Vergüenza ajena. Tristeza infinita. Parecen los nombres de alguna de las operaciones bélicas estadounidenses, pero no. Bochorno máximo.
Traspasados los límites más inauditos del estupor, miro con
creciente desconsuelo los anaqueles de mi biblioteca y pienso que hoy se
revuelven en su tumba Proust, Malraux, Simone de Beauvoir, Romain Gary (dos
veces se convulsiona, Emile Ajar mediante), Marguerite Duras, Tahar Ben
Jelloun, Amin Maalouf, Jean Echenoz, Jonathan Littell, Mathias Enard, por citar
los premios Goncourt que he leído y aprecio. Otros premiados no me parecieron
merecedores del prestigio que al premio Goncourt prestan tales autores, pero
ninguno de los que me disgustaron llega al nivel de infamia de Eric Vuillard y
su penosa ¿novela? “El orden del día”.
Por decirlo como lo diría él, Vuillard mismo, esto es, con una
penosa frase hecha “no es oro todo lo que…”. Y tanto. No consigo salir del
asombro de que un texto tan ramplón haya podido convencer de corazón a ningún
jurado. No quiero ni pensar cómo será el resto de sus novelas, todas poseedoras
de premios (5 galardones con sus 5 novelas escritas entre 2009 y 2016).
También desconozco la integridad de los panegiristas de este
espanto de libro, críticos sin pudor que ponen frases elogiosas en las solapas de
la cubierta, aparentemente sin que les entren bascas: “una novela fulgurante, una lección de literatura” (bueno, esto
último es cierto, una lección de literatura… literatura pésima), “apasionante”, “muy brillante”… Al
final, casi prefiero que se trate de apesebrados menesterosos que necesitan
llegar a fin de mes con sus reseñas de encargo, pero que no creen lo que
escriben. “Escenas robadas al olvido que
nos sobresaltan”… ¿Que nos sobresaltan? Y tanto, menudos respingos da leer
algo desolador y malo que no veas.

La cosa, el artefacto este ya apunta maneras desde la página
inicial. Que la novelita se despacha con un primer párrafo de antología del
disparate hecho para epatar a no sé qué burgués, cuando ya ni esos burgueses se
epatan con la inanidad de cosas como: “El
sol es un astro frío. Su corazón, agujas de hielo…”.
Pero claro, es que creo que el autor de este pastiche cogió
con toda su ignorancia una página de wikipedia, se cayó de culo por cosas que
cualquier bachiller conoce y se puso a saltar de enlace en enlace. Y, sorprendido
por anécdotas bien sabidas por el ancho mundo, fue metiendo “cortas y pega” con
entusiasmo directamente proporcional a su analfabetismo. Porque, mire, señor
premio Goncourt, para contarme lo que ya está en wikipedia no me haga perder el
tiempo. Si usted desconocía todas estas cosas y quiere escribirlas, ramplona y
facilonamente, para milenials ágrafos que no conocen más allá de las peripecias
de Tintín, de acuerdo, escríbalo, pero no se crea usted escritor. Si quiere
hacer una narración pseudohistórica y realista no me venga con ucronías mal
hiladas como decir, contemporáneamente al trascurso de su historieta, que el
cuerpo de Hitler era virulento como un escupitajo…
Y si va a escribir usted de guerra (más bien de sus
prolegómenos) entérese un poco, antes, buen hombre. Decir de las maniobras del
ejército alemán al otro lado de la frontera austriaca en vísperas del Anschluss
(la anexión de Austria por Alemania en marzo de 1938): “Durante los días siguientes, el ejército alemán realizó maniobras de
intimidación. Hitler había pedido a sus mejores generales que simularan que
estaban preparando una invasión. Algo de
lo más inusitado…”. Eso, eso, ¿es coña, no? ¿Inusitado? Como lo de
llamar “Blitzkrieg” a la invasión de Austria, hecha sin pegar un solo tiro, sin
los stukas bombardeando… Si le fascinó el vocablo y quería meter tal palabro en
algún lugar relate usted la invasión de Polonia. Es un poner.
