Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

24 mayo 2023

En un temblor, el polvo


Leo en un temblor “Polvo” de Blanca Morel.

Con la inmediatez de las cosas esenciales descubro desde los primeros versos que este libro tiene un algo indefinible. Innecesaria demostración empírica de que es poesía, poesía de alto vuelo. Poesía porque “es lo que es”, sin explicaciones, rumbos o paleografías.

Tiene, sí, un algo, precisamente, de “polvo”. Al leerlo me siento (se sentirán quienes a él se “avertiguen”), me siento rodeado, llovido por su diluvio de palabra pulverulenta. Y se me mete todo en las entrañas, por las comisuras de los ojos y los labios, se adhiere a mis pestañas con vocación de unánime, y sin embargo hecho de motas y motas, de individuales universos solos que me hacen comprender (sin saberlo, sin ser capaz de referirlo con palabras inteligibles) la visión de Blanca. Y ese significante de su mirada puesta en la realidad, me hace dudar de la fuerza de la gravedad…

 

“conozco el polvo como si hubiera muerto

su sabor

su sequedad

la belleza de ser traspasada por la luz

en una ingrávida traslación”

 

Avanzo en sus poemas y siento una levedad. Una ligereza en la que al más mínimo soplo revoloteo de mí mismo y me poso, dividido, esparcido, en todos los rincones de mi propia casa, que no es otra que mi cuerpo. Hogar solitario donde un “tú” (que debo ser yo) existe. El polvo existe, la poesía de Blanca existe. Pero nada, ni tú-yo, yo-tú, ni nada existe. Porque se está, siempre se está extraviado. Y sin testigos.

 Pero reconozco aún a esos seres: patatas olvidadas

 

“en un cajón de la cocina

echaron largas antenas

en la oscuridad

del cajón

fue hermoso y extraño contemplar

la persistencia de esos seres olvidados

supervivientes

no  eran alimento sino

delirio de vida

furia

ascensión”

 

Reconozco a esos seres, y hallo hermanos, ancestros, poluciones de futuro sin esperanza y viceversa.

Acepto entonces ser la fugacidad que ya me deshabita.

Y sin embargo, una especie de amparo me crece en el pecho al leer hermanos versos, donde Blanca dice:

 

“él cree que posee a las cosas

pero las cosas le poseen a él”

 

Y voy a buscar yo en mi “Obstinación” (Ediciones Evohé, 2023) y hallo mis propios ateridos versos de admonición y desencanto:

 

Las cosas y los dueños

                                    (Profesiones de fe sin esperanza, X) 

 

         Los objetos se vengan de sus dueños.

Para empezar, son ellos

los dueños de sus dueños, tiranizan

al que sueña que tiene, y es tenido.

 

Los objetos conservan con sarcasmo

la exacta memoria del día en que compramos

aquello que iba a ser

testigo del amor más legendario.

Hoy marcesible, sepulto, traicionado.

 

Los objetos se vengan de sus dueños.

Te prometen una eternidad que solo ellos,

aunque rotos, atesoran. En sus trozos,

la cerámica ateniense sobrevive en las vitrinas;

nada queda de aquel que la sostuvo,

que a sus labios trémulos la acercó un día.

Su ceniza, tal vez haya modelado

el barro de otro vaso. Pero, mira,

atentamente mira a tus objetos: espeluzna

saber que ellos seguirán en los estantes

cuando no seas tú ya, siquiera olvido;

nadie habrá para olvidarte, y todo

se habrá perdido para siempre, menos ellos,

los objetos que se ríen con insidia

de ti, de tu torpe ensoñación,

de tu quimera.

 

Regreso a los versos de Blanca Morel (también extraordinaria narradora, uno de cuyos libros se me quedó pendiente hacerle de partera en su camino hacia la luz y aún me pesa). Regreso a los poemas de Blanca, que juegan a engañarme con una supuesta simplicidad:

 

“cubierto de polvo

mi nombre desaparece

 

más allá

la música”,

 

hasta que luego releo, con el manso detenimiento del polvo que cae para posarse, y todo alcanza a descubrírseme  esencial. Y desvelarme lo que somos:

 

“… piedra

a punto de ser polvo

y la muerte percute…”.

 

Déjese llevar en posesión el lector como yo fui zarandeado por este “Polvo” de Blanca Morel (Eolas ediciones, 2023) y, aunque caducifolio, acepte al fin gozoso:

 

“el día

es una flor

que nace

sin memoria”.

 

Pero nace.

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