Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Sí, un par de
mudanzas (lo que según Jardiel Poncela es un incendio sin fuego) y otros
lópeces han hecho que haya tardado demasiado tiempo en leer la reconfortante “novela”
de David Gutiérrez, “Ferdinand Bancuver” Ediciones Amargord,
2014, ISBN: 978-84-16149-10-0, 179 pp. Tanto me he demorado que, al ponerme a
escribir esta reseña y reconocimiento del gran libro que es, recibo la noticia
de que apenas dentro de diez días David Gutiérrez presenta nuevo libro. Pero
qué más da la tardanza de esta loa y alabanza si libros como el que hoy les
traigo están al margen del tiempo y se libran de los rigores cretinos de la “novedad”,
de los textos de circunstancias escritos más por motivos comerciales que por
ese ente, inútil para cualquier emebeá,
que es la literatura.

No sé, es que últimamente los únicos libros que no se me
caen de las manos son aquellos en que me encuentro a mí mismo. Para ególatra
yo, debe ser, ¡quién lo habría dicho! (Y Ferdinand Bancuver Alter Ego, que ya
dice tener “la extraña costumbre de
imbuirse, aunque sea temporalmente, en los personajes de los relatos que lee...).
Menos mal que los personajes con los que me identifico nunca son héroes sino
más bien inútiles soñadores presas del insomnio (con y sin subtítulos). Así que
cuando entre las páginas impresas encuentro tipos con los que comparto paranoias
y obsesiones me siento a gusto. Estar entre extraños desde hace un tiempo me
produce hastío. Pereza. Pero en muchos de los cien capítulos de esta novela
puedo reconocerme y verme muerto de frío en cualquier lugar público por culpa
de ese aire acondicionado con el que alguna secta universal pretende acabar con
la raza humana. Tipo que de tanto ponerlo es capaz de “rayar” un cedé. Ser que
ha acabado por comprender que “el
poniente está para mirarlo, no para pensar lo que es”. Protagonista con el
que coincido en mitos literarios y musicales (Cohen, Pessoa –¡¡“quien ama es diferente de quien es”!!-,
poetas Hazversos como Rafael Soler o Elvira Daudet, Matisse, Siddartha…) con lo
que me siento no ya como en casa sino en el Sancta Sanctórum de mí mismo. Ridículo
compulsivo sereno (de los de chuzo) que soy, cerrador de puertas de armarios y
habitaciones que nombra a sus amigos sin la menor liturgia, como Bancuver: Tomé
Lasenda, Sepelio Scrotto, Fulgencio Baylón… Aunque luego sea incapaz de decir “no”
a ninguno de ellos y esté dispuesto (Ferdinand) a torear en la Feria de San
Isidro en las Ventas sustituyendo a un torero dipsómano. Iconoclasta hermano
mío que también se detiene a admirar los extintores en los museos, que sabe que
hay jueves que huelen a domingo y que “guarda
cosas porque sabe que la vida está llena de símbolos y que hay que acompañarla
de ellos…”.
En fin, disfruten de esta novela que es una tesela de
apuntes del natural que, como con las erráticas pinceladas de una acuarela (que
no se pueden corregir, a diferencia de las hechas con óleo), dibujan la vida de
un personaje que gana nuestro cariño tal vez más que especular, pese a que
desde los primeros párrafos David Gutiérrez nos obliga a preguntarnos si no
será todo lo que leemos “mero” sueño y cuantos personajes salen (si no son sólo
uno, como decíamos antes, ¿no somos todos
un poco Gregorio Samsa…?”) apenas la precisa expresión de la inexistencia. Pero
ya lo desvela el autor: “A veces solo
durmiendo se sueña lo que se es. Se trata d sueños teñidos de realidad o la
simple realidad desconectada…”.
2 comentarios:
Es un autor especial. Escritores hay muchos, autores, menos. Me ha encantado la reseña, Jaime. Y me encantan David y Ferdinand Bancuver. Me encantan las personas reales que son entes de ficción y los entes de ficción capaces de caminar por lo que otros llaman realidad. Y bueno, tú también eres un ente de ficción real así que... bienvenido al club. O, mejor dicho, espero que me dejeis pertenecer a él :-)
Gracias amigo, tú eres un heterodoxo de primera generación, lo sabes!! salud
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