Con la inmediatez de las cosas esenciales descubro desde los
primeros versos que este libro tiene un algo indefinible. Innecesaria demostración
empírica de que es poesía, poesía de alto vuelo. Poesía porque “es lo que es”,
sin explicaciones, rumbos o paleografías.
Tiene, sí, un algo, precisamente, de “polvo”. Al leerlo me
siento (se sentirán quienes a él se “avertiguen”),
me siento rodeado, llovido por su diluvio de palabra pulverulenta. Y se me mete
todo en las entrañas, por las comisuras de los ojos y los labios, se adhiere a
mis pestañas con vocación de unánime, y sin embargo hecho de motas y motas, de
individuales universos solos que me hacen comprender (sin saberlo, sin ser capaz
de referirlo con palabras inteligibles) la visión de Blanca. Y ese significante
de su mirada puesta en la realidad, me hace dudar de la fuerza de la gravedad…
“conozco el polvo como si hubiera muerto
su sabor
su sequedad
la belleza de ser traspasada por la luz
en una ingrávida traslación”
Avanzo en sus poemas y siento una levedad. Una ligereza en
la que al más mínimo soplo revoloteo de mí mismo y me poso, dividido,
esparcido, en todos los rincones de mi propia casa, que no es otra que mi
cuerpo. Hogar solitario donde un “tú” (que debo ser yo) existe. El polvo
existe, la poesía de Blanca existe. Pero nada, ni tú-yo, yo-tú, ni nada existe.
Porque se está, siempre se está extraviado. Y sin testigos.
“en un cajón de la cocina
…
echaron largas antenas
en la oscuridad
del cajón
…
fue hermoso y extraño contemplar
la persistencia de esos seres olvidados
…
supervivientes
no eran alimento sino
delirio de vida
furia
ascensión”
Reconozco a esos seres, y hallo hermanos, ancestros,
poluciones de futuro sin esperanza y viceversa.
Acepto entonces ser la fugacidad que ya me deshabita.
Y sin embargo, una especie de amparo me crece en el pecho al leer hermanos versos, donde Blanca dice:
“él cree que posee a las cosas
pero las cosas le poseen a él”
Y voy a buscar yo en mi “Obstinación” (Ediciones Evohé,
2023) y hallo mis propios ateridos versos de admonición y desencanto:
Las cosas y los
dueños
Los objetos se vengan de sus dueños.
Para empezar, son
ellos
los dueños de sus
dueños, tiranizan
al que sueña que
tiene, y es tenido.
Los objetos conservan
con sarcasmo
la exacta memoria del
día en que compramos
aquello que iba a ser
testigo del amor más
legendario.
Hoy marcesible,
sepulto, traicionado.
Los objetos se vengan
de sus dueños.
Te prometen una
eternidad que solo ellos,
aunque rotos,
atesoran. En sus trozos,
la cerámica ateniense
sobrevive en las vitrinas;
nada queda de aquel
que la sostuvo,
que a sus labios
trémulos la acercó un día.
Su ceniza, tal vez
haya modelado
el barro de otro vaso.
Pero, mira,
atentamente mira a tus
objetos: espeluzna
saber que ellos
seguirán en los estantes
cuando no seas tú ya,
siquiera olvido;
nadie habrá para
olvidarte, y todo
se habrá perdido para
siempre, menos ellos,
los objetos que se
ríen con insidia
de ti, de tu torpe
ensoñación,
de tu quimera.
Regreso a los versos de Blanca Morel (también extraordinaria
narradora, uno de cuyos libros se me quedó pendiente hacerle de partera en su
camino hacia la luz y aún me pesa). Regreso a los poemas de Blanca, que juegan
a engañarme con una supuesta simplicidad:
“cubierto de polvo
mi nombre desaparece
más allá
la música”,
hasta que luego releo, con el manso detenimiento del polvo
que cae para posarse, y todo alcanza a descubrírseme esencial. Y desvelarme lo que somos:
“… piedra
a punto de ser polvo
…
y la muerte percute…”.
Déjese llevar en posesión el lector como yo fui zarandeado
por este “Polvo” de Blanca Morel (Eolas ediciones, 2023) y, aunque caducifolio,
acepte al fin gozoso:
“el día
es una flor
que nace
sin memoria”.
Pero nace.
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