A veces siente uno que el veneno del estilo de vida occidental infecta hasta aquello que no pretende nada, que no busca nada, que no tiene un interés evidente o subrepticio tras de una acción…
En estas mismas páginas hace un tiempo, las alabanzas a un escritor contemporáneo, aparentemente le incomodaron a él mismo, ¿Como si hubiera un desprestigio implícito en la firma de este admirador que soy yo? O ¿con la insultante modestia exagerada del que se sabe por encima de las alabanzas?
También una vez, en la vida, no en un blog, defendí a una persona de mí mismo y no me lo perdonó (seguramente en este caso con razón, pues el paternalismo no representa un beatífico exceso de cuidado y preocupación por el otro sino la desconsideración de creerlo incapacitado).
Sin embargo, lo que hoy importa en este blog es que esta persona a la que defendí de mí mismo sin preguntarle, me regaló a un autor exquisito, Javier Pérez Andújar. Y querría hoy agradecer a aquella persona ese inmerecido regalo que tanto me he demorado en disfrutar.
Tardío autor de mi generación del que he leído sus libros “Paseos con mi madre” y “Los príncipes valientes” (Ed. Tusquets), Javier Pérez Andújar. Además de haberme proporcionado el goce intransferible de la memoria hecha literatura sin más pretensión que la de la emoción (que es donde la verdad se encuentra con la sagacidad), también me ha descubierto hechos que mi enciclopédica ignorancia desconocía. Por ejemplo la amistad admirativa entre Edgar Allan Poe y Julio Verne.
Así, leyéndole, he añorado un tiempo, o un paisaje, o una Historia donde los escritores, incluso los coetáneos puedan admirarse, imitarse sin plagiarse, culminar uno la obra del otro. Pero hoy, como decía al inicio de esta entrada, ni siquiera cuando uno alaba la obra de otro escritor vivo encuentra siempre la aceptación (para nada el agradecimiento) del otro. Será que tanta crítica, tanta atención justo para desprestigiar a los compañeros convierte en sospechosas todas las alabanzas y en aviesas todas las intenciones.
Pero yo siempre he confesado que escribo porque leo. No porque haya leído, que también. Sino porque leo. Porque al leer un libro me calo, me empapo de ensoñación y empiezo a apuntar en la última página del propio libro (la de cortesía en blanco, que en la gran mayoría de mi biblioteca está arrancada por tal motivo) frases, poemas, cuentos que me vienen a la imaginación por el anzuelo echado en mi corazón por el autor que esté leyendo.
Y cuando leo busco también (sin buscar, sólo con la deliciosa sorpresa de encontrar inesperadamente), busco palabras, materia prima no sólo de la obra literaria sino de la naturaleza más humana de los hombres.
Leo, por ejemplo, “No son cuentos” de Max Aub (Ed. Huerga & Fierro) y a la devastación del alma que producen estas magistrales historias de nuestra Guerra Incivil (y esa tercera España venida al mundo sólo para sufrir) se une el placer insultante de que su autor me haga acudir al diccionario treinta o cuarenta veces. Y allí, descubriendo la precisión y sonoridad de esas palabras que desconocía, comprendo la fortuna que recibí apenas de adolescente cuando empecé a escribir por leer (a Pessoa, a Yourcenar, a Cohen, a Calderón…). Pues ser partícipe del milagro del alfabeto con el que se forman miles de palabras es como ser siempre niño y hacer magia ante los amigos, sacando de la chistera conejos, o sea, palabras en un texto…
Gozad de estas palabras, y son sólo algunas, que en apenas ocho cuentos, cien páginas, se me descubrieron como un tesoro invalorable: zollipar, reburujón, carcavinar, acezar, ahélito, morra, toletazo, bitongo, atafagar, azacaneo, bojeo, helgado, runfla, tesis (¡su primera acepción!), abertal, jorfe, heñir, lubricán… Conceptos que me obligan a usar frases enteras y que sin embargo se pueden expresar, con absoluta perfección con una sola palabra. Pero ya lo dice Pérez Andújar, sobre el que ahora vuelvo: “Las palabras son siempre más completas, mejores, que su definición”.
Mi favorita, encontrada no sé dónde: cazcalear. ¡Quién no conoce y/o sufre en su trabajo a quien toda la jornada no hace sino cazcalear…!
Leer en estos días a Pérez Andújar me ha sacado de mi adversidad paralizante, me ha puesto manos a la obra, recordándome que “la escritura es inmediata y urgente, y hay que hundir la cabeza en ella como quien la sumerge en un cubo lleno de tinta, para, si es preciso, ahogarse en literatura, porque puede que luego ya sea demasiado tarde para ahogarse en nada”. Y “es necesario escribir, es preciso dejar constancia, en un afán notarial de levantar acta de la vida, acaso ya intuyendo que la democracia de la historia reside en que no sólo la escriban los vencedores…”. Y “pedalear y escribir son un mismo acto, se escribe como se va en bicicleta, sin buscar ir a ninguna parte, sólo por el gusto de mantener el equilibrio, y mantenerse en equilibrio y mantenerse vivo son una misma cosa…”.
