Yo no podría imaginar que mi vida sea lo que ha llegado a ser sin seguir sintiendo en mi corazón mi primer amor por Georgina y mi deseo de descubrir los misterios de nuestro planeta. Y todo ello se me clavó indeleblemente en el alma con las Aventuras de los Cinco de Enyd Blyton. Y antes con los romances que me cantaba mi madre, como el del Conde Olinos. Y luego con Salgari. Y siempre leyendo.
Así, cuando crecí, comprendí que muchos de los libros “infantiles” deberían ser de obligada lectura en los MBA de todas las escuelas de negocios del mundo y también servir de examen de ingreso para los que ejercen los poderes públicos, para que todos cuantos manejan el mundo aprendan los valores esenciales que se encierran, como en bellísimas geodas, en cuentos “infantiles” como El Principito o El soldadito de plomo o Celia: la amistad sin temores, la generosidad sin egoísmos, el valor más allá de lo imaginable, el respeto a uno mismo y a la diversidad humana y natural, la solidaridad con los más desafortunados…
El libro podrá cambiar de formato, hasta podría desaparecer tal y como lo hemos conocido en los últimos tres mil años… pero jamás faltarán hombres y mujeres que inventen leyendas y cuentos para compartir los enigmas de la existencia. Ni humanos-libro como los de la novela Fahrenheit 451 que se aprendan de memoria las historias para transmitirlas de generación en generación igual que los vates griegos y los padres y madres desde el inicio de la Humanidad, que hacen que la Iliada, la Odisea, las Mil y una noches, el Quijote, La pequeña Cerillera, Los tres cerditos, y todos los cuentos que en el mundo ha habido y habrá, sean eternos.
Así que este día 2 de abril celebremos el Día Internacional del Libro Infantil. Leamos con nuestros hijos, sobrinos, amiguitos, vecinos un libro infantil de Maria Elena Walsh, de Elena Fortún, de los Hermanos Grimm, de Perrault, o inventemos nosotros cualquier historia que les haga imaginar otro mundo posible…
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