Querido ripiero, o séase, rapero, que te llaman. Tú no leas
este libro. Ripiero convencido por ti mismo de que por rimar leño con ceño
porteño y seño del empeño eres poeta: ¡no leas este libro, no lo leas! Sigue,
en alto micro y puño, declamando tus cositas de prehistórico cuño, ese truño de
pezuño. Manténte a salvo en tus penosos ripios (que no por casualidad, ripio,
además de ser “palabra o frase inútil o superflua que se emplea viciosamente
con el solo objeto de completar el verso, o de darle la consonancia o asonancia
requerida”, significa “pedrusco, cascajo o fragmentos de ladrillos, guijarros y
otros materiales de obra de albañilería desechados o quebrados, que se utiliza
para rellenar huecos de paredes o pisos”), a resguardo leyéndote solo a ti
mismo y a tus lerdos influencers.
Pero no, no leas este libro. Hazme caso, raso, paso a paso,
dándole con un cazo (pronúnciese con ese para que rime, como en vuestras
cancioncillas). No lo leas ni de día ni de noche, ni en un coche ni a troche y
moche, no hagas tal derroche. No lo leas.
Que este libro está cargado hasta la extenuación de Poesía
necesaria.
“Si esto sirviera para hablar de un río”, de Gonzalo
Sánchez-Terán en Ediciones Franz.
https://www.edicionesfranz.com/?portfolio=si-esto-sirviera-para-hablar-del-rio
Sus poemas son pura ascensión. A los infiernos, pero ascensión.
Con cada uno de sus versos se va tomando altura en el vuelo de leer a
Sánchez-Terán como quien tiembla, lector expuesto al vértigo de verse a sí
mismo, al fin desnudo de vergüenzas.
Libro que transita la insumisión, la rebeldía y a la vez el
aterimiento, la indefensión ante la muerte, la venganza concienzuda de un
planeta sometido a la barbarie humana. Libro en el que Gonzalo hace un brutal
ejercicio de mixturar la última esperanza (a la fuerza) y la derrota final. Y
vuelta a invocar levantamiento y resistencia. Libro que avanza en la intemperie
que la peste del covid hizo manifiesta para dibujar la miseria más brutal del
hombre, esa miseria que ya existía sin coronavirus, confinamientos, espectáculo
de falsos aplausos y real pasión por las cafeterías. Pero… ¡nos daba tanta pereza,
nos causaba tanto hastío mirarla!... Es que no era nuestra.
“Pronto hará un año que llegó la peste
hasta nuestras ciudades y labores.
Y quién negará que si la pobreza
de media humanidad fuera la causa
de no poder besar a nuestros padres
ni estrechar al amigo entre los brazos,
del declinar de nuestra economía
y de la prohibición de hacer viajes,
si la pobreza atroz de medio mundo
fuera la responsable del lamento
de los derechos nuestros y de nuestra
prosperidad, quién negaría, hermanos,
que todos los poderes de la Tierra,
las universidades, los científicos,
los pensadores y los Parlamentos,
todos trabajarían sin descanso,
compitiendo los unos con los otros,
para acabar con ella: la miseria
de los seres humanos;
y los medios
de comunicación solo hablarían
de la inmensa pobreza, día y noche,
y nosotros, tú y yo, solo hablaríamos
de aquellos que no tienen paz, comida,
si en lugar de ser lo que es, la pobreza
hubiera sido la razón, la causa
de que desde hace meses no podamos
ni besar ni abrazar a los abuelos,
del declinar de nuestra economía
y de la prohibición de hacer viajes”.
No muchos se han ganado el derecho a levantar su voz en la
plaza. Gonzalo Sánchez-Terán, sí. Él no habla de oídas, sino de idas, de idas
al vórtice mismo del espanto en el que ha vivido, en África, más años de los que
caben en un cabal calendario. Por eso él puede espetar “Si votas a un hombre abiertamente
racista da igual lo que pienses de ti mismo: eres un racista”. Por eso él puede
arrojar certero la piedra primera, y negar tres veces que cuando acabe la peste
cambiaremos:
“Yo no lo creo. Caminé ciudades
en guerra, casas destruidas, pueblos
arrasados en lágrimas, he visto
el espanto en los ojos de los hombres
a ambos lados de todas las fronteras,
y he sabido que el miedo parte almas
como deshace pólvora el mortero,
para que los demás tu miedo teman.
Padecer juntos no es compadecer.
No cambiaremos por temer lo mismo
(la enfermedad, la muerte, la miseria),
únicamente si lo mismo amamos
(la libertad, la paz y la justicia)
valdrá el dolor reimaginar el mundo.
Libro que nos escupe sin acritud a la cara que “cuando irrumpió la peste… la enfermedad confinó nuestros cuerpos… (pero) nosotros solos precintamos nuestro espíritu”. Libro que nos deslumbra y ciega porque nos recuerda que solo lloramos cuando nos duele nuestra propia intranquilidad y en ella nos ahogamos complacidos, desterrando una vez más y una vez más y otra vez más de las noticias del telediario las imágenes de las pateras, las de los refugiados de guerra, las de los asesinatos selectivos dron mediante… Mejor lo dijo Amos Oz: “Lo peor de vivir en medio del conflicto entre israelíes y palestino es que nuestro dolor no nos deja tiempo o energía para preocuparnos por el dolor de los demás”. Después de milenios de importarnos un guano la pena y la miseria de los otros, un invisible virus nos da la coartada tanto tiempo anhelada.
“Muchos dicen que todo cambiará
cuando acabe la peste…
…entenderemos que la tierra es una
y nosotros sus huéspedes y ayos.
