Sí, bienvenida sea la justicia poética. Por fin, tras años
de saberse por doquier, ha habido una especie de pequeña revuelta internética
contra la corrupción literaria. La de la poesía en concreto.
Nunca es tarde si la dicha es buena y da lo mismo el origen y
acicate para la rebelión de los poetas.

Me refiero a la demanda así llamada precisamente “Justicia poética” movilizada en
change.org en relación con "los responsables del Área de Cultura de ayuntamientos, diputaciones provinciales y otras Administraciones Públicas" que patrocinan
diversos premios de poesía a través del agente “instrumental” de la editorial
Visor.
Curiosamente el detonante (por fin) de esta vírica demanda, la de
acabar con corruptelas bien conocidas, han sido las declaraciones misóginas e
ignorantes de Chus “Visor”.
No son ganas de reivindicar tardíamente a los que (Ricardo Ruiz, Pedro Olaya, Jaime Reis, yo mismo...) ya habíamos denunciado públicamente el caso más grave. Pero bien está entre escritores poner
algún punto sobre su i. Porque grave es la discriminación negativa de las mujeres poetas
hecha patente por ese patán-te, pero mucho peor es la corrupción relacionada
con los presupuestos y dineros públicos. La opinión personal de ese editor ha de importarnos un guano. Otra cosa es que su opinión se imponga mediante camarillas de personas interpuestas y las mujeres de España tengan aún más difícil ser reconocidas también en la poesía y los dineros públicos incurran en prevaricación de algunos jurados.
Y en relación con esto último me permito reiterar aquí lo
que ya publiqué hace tres años (“Antología de Poetas Hazversos. Crisol 2012. Ed.
Cuadernos del Laberinto):


“…cuando la corrupción arrasa las conciencias y la
honorabilidad por doquier de la vida social y ciudadana hispánica, han
aparecido dos hombres, dos escritores (Ricardo Ruiz y Pedro Olaya), cada uno de
su propia, única y unánime pieza alzando al unísono sus voces en la prensa para
denunciar que la putrefacción también afecta al mundo literario, con especial
inquina en la lírica. Algo que todos los poetas y críticos y cátedros (y buena
parte de los lectores) sabíamos; algo que en estos mismos Crisoles Hazversos
Jaime Azcona o Jaime Reis han hecho público año tras año. La diferencia es que
lo denunciado por estos jaimes no salía del propio entorno de poetas y lectores
de poesía y con muy limitada difusión, publicado en ediciones para bibliófilos.
Pero lo que han desvelado Ricardo Ruiz y Pedro Olaya lo han hecho en la prensa,
y por ello ha tenido importante repercusión mediática y ciudadana: la
corruptela por la que el premio Ciudad de Burgos, presidido por Luis García
Montero (LGM), ha premiado a un poeta, compadre granadino de éste y
elemento de la cuadra Visor, que no
había sido preseleccionado. O sea que alguien indebidamente y con anterioridad
a la reunión del jurado conocía el título, el lema y el autor y exigió
“rescatar” de los no seleccionados ese libro para premiarlo, sin afectarse por
la desvergüenza. Y esta denuncia de estos dos íntegros señores tiene aún más
relevancia, sobre todo porque han singularizado la corrupción donde más
flagrante es, no se han limitado a la denuncia general del amiguismo editorial.
Que toda actividad humana está sometida a la subjetividad es verdad de
Perogrullo. Que en la poesía, como en la fontanería o en la educación
universitaria o en la profesión que sea, en el fondo todos se conocen unos a
otros es también evidente. Que algunas veces los seudónimos utilizados al
presentarse a un concurso difícilmente pueden conseguir que una parte del
jurado deje de reconocer presumiblemente a su autor, es inevitable y, en el
fondo, admirable: tener un estilo
propio,
identificable, ¿quién no lo desearía? Pero otra cosa es la corrupción
generalizada, continuada por decenios e institucionalizada de modo estructural
en los premios, subvencionados todos por administraciones públicas, que copa y
fagocita la editorial Visor. Ni siquiera la desvergüenza del “premio” Planeta
se le equipara. Porque lo del Planeta es ya algo tan público y notorio, ha sido
tantas veces escrito y descrito en los medios de comunicación social, que sólo
quien decididamente se empeña en ello puede ignorar que es un premio de
encargo, que se contrata al futuro ganador meses si no años antes. Y que
quienes se rebajan a obtenerlo son gentes de muy escasa honorabilidad humana,
compatible a veces con la grandeza artística, sí, aunque cause tristeza
comprobar la menesterosidad de algunos que ni siquiera pueden aducir que se
presten a tal juego por que vivan en la miseria. Los verdaderos hombres, lo que
hacen es sobrevivir y morir en ella, en la miseria (Galdós, Jardiel Poncela...)
no amillonarse el riñón con el engaño de los lemas y las plicas.
Todo esto, tristemente, ocurre cuando los escritores quieren
convertir su actividad en una remunerada, funcionarial, reconocida,
hipotecaria. Y para ello optan, por ejemplo, por sindicarse en las sombras.
Hablaba más arriba de la cuadra de poetas de ciertas editoriales. Así no deja
de asombrarme esa creciente afinidad de tantos poetas –dedicados a la actividad
más individualista que conozco, el arte- por encontrar afines y afiliarse a diferentes
cuadras, cuando todo el mundo sabe que en una cuadra siempre huele a amoniaco,
el de la orina de los semovientes. Dijo Hermann Hesse en su Demian que ningún hombre ha llegado a
ser él mismo por completo; que podemos entendernos los unos a los otros; pero
que interpretar es algo que sólo puede hacer cada uno consigo mismo. Pocas
veces se ha descrito mejor la función de algo que no tiene función, como es la
poesía. Pero ese milagro de la creación poética se infecta de podredumbre
cuando entran a mangonear las sectas. Tendencias está bien que haya. Y
afinidades, complicidades, hasta “generaciones”. Reconocerse en lo que otros
escriben como si fuera propio es parte de la mejor naturaleza humana, que busca
y encuentra hermandades. Pero traspasar el hermanamiento para constituir sectas
y mafias nos conduce justo al otro extremo de esa naturaleza humana, al de las
fratrías…”.

Un último apunte, no exento de amargura. Escritores hay que un
día hacen bandera política contra la corrupción y acaban presentándose de
cabeza de lista a unas elecciones. Así lo hizo recientemente LGM por Madrid. En
su programa la lucha contra la corrupción era una prioridad. Y ello me hizo recapacitar
sobre que tan corrupto es el concejal de urbanismo que se embolsa cientos de
miles de euros para sí o su familia como el que embolsa en la cuenta corriente
de amigos y afines una y otra y otra vez premios literarios pagados con los
impuestos de (casi) todos. Las urnas tal vez en este caso hicieron ya su
poética justicia. Aunque fuera para desgracia de los madrileños, condenados a
otros cuatro años de políticas neoliberales y conservadoras…
Sea.
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