A la carga vuelvo con esta especie de rescate de preciosas, sorprendentes palabras de nuestro renqueante idioma. Es parte de mi inútil cruzada contra la dictadura de la paupérrima
lengua con la que televisivos y tuiteros nos acosan.
Tal cruzada la comparto con
mi gran amigo Jaime Denis que encontró para mí una palabra que buscaba
sin fortuna desde hacía muchos años. De adolescente, leyendo un libro de Miguel
Delibes, descubrí que la infinita riqueza del español tenía una palabra incluso
para definir esa “pelusilla que se cría debajo de las camas y otros muebles por
falta de aseo”. Olvidé apuntarla entonces y después anduve a su busca
infructuosamente. Hasta que mi amigo me la descubrió: tamo. Impresionante…
Vaya aquí entonces otra retahíla de sorprendentes vocablos. Aquellos que he encontrado en algunos de los libros que leo. Libros de los grandes conocedores de nuestro
idioma que ha habido, como el Arcipreste de Hita, y los que aún hay entre nuestros
escritores recientes: Max Aub…
En todo caso, pongo solo los de uso en España,
no los americanismos por bellos que sean, y aunque estén en el DRAE, como
“merolico” que significa, en México: curandero callejero, charlatán, vendedor
ambulante; o íngrimo, que en Venezuela es solitario, abandonado, sin compañía; o cabanga: melancolía, tenue tristeza, añoranza, nostalgia en Costa Rica.
Vaya aquí mi selección de hoy, léanse sentados, para evitar caídas por el desmayo que provocan:
zahúrda: pocilga
zahorar: sobrecenar, cenar por segunda vez, a deshora (ya
sabéis, trasnochadores que, de madrugada, entre copas vais a meteros algo
sólido para continuar el bebercio, zahorar es lo que hacéis)
gafete: broche metálico de macho y hembra
cendal: tela de seda o lino muy delgada y transparente.
Barbas de la pluma. Embarcación moruna muy larga, con tres palos y aparejo de
jabeque y armada en guerra por lo común. Especie de guarnición para el vestido.
Algodones que se ponían en el fondo del tintero
cacoquimio: dicho de una persona: Enferma de tristeza
parva: mies tendida en la era para trillarla, o después de
trillada, antes de separar el grano (esta y la siguiente me las enseñó mi madre
poco antes de fallecer)
agrazón, acigüembre: uva silvestre, o racimillos que hay en
las vides, que nunca maduran...
Bueno, y a partir de aquí, para no aburrir a quien no esté
interesado e incitar al que sí lo esté a “tirar” de diccionario, van solo los
vocablos, sin sus definiciones. Pero no dejo de recomendar buscarlas en el DRAE
y descubrir con inigualable asombro los significados:
halda, adafina, tascar el freno, agio, bieldo, volatería,
lustrina, presea, godeo, escriño, fautor, peculado, poterna, almocafre, congio
(de donde proviene la más conocida cangilón), epizootia, tríbada, carquesa,
rimero, álveo, perquirir, escamondar, tabanco, pegunte, parancero, enjalma,
modillón, alboroque, tabardillo, guadamecí, escachar (enseñada por mi madre),
ecolalia, múrice, zacapela, estrave, esmegma, ayustar, crotal, acidia,
lechigado, alcatifa, chambón, usina, torozón, escabuchar, añusgarse,
escamondar, paila, mistagogo, detumescencia, mugrón, antruejo, azacanear,
bizmar, dicasterio, heliasta, regatón, hieródulo, avechucho, quiral, miera,
hiemal, albarrán, venero (la segunda acepción: raya o línea horaria en los
relojes de sol), parusía, catamenial, almádena, filacteria, dragomán,
truchimán, copela, agiosimandro, estilóbato, alógeno, nepente, fayenza, uniata,
taina, taheño, bastida, vibrión, melisma, estrave, nevasca, ancila, rebalaje,
ritón, aporía, sabir, cabrio, equimosis, birlocho, plectro, pujo, trinacrio,
hipocorístico, muga, trapalear, inope, aceña, redingote, arrezagar, polímata,
precesión, prosopagnosia, cardumen, trastumbar, hocino, playo, valeo, baleo,
timar, bezoar, frezar, albéitar, alburno, cresa, álveo, afuciado, yatagán,
pátera, albérchigo, rábula, liento, sopaipa, cuévano, munificencia, hopalanda,
precito, ajedrea, fardel, bazucar, teame, lía, saúco, expletivo, herma, escopo,
lueñe, desmogar, sistro, trápala, alcacer, barda, cantarle a un herniado la potra,
alcaucil, alarife, pestorejo, galladura, carral, electuario, codoñate,
alfeñique, estomaticón, alacridad, apodíctico, propincuo, mur, alaroz, alaroza,
collazo, pihuela, sayón, tumbal, albalá, caloña, planto, escuerzo, estrena,
estafermo, zoilo, potala, pedicoj, afirolar, flavo, reato, alcándara, mersa,
ripostar, tondo, cisco, vicetiple, tiple, cobla, euforbio, apotropaico, coevo,
sicigia, docetismo, escaldo, apocatástasis, trismo, enfurtir, anguarina, cordón
(tercera acepción: conjunto de puestos de tropa o gente colocados de distancia
en distancia para cortar la comunicación de un territorio con otros e impedir
el paso), peal, cordel (segunda acepción: distancia de cinco pasos), rozagante,
esponsales (siempre pensaba que era sinónimo de boda pero no: mutua promesa de
casarse que se hacen y aceptan el varón y la mujer), telega, bejín, azacán,
azacanear, gecónido, zaleo, robla, roblón, alaqueque, cospel, alfareme,
parasceve, almaizar, orifrés…
En fin, todos cuantos desconocemos estas y tantas otras
palabras del español sepamos que sufrimos de anomia (trastorno del lenguaje que
impide llamar a las cosas por su nombre)… Así que sirvan estas aquí recogidas
de indicio de lo que, al comprobar nuestra infinita ignorancia, debería ser nuestro pródromo (malestar que precede a una
enfermedad)…
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