Nos dijeron que todo cambiaría,
que nada volvería a ser lo mismo,
también al prosternarse las dos torres
y durante la crisis financiera,
mas no fue así. Tras asentarse el polvo
en pie permanecía el viejo orden,
la libertad fue más alanceada
igual que un jabalí por los zarzales,
y la desigualdad tensó sus cabos,
y se saciaron las excavadoras
en la garganta inerme de los valles.
Ni el dolor, ni la fuerza, ni las plagas
cambian el mundo. Las ideas, sí…·”.
Libro que sin concesiones nos anuncia el “Modelo de sociedad
tras el confinamiento”: “el trueque de seguridad por libertad es el más antiguo
en el manual de déspotas y ventajistas, y el más amenazador”:
“Quien te obligue a elegir entre salud
y libertad busca quitarte ambas.
No hilamos alfabetos, no escrutamos
las facciones del bien, no hicimos lumbre
contra la oscuridad, saber adentro,
no inventamos la imprenta y la asamblea
para ser menos libres.
Quien nos fuerza a elegir entre intemperies,
la de la mente frente a la del cuerpo,
intenta confinarnos en su puño…
Del miedo no se sale cabizbajo.
Si entregamos el hacha a los verdugos
harán empalizadas que nos guarden,
y después, con más leña, harán cadalsos…
De este dolor emergeremos juntos
braceando hacia el aire, no hacia el fango”.
Libro admonitorio que nos pone ante la obligación de
elegirnos, porque aún hay tiempo si no nos faltan valor ni generosidad:
“Si en la celebración de los reencuentros,
tras abrazar a quienes tanto amamos,
nos faltaran los otros, los que moran
en un confinamiento vitalicio
de niebla, de injusticia, de pobreza,
si alcanzáramos a llorar la pérdida
de cada humano por la peste como
llorarían las tildes por la muerte
de una vocal,
quizás
si nos tratáramos
como nos trata el virus: como iguales,
si echáramos de menos a los presos
aherrojados en cárceles distantes
por defender la libertad sagrada
como nos falta un hijo o un hermano
en la celebración de los reencuentros,
…
mereceremos, cuando vuelva le fuego
hasta nuestros tejados y cosechas
(porque regresará, no lo dudéis,
y será un vasto incendio que ninguna
aldea ni país ni continente
podrá extinguir por separado, solo),
mereceremos, cuando el fuego vuelva,
que acudan todos, desde todas partes,
con sus lagos y ríos, con sus pozos,
sus baldes y sus almas, a apagarlo”.
En fin, ripiera, tú no leerás este libro. Porque estos
versos van y no tratan del ombligo, santo y único, ecuménico y atolónico del
poeta mismo, sino del cordón umbilical de todos, ese cordón que nos une en el
goce y la desgracia de los hombres.
Porque este libro de Gonzalo Sánchez-Terán, un hombre hecho
de una pieza, la de la dignidad humana, es un “regreso al silencio y la palabra
en busca del fanal que nos guie tiniebla adentro”, (donde) “creció la convicción
de que por el sistema sanguíneo del mundo corren las plagas, sí, pero también
circulan las ideas transformadoras, los sueños compartidos”. Incorregible
Gonzalo en su hímnica esperanza de que el hombre se redima un día a sí mismo.
Y casi mejor, ripieros. No, no lo leeréis porque en él no
está escrita la palabra polla. Por ejemplo aquel inigualable verso-siglo XXI: “nunca
le he pedido que me coma la polla”, que en tus manos de ripiero continuaría con
cebolla y olla consonantes. Al parecer indispensable es en la poesía
contemporánea juvenil de escribidores con ínfulas de epatadores de burgueses,
de escandalizadores de meapilas, escribir sin santiguarse “polla”.
Poetitas que son jóvenes apenas de pensamiento (monocelular),
obra (véase la quinta acepción del DRAE) y omisión (de lecturas y saberes). Y
ya al fin, lo de ser jóvenes de palabra les queda un poco, un muy, un mucho grande.
Que diría Mariano. Y no de Larra.
Larra, desesperado se descerrajó un tiro. Pero va Gonzalo
Sánchez-Terán, el hombre que ha vivido en su carne tanto horror, y aún nos
regala la esperanza, “El afán de los fareros”. Bendito sea. Un trisagio elevo
en su honor siempre.
“De la elegía al madrigal iremos,
del cepo a las atmósferas ganadas,
y de ese redoblar de los cerrojos
al plectro de las almas volveremos,
porque eso es lo que hacemos las personas,
es ese nuestro don, obrar milagros,
transubstanciar lo inanimado en arte,
trascender en hogazas las espigas.
No sabemos muy bien por qué ni cómo
pero somos la especie de la alquimia,
capaz de compartir con los extraños,
de cuidar un jardín que no veremos,
de mudar el dolor en ovaciones.
Qué otro animal, en medio de la lucha
por la supervivencia, sueña auroras
más lúcidas, más justas para todos.
Y qué otra bestia libremente iría
al lugar donde yacen infectados
para ayudar a algún desconocido.
Opulentos de mente y de lenguaje,
sobrepujamos al temor con odas,
designios y el afán de los fareros
que se imparten en luz cuando la noche,
afán que nos define y nos absuelve.
Desde la desunión al haz, al ágora,
ascenderemos como al viento el polen,
porque eso es lo que hacemos los humanos,
conversar, aprender, partir el pan
y ponernos en pie de amanecida,
para abrir otra senda en la espesura”.
(fotografía
del autor mchmaster.com)
No hay comentarios:
Publicar un comentario