¡Que venga yo a glosar y alabar, trisagio mediante (santo, santo, santo…), al inalcanzable poeta que es Enrique Gracia Trinidad! ¡Menuda ocurrencia! Como inventar la rueda, ya digo.
Pero es que no puedo dejar de asombrarme por la infinita
capacidad de Enrique para convertir en poesía la vida toda, con sus resortes
ocultos para la mayoría de nosotros. Convertir la vida en poesía de la
auténtica, la indispensable, la que forma parte del canon de nuestra lírica
desde Almutamid a Rafael Pérez Estrada pasando por Quevedo o Florencia del Pinar. No puedo dejar de
fascinarme con todos y cada uno de sus libros, destinados ya el mismo día en
que se publican a ser clásicos.
Ahora ha visto la luz “Sustancia de los días”, una rareza
editorial a cargo de Ediciones Detorres en Córdoba. Previsiblemente,
desgraciadamente, no será libro que encuentren ustedes en la pila de papel
higiénico impreso de las librerías de estación de tren o de aeropuerto junto a
eméticos ejemplares de frases hechas de autoayuda “maluscritas” por
belenestebanes en su más ásnica y buéyica forma de pesebre. Así que, quien sepa
lo que es bueno, que acuda a la editorial a conseguir su volumen antes de que
sea rareza inencontrable.
Enrique se deja poseer siempre en sus obras por una especie
de entusiasmo vital que tanto admiro. También entusiasmo incluso cuando asoma
en sus versos una cierta ira contra las tontunas patrióticas del hombre o
frente a las ignominiosas injusticias del planeta.
Sin embargo, en esta ocasión, percibo yo una especie de
melancolía desconocida. Una suerte de justificado hartazgo se trasluce esta vez
en sus versos. Esa leve categoría de amargura que de repente en algunos
escritores se asoma por detrás de su sarcasmo.
“Hoy no voy a negar las evidencias.
Sabed que estamos hechos de la insignificancia del mundo,
de las cosas menudas que a menudo olvidamos…”.

… son jornadas de sombra y de ceniza
que han tenido su fuego y su presencia
y acaban por buscar un buen cobijo
entre las manos agrietadas, lentas,
entre los ojos que no ven apenas
en las espaldas que se duelen siempre,
en las rodillas que besó el cansancio…
Poemas como “De nuevo la incomodidad” en el que, en esa leve
derrota que palpita en su último libro, invoca a sus iguales: “Este es un poema
para náufragos, / absténganse los que han llegado a puerto… Un poema para los
desahuciados, / que den un paso atrás los que andan en su casa / preparándose un
baño de espuma. / Este es un poema desbocado, / que se aparten los que han
pisado el freno tantas veces que no recuerdan vértigos…”.
En fin, aunque me lo piden el cuerpo y el corazón, no voy trascribir
aquí todos los poemas que me han zarandeado el alma, no quiero reventaros el
libro (eso que ahora la peste milenial llama hacer un espoiler), ya que apenas tiene 27 poemas. Un libro corto, pero no
pequeño. Un libro en el que, siguiendo la marca identificadora de nuestro
inmenso poeta Enrique Gracia Trinidad, hasta cuando el desaliento parece que quiere
colarnos por las rendijas un soplo de abatimiento, la toalla, aparentemente
tirada al cuadrilátero, emprende el vuelo y gana las alturas de los espíritus
inmortales:
“Desconcierto y temblor”
Pongámonos en lo peor:
Que mañana amanezca igual que siempre y nadie entienda que
ese es el milagro más hermoso.
Que las puertas de la desolación se nos abran como una amante
tierna.
Que después de gritar, el grito se haga yeso y ceniza,
madera y alquitrán.
Que cada tarde tenga más sombras, más heladas, más
despropósito de enmienda.
Pongámonos en lo peor
y esperemos que nada hay que esperar,
que se ponga de luto la boca del espejo y nos niegue el
saludo,
que los compatriotas acumulen miserias que podrían ser las
tuyas,
que no haya más que piedras en la orilla, y dos pájaros
muertos, y una luz miserable.
Pongámonos en lo peor
y hagamos cuentas de los pasos que acaban en un saco sin
fondo,
de las palabras que se estrellan en una espalda que se
aleja,
en un vaso de vino desquiciado o en el banco de un parque
con la lluvia de fondo.
Pongámonos en lo peor,
hablemos de las últimas noticias con su sangre lejana y con
su olvido,
hablemos de ese miedo que vestido de vieja pedigüeña nos
visita,
del dolor que nos tiene arrinconados en la escalera del
torpe desamparo.
Pongámonos en lo peor. O alcemos la cabeza.
Enrique Gracia Trinidad nos regala, una vez más en su
infinita generosidad, dosis indispensables de esperanza desprovista de
edulcorante o de buenismos. Sustancia de los días, sustancia de la vida misma. Un
libro corto, pero no pequeño. Ya lo dijo André Maurois, “la vida es demasiado corta
para ser pequeña”. Nada de cuanto toca Enrique con su varita mágica de crear
conciencia, emoción y belleza, es
pequeño. Su grandeza está más allá de donde la mayoría de los meramente humanos
ni siquiera sabemos soñar.
(foto de Enrique Gracia Trinidad junto al Alejandre © Daniel Mordzinski)
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