se la llevó por delante. Como a tantos anónimos vencidos resistentes que se ven (nos vemos) reflejados sin duda en tus páginas.
Frases líricas de espeluznante contundencia, especialmente porque no se dicen al buen tuntún sino sólo después de haber creado (cual taumaturgo inalcanzable) un personaje: “abrió el armario de la ropa como si se rompiera el corazón por la mitad” (página 379).
Concluyo. Se dice en esta novela que estamos “obligados a salvarlo de la caducidad y de otras especies de ingratitud…”. Por ello quiero expresamente agradecer aquí a Manuel Longares la generosidad de escribir una novela como esta haciendo caso omiso de lo que supuestamente demandan los editores y más supuestamente aún quieren leer las gentes. Gentes que, en el fondo, cuando tienen la oportunidad de sortear en una gran superficie las pilas de inanes historias de espadas de luz, templarios impostados e intrigas infantiloides y encontrar una historia intensa, inteligente, emocionante, no dudan un instante en preferir a Longares antes que a cualquier Dan Brown…
Lapayèse, un personaje de la novela, sabía que “el corazón es la coartada de nuestra ignorancia”, pido por tanto la indulgencia del autor, Manuel Longares, por mis comentarios. Por eso, porque tras mi ignorancia simplemente está el corazón con el que los he escrito, felizmente abrumado por su obra.
jaime alejandre
Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.
Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...
(Fernando Pessoa)
Ven, vagamente,
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funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...
(Fernando Pessoa)
20 abril 2012
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3 comentarios:
Me has convencido, Jaime. Leeré encantado "Romanticismo", aunque solo sea por ver cómo Longares "borda la atmósfera de tristeza sin “titulares”..."
Muchas gracias. Un abrazo.
Pues habrá que leérselo. Gracias por la sugerencia.
he leído el libro y además he conocido a su autor,interesantes ambos, pero más recomendable el segundo que el primero,el libro tiene una primera parte muy buena ,el resto es pasable sin màs. El autor me pareció un auténtico hobre de letras,me encantó conocerlo.
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