
En estos tiempos de clones y artificiales inteligencias que
deben suplir la falta de natural agudeza, encontrar escritores que se parecen a
ellos mismos y nada más, es proeza que hace abrir tanto los ojos que a veces se
desgarran. Pero ahí están los versos y los soliloquios de Rafa Mora para
enseñarnos que uno puede ser él mismo y universal y todos. Y siempre para
todos.
Su libro (Huerga&Fierro Editores) me parece
indispensable, pero sépase, para no aducir engaño luego, que su lectura se
resuelve en un agotador (salvífico) ejercicio de pleamar de talento en el que
hay que bucear, apnea mediante, entregándose sin mirar por la propia
supervivencia. Ahogarse en la belleza, la entereza moral, el compromiso humano
de Rafa Mora es lo mejor que puede sucederle a un homínido que aún desee serlo.
Y no pretenda seguir sometido a ser máquina, mero objeto parido por influencers de la oligofrenia.
Todo libro, toda obra de verdad auténtica, nos conecta con
algún interno paisaje nuestro. Yo he recorrido en el alma estos días la memoria
de mi padre epigramista. Nuestro poeta dice que naufragio a naufragio se
convirtió al final en su propia brújula. Pero también, amigo, la de muchos
otros. La mía, querido autor, sed de paisajes…

Por cierto, me ha encantado también, la admonición de género
con la que el libro se nos presenta: “texto literario”. Frente a la monomanía
de tantos críticos apasionados por la parafilia del estabular los géneros para
entenderse ellos mismos, me parece tan acertada la definición del libro de Rafa
Mora que creo que pediría que mis “sobras completas” así se apostillen cuando
yo falte, si es que merecen el gasto de celulosa. Tampoco sería mal epitafio
para poner en mi tumba, pero prefiero mis cenizas esparcidas en una papelera.
En fin, al margen de las inabarcables virtudes literarias de
este libro, debo reseñar también el placer de leer la obra de un hombre bueno,
de un ser que dignifica el aire, un guerrero que se pone con cada uno de sus
versos en el paredón de los humildes, de los ajusticiados justos que no
conocieron la justicia, ni a Dios.
En fin, entréguense a la emoción integral de los textos de
Rafa Mora (con precioso prólogo de su hermano Juanlu. Mayor sea mi envidia, por
cierto, yo, tipo de muy menguante familia), integral emoción. Que no solo hay
rebeldía, dolor, lucha, también planea ese humor imprescindible que es amor
escrito con hache. Déjense invadir pacíficamente por los inacabables hallazgos
que no pretenden epatar al burgués (pero pásmense con el de “Vaivén”, página
21), sino que nos sirven a todos para comprender el mundo en que vivimos y a la
mayoría a entender lo que compone nuestro propio espíritu de humanos.
El libro está estructurado en tres partes (“Deshilando
horizonte”, “Destejiendo distancias” e “Hilvanando futuros”). Todas
indispensables, pero de la primera, estremecedora, no creo que me recupere en
mucho tiempo. Elegir una sola muestra me parece la hazaña más complicada para
un pobre reseñador que con estas palabras solo pretende hacer profesión de
admiración. Todas las páginas las tengo subrayadas (la serie “Aprendizaje” vale
por sí misma lo que una parte de la ardida biblioteca de Alejandría; epigramas
como “El desamor es un espejo de ambas caras”, contienen más certeza que buena
parte de las incomprensibles circunvoluciones de Kant redactadas por él para su
propio ditirambo). Pero me someteré a ello, trascribiré aquí unos “textos
literarios” de Rafa. Por hacerme la ilusión al teclearlos de que fueran míos.
Por darme ese placer que a nadie causa daño…
APRENDIZAJE I
De dios, aprendí a crear sin control de calidad.
Del espantapájaros, a ser respetado siendo uno mismo.
De la luna, que las distancias son relativas.
De la muerte, aprendí a desear la vida.
De los espejos, que el reflejo es un espejo más.
De la oscuridad, que no siempre es la ausencia de luz.
De la rosa, que la belleza también está en la espina.
De la tierra, aprendí a luchar para dar frutos.
Y del ser humano, aprendo que todo lo anterior es humo
cuando la duda le invade.
CANCIÓN DE HIEL
Como un dios sin títere al que abandonar.
Como un silencio agazapado en el ruido.
Como la libertad maquillada con sangre.
Como la gota, a punto de caer.
Como la lluvia que descansa en el cristal.
Como un ángel que deserta del paraíso.
Como un verso libre en mitad de un soneto.
Como un poema en plenas fiestas patronales.
Así hay gente que vive,
sin batalla.
Con la luz destemplada y el corazón reiniciando.
Como un pájaro herido que busca el calor de su jaula y
confunde el horizonte con el papel pintado de la casa.
APRENDIZ DE GEOMETRIA
(APRENDIZAJE IV)
Del círculo,
aprendí...
Bueno, éste ya no lo trascribo (solo os apunto que del
triángulo aprendió Rafa Mora que el amor es complejo; y ¡tanto!, ya dijo en una
novela suya Jorge Franco Ramos: ‘Siempre he pensado que en el amor no hay parejas, ni triángulos
amorosos, sino una fila india donde uno quiere al que tiene delante, y éste a
su vez al que tiene delante de sí y así sucesivamente, y el que está detrás me
quiere a mí y a ése lo quiere el que lo sigue en la fila y así sucesivamente,
pero siempre queriendo a quien nos da la espalda. Y al último de la fila no lo
quiere nadie’. A lo que un tal Jaime Reis añadió: ‘Y el primero de la fila no
quiere a nadie, pero es el único que ve sin obstáculos hacia dónde va’).
No, no trascribo el poema/texto de Rafa Mora, quedaos con
las ganas, buscadlo, conseguid el libro, descubríos leyéndolo y sed felices y
completos.
[[[Estrambote.
Aunque cada vez queda menos tiempo en la lunática, menguante
biografía de uno, qué indescriptible placer las relecturas.

LA CASA DEL POETA
El poeta llega a su casa y ve la puerta rota,
ve la puerta que rompe siempre la policía para entrar,
que sangra toda la vida, derribada, siempre,
una puerta que aguanta incendios y galernas, que a menudo
sirve
también como asidero los días de diluvio.
…
El poeta llega a su casa desde la frontera de los inciertos,
un horizonte desposeído,
y entra en su casa, pues el acto de entrar en su casa es
salir del mundo, salir de toda posguerra, salir de toda libertad
y entrar en otro concepto de democracia…
…
El poeta no sale de su casa: entra en el mundo,
no llega a su casa: sale a la plaza
a contar en silencio las astillas,
el voto de los que carecen de lo imprescindible:
De los que dejaron un mechón de pelo, una tira de piel, un
rostro desconcertado, un zapato sin pie, un cuerpo sin vida tras el terror y
los homenajes.
De los que hallaron la gracias y el sosiego tras una curva
peligrosa, en un hoyo, en el tajo, de un tajo, en un trasbordo, en la sucia
mentira con distintivo azul.
De los que fueron encontrados en soledad junto a unas
bolsas, un muero caído, un canal, del regreso feliz de las vacaciones.
La sangre urgente de los necesitados.
La sangre urgente que regresa a casa]]].
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