Según la mitología griega, Filemón y Baucis, eran un
matrimonio que vivía en Capadocia sin más historia que las horas que trascurren,
no para dejar huella sino olvido. Filemón era un viejo y pobre campesino y su
esposa compartía con él justo lo que no se puede compartir, el amor, eso que
nadie puede ponerlo en una mesa, cortarlo y repartirlo sin destruirlo al mismo tiempo; el amor compartido es siempre unánime
e indivisible.
Un día, Zeus y Hermes, disfrazados de mendigos en un viaje,
llegaron a la ciudad en medio de la tormenta, y allí pidieron a sus habitantes
un lugar para pasar la noche. Todos les negaron cobijo, porque el miedo enseña
su primera y única palabra, y es “no”.
Sólo Filemón y Baucis les invitaron a entrar en su humilde
cabaña. Después de servir comida y vino a sus invitados, Baucis notó que a
pesar de llenar varias veces los vasos de los visitantes, la jarra de vino nunca
se vaciaba, y pensó si aquellos pobres extranjeros no serían en realidad dioses.
Creyendo que la humilde comida servida no era digna de tales invitados, Filemón
decidió ofrecerles lo único que guardaban en su casa para el incierto futuro,
un ganso. Pero cuando el campesino se acercó al ave, el animal corrió hacia el
regazo de Zeus, quien aseguró que no era necesario tal sacrificio, pues debían
marcharse.
El dios avisó al matrimonio de que iba a destruir la ciudad
y a todos aquellos que les habían negado la entrada y el cobijo. Les dijo que
deberían subir a lo alto de la montaña con él, y no mirar atrás hasta
llegar a la cima. Ya allí, la pareja vio su ciudad destruida por una inundación
que provocó Zeus.
Sin embargo, Zeus salvó su cabaña, y les ofreció un deseo. El
matrimonio pidió estar unidos para siempre, muriendo uno al mismo tiempo que el
otro. Tras su muerte, Zeus aún quiso que siguieran juntos por toda la eternidad,
y los convirtió en árboles que se inclinaban uno hacia el otro: a Filemón, en
roble; y a Baucis, en tilo…
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