Queridos amigos, os invito a transitar juntos mi blog.

Ven, vagamente,
ven, levemente,
ven solo, solemne, con las manos caídas
a tu lado, ven
y trae los montes lejanos junto a los árboles próximos,
funde en un campo tuyo todos los campos que veo,
haz de la montaña un bloque sólo de tu cuerpo...

(Fernando Pessoa)

22 marzo 2016

A veces es mejor que no haya final


Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Sí, un par de mudanzas (lo que según Jardiel Poncela es un incendio sin fuego) y otros lópeces han hecho que haya tardado demasiado tiempo en leer la reconfortante “novela” de David Gutiérrez, “Ferdinand Bancuver” Ediciones Amargord, 2014, ISBN: 978-84-16149-10-0, 179 pp. Tanto me he demorado que, al ponerme a escribir esta reseña y reconocimiento del gran libro que es, recibo la noticia de que apenas dentro de diez días David Gutiérrez presenta nuevo libro. Pero qué más da la tardanza de esta loa y alabanza si libros como el que hoy les traigo están al margen del tiempo y se libran de los rigores cretinos de la “novedad”, de los textos de circunstancias escritos más por motivos comerciales que por ese ente, inútil para cualquier emebeá, que es la literatura.
En fin, David Gutiérrez nos ha dado una “novela” que entrecomillo porque lo es, novela, en el sentido más contemporáneo y posmoderno posible, texto narrativo en el que se entreveran poemas y reflexiones colaterales. Colaterales pero sin daños. Inventario de sueños, o sea, al fin y al cabo, se mire como se mire, filosófica o físicamente: la vida. Historia sin historia, entiéndase, repito, la vida misma. Y cuando se va a hablar de la vida, la de uno y la de cualquiera, la de todos y la de nadie, intriga y peripecia (¿qué va a ocurrir con la aparición de Paula, la cajera?... pues que se va a vivir con Ferdinand... eso, como le sucede a todos los humanos que conocemos; pero, claro, con eso no se hace una obra de arte, luego hay que saberlo escribir como magistralmente lo hace David Gutiérrez, sin desenlace necesario ni posible, pues todos sabemos que cualquier vida termina con la muerte, así que al menos en la ficción “a veces es mejor que no haya final” ) serían obstáculos en la comprensión de la verdad llena de ficción, y viceversa; verdad que no es otra que la existencia de un tal Ferdinand David Bancuver Gutiérrez. Bueno de él y quién sabe si no de más personajes. Y, muy seriamente, de este propio lector diletante que les escribe.
No sé, es que últimamente los únicos libros que no se me caen de las manos son aquellos en que me encuentro a mí mismo. Para ególatra yo, debe ser, ¡quién lo habría dicho! (Y Ferdinand Bancuver Alter Ego, que ya dice tener “la extraña costumbre de imbuirse, aunque sea temporalmente, en los personajes de los relatos que lee...). Menos mal que los personajes con los que me identifico nunca son héroes sino más bien inútiles soñadores presas del insomnio (con y sin subtítulos). Así que cuando entre las páginas impresas encuentro tipos con los que comparto paranoias y obsesiones me siento a gusto. Estar entre extraños desde hace un tiempo me produce hastío. Pereza. Pero en muchos de los cien capítulos de esta novela puedo reconocerme y verme muerto de frío en cualquier lugar público por culpa de ese aire acondicionado con el que alguna secta universal pretende acabar con la raza humana. Tipo que de tanto ponerlo es capaz de “rayar” un cedé. Ser que ha acabado por comprender que “el poniente está para mirarlo, no para pensar lo que es”. Protagonista con el que coincido en mitos literarios y musicales (Cohen, Pessoa –¡¡“quien ama es diferente de quien es”!!-, poetas Hazversos como Rafael Soler o Elvira Daudet, Matisse, Siddartha…) con lo que me siento no ya como en casa sino en el Sancta Sanctórum de mí mismo. Ridículo compulsivo sereno (de los de chuzo) que soy, cerrador de puertas de armarios y habitaciones que nombra a sus amigos sin la menor liturgia, como Bancuver: Tomé Lasenda, Sepelio Scrotto, Fulgencio Baylón… Aunque luego sea incapaz de decir “no” a ninguno de ellos y esté dispuesto (Ferdinand) a torear en la Feria de San Isidro en las Ventas sustituyendo a un torero dipsómano. Iconoclasta hermano mío que también se detiene a admirar los extintores en los museos, que sabe que hay jueves que huelen a domingo y que “guarda cosas porque sabe que la vida está llena de símbolos y que hay que acompañarla de ellos…”.
En fin, disfruten de esta novela que es una tesela de apuntes del natural que, como con las erráticas pinceladas de una acuarela (que no se pueden corregir, a diferencia de las hechas con óleo), dibujan la vida de un personaje que gana nuestro cariño tal vez más que especular, pese a que desde los primeros párrafos David Gutiérrez nos obliga a preguntarnos si no será todo lo que leemos “mero” sueño y cuantos personajes salen (si no son sólo uno, como decíamos antes, ¿no somos todos un poco Gregorio Samsa…?”) apenas la precisa expresión de la inexistencia. Pero ya lo desvela el autor: “A veces solo durmiendo se sueña lo que se es. Se trata d sueños teñidos de realidad o la simple realidad desconectada…”.

2 comentarios:

Emilio Porta dijo...

Es un autor especial. Escritores hay muchos, autores, menos. Me ha encantado la reseña, Jaime. Y me encantan David y Ferdinand Bancuver. Me encantan las personas reales que son entes de ficción y los entes de ficción capaces de caminar por lo que otros llaman realidad. Y bueno, tú también eres un ente de ficción real así que... bienvenido al club. O, mejor dicho, espero que me dejeis pertenecer a él :-)

jaimexcritor dijo...

Gracias amigo, tú eres un heterodoxo de primera generación, lo sabes!! salud