Hasta hace poco, el viajero que quería servirse de una
auténtica guía de Venecia que no fuera el pastiche de lugares comunes al uso,
tenía a su alcance dos libros extraordinarios: “Venecias” de Paul Morand y “La
Venecia secreta de Corto Maltés” de Guido Fuga y Lele Vianello. Ahora podemos
al fin sumar una tercera obra indispensable para el viajero renuente a los
clichés. Se trata de “La Venecia de
Casanova por cinco ducados al día”, de Daniel
Muñoz de Julián, Ediciones Akal, 2015, ISBN: 978-84-460-4220-4, 176 p.p.
Más de sesenta años de impresiones personales, desde 1908 a
1971, recogidas por aquel cosmopolita Paul Morand que nos dijo que “Las casas en Venecia (donde el hombre
experimenta la alegría nueva de no tener coche y donde hay que venir en otoño
despiojada de turistas, salvo los hippies, budas sin curiosidad, inamovibles) son
inmuebles con nostalgias de barco: por eso sus plantas bajas a menudo están
inundadas. Satisfacen el deseo de un domicilio estable y del nomadismo”.
Fuga y Vianello desvelándonos “los tres lugares mágicos y escondidos en ella: uno en la calle
dell’Amor degli Amici; el segundo cerca del Ponte delle Maravegie; y el tercero
en la calle dei Marrani, en los alrededores de San Geremia, en el Ghetto
Vecchio. Cuando los venecianos se cansan de su autoridades oficiales, van a
alguno de estos tres lugares secretos y, abriendo las puertas que están en el
fondo de esos patios, se van para siempre hacia lugares bellísimos y hacia
otras historias…”.
Y ahora, también hacia otras historias, nos conduce el insuperable
relato nómada de Daniel Muñoz de Julián en su libro sobre Venecia, ese lugar
donde “todo era original: la Serenísima
tenía su propio calendario, que empezaba el 1 de marzo; los días se contaban a
partir de la puesta de sol”.


Regresar siempre. Siempre, sí, pues Venecia no puede
apreciarse en un solo viaje. Tal vez ni en toda una vida allí mismo vivida. Los
caballos de bronce de San Marcos, traídos de Constantinopla en 1204 o la
fastuosa Pala d’Oro y sus tres mil
piedra preciosas, el ara sobre el que decapitaron a san Juan Bautista, una
costilla de san Esteban, la espada de san Pedro, un dedo de María Magdalena…
infinitos sus tesoros, e insospechados si no fuera porque el enriquecimiento de
Venecia debe mucho a la costumbre desde 1075 de que cada barco que atraca ha de
volver con un regalo para San Marcos.
No abundo más en estas trascripciones de párrafos de Daniel
Muñoz de Julián. Mejor les dejo el apetito de conseguir el libro y disfrutarlo.
Para que descubran ustedes mismos el origen de la palabra italiana por
antonomasia, “ciao”, o la fórmula para
obtener la triaca, que cura todo mal que no sea grave, o el origen del helado,
o las diferentes campanas con que se indican las condenas a muerte o la convocatoria
de los senadores…
Deliciosa les parecerá la lectura de este texto que
literalmente nos guía por el tiempo y el espacio de la Venecia de los
carnavales que duraban seis meses, la alquímica Venecia, la Venecia del
rinoceronte de Rialto, la del tabaco y las marionetas. La añorada ciudad en la
que se ejecutó a unos jueces que habían dictado sentencia a galeras contra un
panadero que resultó ser inocente; no sólo pagaron con su vida su execrable
error sino que hasta su propiedades se subastaron y con los réditos se costeó
esa pequeña luz roja que brilla día y noche delante del mosaico de la Virgen en
la fachada de San Marcos… ¡Ah, cuánto bien haría a nuestra dolorida España
contar con esa misma luz que pudiera iluminar la insultante impericia de tantos
jueces y tantas juezas patrias!
En definitiva, déjese, lector viajero, inundar por el acqua alta del relato de Daniel Muñoz de
Julián y dirija ya sus pasos hacia su propia Venecia, pues cada cual tenemos
una por descubrir. Pero sepa el nómada que es distinta cada vez que a ella
regresemos… Veni etiam, veni etiam…
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