El problema de los precios de objetos culturales, como en
casi todo ¿tendrá que ver con la rapacidad de los autores, los individuos, las
empresas, los propios consumidores?
Si nos centramos en el mundo literario convendría recordar
que si alguien compra un libro por quince euros el autor recibe entre 1,2 y 1,5
euros. Quien pretendiera “vivir” de lo que escribe, para alcanzar el salario
mínimo interprofesional (650 euros más o menos) tendría que vender unos 500
libros al mes todos los meses. Seis mil libros al año. Si ya nos hemos
recuperado del ataque de risa podemos seguir con otro matiz.
En fin, la rapacidad del autor con ese 8-10% de derechos de
autor queda bastante menguada que digamos. El otro 90% se lo llevan el editor,
el distribuidor y el librero. Tampoco es que uno encuentre multimillonarios en
esos sectores así que lo mismo todo está razonablemente medido y compensados
los gastos de personal, papel, vehículos, vendedores…
Respecto a los lectores hay que reconocer que tampoco es que
en este sector del libro estén entregados a una cruzada pirata descargándose
fraudulentamente todo libro que desean caiga en sus manos. Cuando las ediciones
digitales tienen un precio acorde a los costes de producción, por debajo de 5
euros, por ejemplo, el aficionado a la lectura lo descarga y compra.
Sin embargo, volviendo a los derechos de autor, lo que ya no
encuentro razonable en modo alguno es que en literatura, después de muerto el
autor, sigan obteniendo las regalías los herederos… hasta 70 años después del
óbito. Los derechos de autor deberían extinguirse con la existencia del creador.
O tres o cuatro años después, si se quiere. Ello redundaría en un mejor acceso
continuado a la cultura. Ahora hablo con mi gorro de editor para decir que me
parece penoso no poder republicar a autores fallecidos por las exorbitantes y
ridículas y rapaces pretensiones de sus, a menudo iletrados, herederos. Los
ciudadanos tienen también su derecho de “autor”, el de poder leer una edición
nueva de un Wenceslao (es un decir, ya me entiende quien me entienda) o
cualquier otro libro, demasiadas veces descatalogados, sin tropezar con las
económicas demandas de los familiares del artista.
Claro que, contradictoriamente, hay algunas otras cuestiones
de derechos de autor que tal vez no deberían caducar nunca. Por ejemplo cuando las
obras literarias se utilizan por empresas u organizaciones para obtener beneficios.
Tal vez en esos casos habría que crear un fondo público que se dotara del pago
de esos derechos de autor para usarlo en la promoción general de la literatura
o vaya usted a saber.
Me explico con la fotografía que aparece acompañando a este
texto (ya lo sé, demasiado largo para ámbitos internéticos donde prima la
inmediatez). Como se puede ver en la foto, una gran empresa, para vendernos un
coche, se sirve de una frase literaria que ya ha calado en el imaginario
colectivo. Dicen en su anuncio: “Todo cambia para que nada cambie”. Se basa por
supuesto en la novela “El gatopardo”, escrita por Giuseppe Tomasi di Lampedusa
(sarcasmos de la vida: publicada un año después de su muerte). El personaje de
Tancredi declara a su tío Fabrizio: "Si queremos que todo siga como está,
necesitamos que todo cambie" ("Se vogliamo che tutto rimanga come è,
bisogna che tutto cambi"). Esta frase se conoce en la actualidad en el ámbito de las ciencias
políticas como "gatopardismo" o "lampedusiano": "cambiar
todo para que nada cambie".
Lo mismo puede decirse del famoso “Preferiría no hacerlo” (“I
would prefer not to”, en el original) de Bartleby, el escribiente de Melville…
y de tantas otras frases literarias incorporadas al acervo cultural de nuestro
mundo.
Así que si una empresa, organización, publicista o quien sea
se vale de una frase como esta, letra por letra, sin aportar un mínimo de
creatividad, entonces tal vez debería financiar con un mínimo un Fondo de
Promoción de la Creación Literaria o qué sé yo. Porque las personas que hayan
diseñado la campaña de publicidad del coche de la foto en cuestión, ¿qué han
puesto de su magín?

Así que aprovechemos mi desnorte de hoy para leer o releer
tamaña novela como “El gatopardo”. De ella hizo Luchino Visconti en 1963 una
extraordinaria adaptación con Claudia Cardinale, Burt Lancaster y Alain Delon. Sin
embargo la novela la supera, entre otras cosas porque el “The end” de la
película se produce antes del desenlace real y final de la novela. Y esos
últimos capítulos del escritor Lampedusa contienen algunos de los pasajes y
reflexiones más bellos de la novela…
Lo dicho, insensateces mías, pero si están eligiendo
lecturas de verano, ¡no lo duden!
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