Pero bueno, lo que sí es inusitado de más es que, siendo tan
corta (y tan pequeña, tan insignificante) esté repleta su novela de pasajes que
son puro relleno: ¿que ya no sabía qué contarnos para completar los folios que
lo habilitaran para presentarse a un premio? Pues nos arrea, sin venir a cuento,
sucesivos corta y pega de wikipedia. Párrafos a troche y moche sobre la
peripecia del pintor Louis Soutter, la neurosis obsesiva de Anton Bruckner, de
unos artículos de Gramsci, de una anecdotita de un tal Bill Tilden, tenista… Algunos
de los rellenos son apenas detalles sin interés alguno más allá de cubrir medio
párrafo: que si el futuro universitario postbélico de Schuschnigg en la
Universidad de Saint Louis en Misuri y tontunas de tal calibre, como explicar infantilmente
el funcionamiento del motor de explosión; otros son pura presuntuosidad: aprovecha
el escritorzuelo este que Suetonio contó no sé qué de Calígula para meternos en
plan ensayo de Montaigne una frase suya que da una grima que no veas. O nos
suelta de rondón que si según la Historia
Augusta de tiempos de Diocleciano, el Senado romano pasó horas deliberando
sobre la salsa de un rodaballo… Chuscas anécdotas de simplicísima conferencia
de jueves por la tarde en el Centro Cultural de ancianos del ayuntamiento; necedades
innecesarias, como un capítulo entero sin pies ni cabeza sobre una tienda de
utilería en Hollywood. Relleno y relleno, hasta metiendo a medias la receta de
una tarta que no viene a cuento de nada; relleno tras relleno, citando o
glosando pasajes de Churchill, o cartas de Walter Benjamin, o artículos del
periodista Joseph Kessel… Pero si no aporta usted, señor Vuillard, nada digno
de talar un árbol y hacerlo pasta de papel, déjenos con los originales, por
Zeus…
Y si lo que quería usted era contarnos la historia de los
industriales alemanes que apoyaron a Hitler y se lucraron con la guerra y cuyos
nietos siguen viviendo de la muerte causada por sus ancestros, mejor habernos
remitido a ensayos históricos que lo abordan con profusión. Pero si, como parece, no es usted
mucho de leer, recuerde, Netflix está repleto de documentales sobre el tema.
Pero ¡anda que quedarse apapanatado contando que, pese a las
disposiciones del Armisticio, Alemania, desde los locos Años 20, había
fabricado a escondidas un buen puñado de tanques! Cuando lo verdaderamente
significativo fue cómo reconstruyó íntegramente su aviación. Cosa que hizo (esto
sí que es para pasmarse) en pleno territorio de la Unión Soviética en el
aeródromo de Lípetsk. Pasándose la expresa prohibición para Alemania de
producir o poseer aviación militar del Tratado de Versalles de 1918 por el
forro.
Por cierto que con esto de los arribistas industriales
alemanes me da por maliciarme: a ver si igual a alguno de nuestros muy
espabilados novelistas de bestseller, a la tenebrosa luz del éxito de esta infumable
obra, le da por escribir la misma historia pero aquí, un episodio nacional
sobre nuestros muy austeros generales que, tras la Guerra Civil española,
pasaron a servirse de la victoria en beneficio propio acabando, sin méritos profesionales
o intelectuales conocidos para ello, como Suanzes, presidente del INI veinte
años. Con un par.
Lo dicho, literatura estilo wikipedia de alguien muy
ignorante que tal vez presumiera al ponerse a malescribir su “El orden del día”,
que los demás tampoco sabríamos gran cosa. Que no nos daríamos cuenta de que yendo
él de hiperenlace en hiperenlace, sorprendido de cuanto desconocía, armado del
corta y pega, compondría algo sin forma ni fondo a lo que llamó novela. Porque
se puede haber nacido en 1968 y ser, no obstante, un ágrafo milenial, cuando lo único importante es cobrar el sueldo de los premios.
En fin, tras tantas reseñas mías estas semanas de magníficos
libros, por una parte casi me alegro de poder decir lo que aquí he dicho, para
que no se crea que mi personal criterio solo se apapanata con los libros que me da envidia no haber escrito; pero
por otra parte me invade la tristeza de que justo esta infumable retahíla de
palabras haya obtenido un reconocimiento tan inmerecido como el Goncourt.
Inmerecido por el fondo, la forma y todas las dimensiones
que uno pueda llegar a imaginarse. No sé, igual su autorzuelo se cree que por
hacer un innecesario y profuso/uso de la anáfora ya su inane texto se alinea
entre las magníficas novelas líricas que en el mundo ha habido. Pero no, no se
crea usted que las cansinas duplicaciones de sus frases alcanzan el nivel de la
anáfora poética. Son en usted meras repeticiones, aburridas y prescindibles. Por
poner tres veces seguidas “les bastó con entrever” no ha hecho usted un texto
de lírica narrativa, ha hecho unas frases que el corrector de estilo debió
cercenar y reescribirle.
Callo ya, que se me está poniendo amargo sabor a Cynar en la
garganta. Si en algo apreciáis mi amistad, compañeros, no perdáis tiempo y
dinero en este engendro cuya sola existencia justifica la increencia en los
dioses y la dedicación al pirateo.
Sea.
(foto Diario de Sevilla)
1 comentario:
"Pa'habernos matao". Menos mal que no me dedico a leer este tipo de novelas. Vayan las que me pierdo buenas por lo que gano sin leer la bazofia de que avisas. Gracias
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