
Salía a entrenar esta mañana justo al despuntar del alba
(hoy el sol asomaba a las 0740 en la sierra de Guadarrama) con la intención de
correr desde las inmediaciones del Puerto del León, yendo por el PR-30 a conectar
con la Pista Forestal llamada de la Calle Alta hasta llegar hoy al Collado de
Marichivia (a partir de ahí al pista se denomina Vereda del Infante hasta el
puerto de la Fuenfría). Mi recorrido: Alto del león-Collado Marichivia y vuelta,
21 km.


Tenía una intención añadida este recorrido, descubrir por
qué el PR-30 no enlaza con la Pista Forestal, estando a tiro de piedra (bien
tirada, claro, 800 metros entre ambos caminos, a puro campo a través, partiendo
de los 1340 metros hasta llegar a los 1620).


Pues bien, ya lo he descubierto, y en carne propia tal y
como han quedado mis piernas y brazos, tipo ecce homo, tras triscarme peña
arriba y luego abajo entre unos imposibles brezos y enebros, matorrales duros
como la piedra, altos en lugares hasta los dos metros, y adornados de espinos
del tamaño de la cuerna de alguna de las vacas cuyas sendas he ido siguiendo
como he podido para llegar al collado del Rey, hasta conectar con la Pista
Forestal y seguir a la carrera la ya leve ascensión hacia Marichivia. Tela
marinera trazar un camino de uno a otro lado y para nada.
En fin, sea como sea, me haya dejado como me haya dejado la
epidermis por los campos de Guadarrama, escasísimo precio a pagar me parecen unos
rasguños cuando se puede disfrutar de un amanecer como este, unas flores silvestres en lo alto como estas…
Colofón: Estas otras flores, de plástico, que he encontrado al lado de mi coche al
regresar… ¿eran presagio de lo que iba a sufrir, pura amenaza de palmarla, o
recompensa por haber conseguido terminar el trayecto previsto pese a las
dificultades surgidas? Porque bien saben los corredores que, en una media maratón
como esta, los primeros 18 kilómetros no valen para nada, son mero preámbulo. El
verdadero entreno son solo los últimos tres kilómetros, más aún cuando ya desde
el principio sabes que acabarán cuesta arriba, tendida pero con sus mortales repechos.
Sí, solo cuentan esos últimos tres kilómetros, cuando la cabeza y el cuerpo se
alían para convencerte de que te pares. Y no lo haces.