En fin, valgan estas digresiones, en el fondo, para haber recomendado los libros de Max Aub y Javier Pérez Andújar que he mencionado más arriba (“el libro que estamos leyendo vale por todos los que queremos leer”). Max Aub, fallecido, supongo que no se quejará por ello o lo hará en esa baja, humilde voz suya de siempre por la que los españoles lo hemos leído tan escasamente. Y Javier Pérez Andújar espero que entienda que mi admiración (que tiene, claro, dosis tóxicas de envidia por no saber escribir lo que él) es, sin embargo una admiración sincera, serena. Admiración de dar, no de pedir. Una admiración que querría ser como la de Verne por Poe, la lealtad entre escritores, que sirve para escribir.
Yo, así lo he hecho. En la última página de uno de sus libros, he escrito este conato de poema que sin tener que ver con lo que en su obra escribe él, sé que no habría salido de mi corazón a través de mi mano sin leerle. Escribo porque leo, ya lo he dicho:
que no sabe dónde irá a morir,
y sigue caminando bajo el sol.
Es esa la dignidad que hoy me queda,
la del prescindible moribundo. Hay días
en que aparto del camino los recuerdos
fingiendo que avanzar es dar mis pasos.
Pero en el silencio interno de mi sombra
sé que yendo a lo que voy es regresar.
Porque mi historia es la de la soledad
de quien no tuvo familia, sólo libros.
Tengo una tristeza de oso blanco extenuado
que no encuentra un iceberg donde pararsey bracea sin cesar árticos mares
sabiendo, sin saber, que cuando falten
fuerzas, ilusiones y banquisas, se hundirá.
Como solo quien a nadie tiene se hunde.
Sin remedio, ni testigos, ni un amor,
ni un amigo o una familia que no hubo.
Así avanzan,
el oso, el elefante,hacia su muerte.
Hacia su muerte y saben
que nunca han existido, ni siquiera
en el sueño de algún sueño, porque fueron
niños pero no tuvieron más cómplice
que su propia soledad de libros
en los alféizares vacíos del estío.
(© Jaime Alejandre, 2012, inédito)
Leer. Leer es salvarse. Si a fin de cuentas la vida es –será- un naufragio, leer es salvarse. Leer, lo dice Pérez Andújar. Como sea. Leer. “Atreverse a leer al margen de lecciones y de castigos, elegir un prestigio propio frente al prestigio común, aprender que un lector es un héroe solitario, y que hay más democracia y más libertad en el individuo que lee, que en la multitud que atiende”. Y entonces comprender que leer nos permitirá un día, en ese naufragio que es, lo sabemos, al final, toda existencia “constatar que lo definitivo no es más fuerte que uno mismo”.
Salud y República, jaime alejandre
4 comentarios:
me viene la imagen de léolo al abrigo de la luz fría de nevera:
"... Lo único que le pido a un libro es que me inspire energía y valor. Que me diga que hay más vida de la que puedo abarcar. Que me recuerde la urgencia de actuar...."
y estoy seguro de que si ese niño no hubiese sucumbido a la locura, hubiera latido en poemas como este.
leerte es un privilegio.
un saludo, sincero.
Primero A: Parto acojonado de la motricidad de su verbo. Segundo B: ¿quién es el "admirao pasmao" que pisotea la miel del corazón de un lector amigo confundiendo churras con melífugas? "¡A la mierda!" No son mías, son palabras del ilustre Fernán Gómez (por ellas perdió media fanega de admiradores, ¡pero un tio es un tio aunque las bicicletas sólo sean pa el verano!). Tercero C: Deje de administrarse telediarios; no crea en los vaticinios de la prensa; no escuche a los economistas escolásticos impartiendo su pueril magisterio, todos gente incapaz de escoltar sin comisiones al héroe de Troya; no se me disfrace de mamífero tristón, mi Capitán, deje la chingadera, no imite a nuestra Dama la Daudet muriéndose dos veces a la hora en cada hora (ella, tan lúcida, tan vivita, tan cada vez más joven no mas). He navegado por Fugu y otros océanos, he perdido rumbo en coordenadas narrativas como Hacia las sombras, Donde sea lejos, me dejé mecer en las cálidas corrientes de El Alfabeto matemático, Palabras en desuso, Los Guerreros... rompí timón en manglares como Autoretrato póstumo, Derrota de regreso, De entre las ruinas... ¡Capitán, carajo, hágame el favor!, cuelgue las tristezas en el ropero de Rajoy o en el mueble zapatero de Rubalca. Ya dejó ensemillada el ilustre hermano Vallejo la flor de la Tristeza (Hazverso Honoris Causa todavía sin publicar librito en Cuadernos del Laberinto)"¿Es para eso que morimos tanto?/¿Para sólo morir/ tenemos que morir a cada instante?"... pero le recuerdo que ahora no toca esa escena, mi querido e ilustre amigo "Manzanasada" (ya lo advirtió Bertolt, usté pertenece por derecho propio a la tribu de los "imprescindibles", hasta ahí podíamos llegar), ni esa ni morírseme en el Polo estirado como un témpano viendo pasar al fantasma del Titanic. Le recuerdo a usía nuestra sagrada misión (de nuevo la voz de César, me la obsequió el Soler, que en urbana gloria esté): "Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer?/ ¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos,/ hay, hermanos, muchísimo que hacer".
Un placer leerle, mi Capitán. Saludos a la hermosa parte contratante.
Muchisimas gracias por esta nueva recomendación, el magnífico poema y la reinvidicación de la lectura.
Un saludo.
Ese poema... llega. Saludos.
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