Me pregunta el maestro Rafael Borge: ¿es necesaria la poesía en nuestra vida de homínidos
comunes? ¿Por qué escribe poesía Jaime Alejandre?
Porque un animal, aun sin saber que lo hace y sin intención
por hacerlo, puede pintar o hacer música, pero no puede escribir un verso.
Porque es un milagro que 27 signos se combinen para componer
miles de palabras en miles de idiomas. Y quién en su sano juicio no querría ser
parte de un milagro.
Porque me temo que con la oratoria sólo se convence a los
que ya piensan como nosotros. Y escribiendo y leyendo poesía eres capaz de
cambiar de opinión.
Porque, ya lo he dicho, la foto de una puerta sólo puede ser
esa puerta, y la palabra puerta en un verso es todas las puertas.
Y escribo para sacármelo de lo cabeza, aunque a veces lo
haga mal y siempre lo haga a medias y saque la mitad de la mitad de lo que
estuvo en mi pensamiento.
Porque tampoco hace tanto que el hombre escribe, en verdad
hace muy poco, 5.300 años y hay tanto que contar y recordar... por ejemplo que
la rueda sólo nació doscientos años antes que la escritura en Sumer...
Porque la escritura es lo único que permite almacenar y
transmitir el conocimiento.
Porque es tal vez la única actividad en la que no hay que
dar explicaciones.
Porque no sé pintar.
Porque sin texto no hay Historia.
Porque Gilgamés, abrumado por la muerte de su amigo Enkidu a
manos de Isthar, la diosa del amor Isthar (diosa que bajo otro de sus nombres,
como Astarté va y se cuela en las novelas de mi amigo Arturo cinco milenios
después), Gilgamés, digo, abrumado ante el espectáculo de la desaparición de
Enkidu se propone conquistar la eternidad... y lo consigue con la ayuda del
inmortal matrimonio superviviente del Gran Diluvio Universal... aunque luego la
“planta de la juventud” se la robe una serpiente y por eso las serpientes cambiando
de piel si no son inmortales sí son eternamente jóvenes... y todo esto lo
sabemos por un poema titulado “Quien todo lo vio” escrito antes casi de que
todo sucediera.
Porque recuerdo a mi padre y veo a mis hijas y sé que Sary,
escriba egipcio talló en piedra estos versos: “Un hombre ha desaparecido, su
cuerpo polvo es, / toda su parentela ha vuelto a la tierra, / pero un libro
hace que lo mencione la boca de quien lee”.
Porque escribir poesía es el territorio único y perfecto de
lo más sagrado que para el hombre hay, la libertad.
Porque si una sola persona en el mundo leyendo un verso mío
se emociona una milésima parte de lo que yo con la Ilíada de Homero, el Quijote
de Cervantes, el Diablo Mundo de Espronceda o la Caída de Camus, me sentiré
feliz, y creeré haber devuelto al mundo honradamente algo de la infinita
felicidad inmerecida que he recibido en mi vida de lector.
Escribo también por una vanidad que creo que se redime por
sí misma puesto que no busca el halago por el halago sino solo descubrir hermanos
de emoción y sentimiento. Así el mundo cobra sentido porque no estoy solo.
Escribo versos porque a vosotros, gente mía (gente, como
diría Dersu Uzala), os gusta.
Y porque soy curioso y no me canso.
Secretamente, incluso para mí mismo, supongo que empecé a
escribir poemas para ganarme el respeto y la admiración de mi padre, lector
empedernido e inédito escritor.
Escribo versos porque así no se perderá en el olvido,
resistiendo al menos una hora, pongamos, el tsunami que en mi corazón supuso
caminar por el laberinto de la ciudad de Mari (Tell Hariri), a orillas del
Éufrates, construida hace 7.000 años. Un lugar que hoy a un turista a la busca
y captura de algún fotograma exótico lo dejará con el vacío de la estafa y que
sin embargo a mí me conmocionó. Muros aparentemente vanos que no otro sino
Hammurabi destruyó. Mis huellas sobre sus huellas.
Hago versos porque en la escritura hay algo que es
iluminación: me descubre en el más amplio sentido de la frase “me descubre”. Y
porque empecé a hacerlo en el mismo momento de mi infancia en que comencé a ser
yo mismo y no puedo pararlo. Y porque en las horas de desaliento (más editorial
que escritorial) en que “decido” dejar de escribir lo pienso en forma literaria
y no descanso hasta que escribo el verso que dice que ya no escribo.
Porque tras haber vivido (o sea, tras haber visitado
latitudes impensables; tras haber edificado una familia; tras haber transitado
las horas con un puñado inefable de amigos; tras haber amado y visto tanto y
tanto), o sea, tras haber vivido, para cuando ya no viva, el Paraíso lo concibo
como un lugar sin lugar donde no hay acción, un lugar donde transcurre infinito
el tiempo sin tiempo, un lugar donde leo y leo y leo, aprendiendo, conociéndolo
todo por lo escrito. “Casas de vida” llamaban en tiempo de Ramsés II a las
bibliotecas. Hospital del alma ponía a la entrada de la de Alejandría. Y si el
Paraíso que imagino en la nebulosa de la inexistencia es una biblioteca, ¿cómo
no desear ser partícipe de la inacabable construcción de ese paraíso?, ¿cómo no
escribir si acaso un verso?
1 comentario:
Gracias por este texto tan hermoso y necesario. Tal y como lo es la poesía.
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