Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

27 enero 2022

Lidl versus Liddell

Digamos que Lidl es una marca de supermercados baratos, de cuestionable calidad. Y que Liddell, Angélica, para más señas, le sigue los pasos, o le adelanta los pasos, en lo suyo, que es lo del teatro, barato, aunque no, no de equívoca valía; en esto no hay duda ninguna: sus virtudes aún esperan en el limbo de los nonatos. Eso sí, ambos (mercado alemán y dramaturga Rodríguez catalana) tienen de todo, pero cualquiera sabe que si quieres comprar algo bueno es mejor irse a otro lugar.

Viene esto a cuento de que hace unos días tuve la desafortunada ocasión de asistir al espectá-culo (sic) “Una costilla sobre la mesa: Padre” de la mencionada Liddell. Me invitó un buen amigo. Conste que nuestra amistad sigue incólume.

Pero como no consigo quitarme de la cabeza el bochorno, escribo esto, aunque ya tal vez llegue tarde para aviso de otros navegantes. Entono, pues, mi trisagio: por mi culpa, por mi culpa por mi gran culpa. Uy, perdón que el trisagio es lo de santo, santo, santo.

En fin, recuerdo cuando era adolescente que mi profesor de lengua y literatura, un heterodoxo de corazón, al leer mis primeros escritos me hizo una perfecta admonición: “Jaime, no quieras meter en tu primera novela todo lo que sabes, y mucho menos todo lo que te ha pasado a ti…”.

Pues la mencionada Angélica parece desatada en su disposición a endilgarnos todo lo que “se” le ha ocurrido en la vida, venga a cuento o no. Preferiblemente, no.

Y lo que es peor, creyéndose la pobre que alguien se puede escandalizar porque la buena señora mee en un vaso en el medio del escenario ante el público. Mire, hacer el conjunto de patochadas que usted resuelve en escena, incluido lo de mear en un vaso, es, como mucho, una estimable demostración de habilidades físicas, como las de los pintores de caricaturas en las plazas de las ciudades turísticas. Pero talento no, el talento está en el verdadero artista arrebatado de autenticidad, no en el amanuense que pinta vírgenes clónicas con tizas en el suelo. Porque para que orinar en un vaso y otras lindezas sirvan a la trama tiene que haber un porqué, sino es puro artificio para decirle al mundo qué chula soy. Y como el mundo a menudo no se interroga, pues vale. Pero si uno rasca en el argumento descubre que lo mismo vale  para su obra la escena orinatoria que otra atando un perro con longanizas.

Lo dicho, por mucho que se empeñe, esto que usted representa no escandaliza a nadie que haya vivido y leído un poco. Hace cuarenta años en la España recién postfranquizada, sí que escandalizaban tales sucesos (véanse ciertas películas de Almodóvar, o las obras de Els Joglars); hace setenta, en la Europa de postguerra puede que también el tema consiguiera santiguar a una cierta mayoría. Pero hace justo un siglo, cuando Los Locos Años 20, sin embargo, no, no escandalizaban las simplezas mingitorias. Y en 1785, cuando el Marqués de Sade escribió “Las ciento veinte jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje”, tampoco. Es lo que tienen los tiempos en lo que respecta a la moralidad oficial. Que vienen y van.

O sea, que los botarates que aplaudían a rabiar la pésima obra de la señora Liddel me temo que son la representación diáfana de cómo los últimos años de conservadurismo urbi et orbi han alcanzado a las gentes de hoy provocándoles asombros solo sustentados en la ignorancia y el papanatismo. Todo ello a manos llenas, las de aplaudir, no las de coger un libro previamente e informarse de la literatura universal antes de quedarse ojipláticos.

En definitiva lo que es escandaloso es que ese centón de imposturas sin argumento que es la obra de Angélica en los Teatros del Canal escandalice a alguien. (Por cierto no quiero ni pensar qué Armagedón se habría desatado en cierta parte de la saciedad, perdón, sociedad madrileña si la obra se hubiera representado en un teatro público bajo el mandato político de una Carmena o similar).

Sí, lo que escandaliza es que escandalice. A quien lo haga, porque mi hija de veinte años, que me acompañaba y que hace teatro buscando huecos como puede en sus estudios universitarios de arquitectura, sin embargo, no se sintió abochornada por escenas metidas sin ton ni son: como una señora que se unta los cabellos con bosta de caballo; o un anciano al que se saca a escena desnudo con el solo propósito de que la autora/protagonista se le acerque y le manosee un segundo el pene. ¿Con qué arcano mensaje? Vaya usted a saber. Provocación, pero la provocación solo la siente en este caso el ignaro.

Por su parte, mi hija, serenamente, a la salida me dijo que solo se había sentido azorada porque “es que la obra no tiene ningún hilo” (sic). En efecto, apenas es una enciclopedia de intentos de llamar la atención a gritos (literalmente a gritos, con esa pretensión actoral que algunos comediantes tienen de que por aprenderse un largo parlamento y recitarlo con alaridos y de corrido a la velocidad del rayo que ni cesa ni se entiende, ya se es buen actor o actriz). Tal vez sea ese el precio que hay que pagar por mantenerse (mantenerse de ser mantenido, me explico, subvenciones mediante): saberse obligado a exagerarse a sí mismo hasta el esperpento.

Pero, ay, la zafiedad es siempre mucho más sencilla que la sutileza. Ésta no está al alcance de todos, pero es mucho más contundente que la pobre exposición impudorosa de las asadurillas. Sutileza era la de Jardiel Poncela, digamos, en pleno franquismo con su obra “Madre, el drama padre”, en la que unos hermanos cuatrillizos se enamoran de otras cuatrillizas. Van a casarse y en uno de los actos descubren que son hermanos todos entre ellos. Tela. Tela, porque Jardiel decide escribir que el amor es más fuerte incluso que el posible incesto decidiendo los protagonista seguir adelante con sus planes de matrimonio. Del desenlace no digo más por no destripar (eso que ahora los milenials llaman hacer spoiler) la comedia.

Y, en fin, el tema Lidl/Liddell no tendría más importancia ni más repercusión sino fuera porque vivimos en un mundo de recursos finitos, y mientras su prescindible obra sin argumento ni ideas innovadoras ocupa un espacio público privilegiado, otros escritores, jóvenes y no tan jóvenes, dotados no solo de talento, sino de honradez y tesón, seguramente estén escribiendo en la absoluta soledad de las sombras sin eco… Y eso no es justo. 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Limpio de prejuicios com9 un niño, me acerqué andandito por la arena al océano de tus letras, metí los pies en sus aguas, vi que me eran gratas y despacio, me zambullí y buceé en ellas.
Soy Ángel Giménez Porto, tengo 65 años, soy de Burgos e íntimo amigo de tu primo Íñigo, por quien siento genuina admiración y a quien tengo gran cariño.
Un abrazo y vigila que tu obra esté disponible para el lector.

jaimexcritor dijo...

Gracias amigo. Mi primo es una persona muy especial desde adolescentes. Suerte de amistad la vuestra. Respecto a mi pobre obra, en fin, no parece que las masas se interesen por ella jeje y mis ediciones sin bastante exiguas. Dime cualquier libro que puedas querer e intentaré conseguirtelo. Salud!