Presentación del libro de poemas “… Y más allá de mi vida” (Ed. Cuadernos del Laberinto) de Jaime Alejandre, 24 mayo 2016.
… la poesía de amor sufre hoy un desprestigio,
ridículo a mi modo de ver. Sólo la tristeza parece poética en la posmodernidad.
Será cuestión de las sombras que produce la elevación a la categoría de Dios
Omnipotente del Relativismo cuya única fe verdadera es dudar de todo… Frente a
la iluminación que habita en el amor. Pero es normal que el amor no genere
tantas adhesiones como su especular y trágica imagen, el desamor, porque, como
recuerda Erich Fromm “las personas
capaces de amar en el sistema actual, constituyen por fuerza la excepción y
hacen que el amor sea inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad
occidental contemporánea”. Y eso que, sin embargo, “el amor es la única respuesta satisfactoria al problema de la
existencia humana”.
No obstante hay que reconocer que buena parte del desprestigio
de los poemas de amor se lo han ganado ellos mismos a pulso por sobredosis de
almíbar y empalago…
… hay quien dice que el amor es una enajenación mental
transitoria. Se equivoca. O se confunde con otra cosa. El amor verdadero
transforma la realidad con un efecto duradero, sereno y firme. Por eso he
elegido para invitar a la lectura del libro el anónimo adagio latino que dice: hieme et aestate, et prope et procul, usque
dum vivam et ultra (en invierno y en verano, de cerca y de lejos, mientras
viva y más allá de mi vida).
Así es, el amor auténtico transforma la realidad con un
efecto duradero. Si no fuera así no habríamos sabido de la pasión que unió a
Aurora y Titono, a Dido y Eneas, a Shakespeare o Cernuda con sus respectivos amores,
aunque fueran secretos.
Precisamente porque el amor verdadero, el que se erige
imbatible frente a las miserias de lo efímero,
es el de largo aliento. Ya lo dijo Benedetti, uno de los pocos que se
atrevió a publicar poesía amorosa:
“Después de todo qué
complicado es el amor breve
y en cambio qué
sencillo el largo amor
digamos que éste no
precisa barricadas
contra el tiempo ni
contra el destiempo
ni se enreda en
fervores a plazo fijo
el amor breve aún en
aquellos tramos
en que ignora su
proverbial urgencia
siempre guarda o esconde o disimula
semiadioses que
anuncian la invasión del olvido
en cambio el largo
amor no tiene cismas
ni soluciones de
continuidad
más bien continuidad
de soluciones…”.
Celebración
Hoy bendigo
tus
enfermedades.
Y las mías.
La vida, la vida
entera
es una gozosa
enfermedad.
Si no lo fuera, si
estuviera
encerrada en la
asepsia de un laboratorio,
sin contagios, sin
heridas,
siempre envuelta
en las estériles gasas
de lo inane;
si no se doliera a
cada paso,
pérdida, caída;
si no se reventara
con todo cuanto
encuentra
que la colma;
si no tropezara,
mirara para atrás,
y aún al contemplar
pedazos de sí rotos,
siguiera hacia
adelante
sabiendo que reír,
llorar
son una misma cosa, la
pasión;
si no encontrara,
extraviara,
hallara, abandonara;
si no sanara y se
rompiera…
la vida no sería
más que una imagen
muerta en la vitrina
de un museo
que nadie jamás
visitará.
Pero más importante aún que este primer poema anunciando un
libro de celebración serena de la gozosa realidad, no del quimérico sueño, está
la dedicatoria, que he puesto al final del libro mismo, a Marga, evidentemente
y por dos motivos concretos fundamentales, a Marga, salvífica y sanadora.
En efecto, a mí como a Fernando Pessoa me sucedía lo que él
escribió: “hace mucho vivo olvidado de
quien soy. Por un adormecimiento oblicuo, he sido otro. Sufrí un ligero
desvanecimiento en mi vida. Vuelo en mí sin memoria de lo que he sido. Existe
en mí una noción confusa, un esfuerzo fútil de una parte de la memoria por
querer encontrar la otra parte. Si he vivido me olvidé de saberlo…”
Pero tras el encuentro inesperado del amor cambió ese
desconocerme y recordé que también había dicho Pessoa que “para ser feliz es preciso saber que se es feliz”. En ese sentido
precisamente descubrí que este libro mío es esa conciencia ahora compartida con
todos de ser feliz.
Yo te busqué, te habría buscado
en cada una de mis
muchas
autodestrucciones, mis
miserias
sin esperanza alguna.
Y con descrédito.
Entonces comprendí: no
habías llegado
a nuestras vidas para
rehacerlas como suelen
aquellos que naufragan
pasados los cincuenta.
Tan sólo para serme a
mí llegaste,
para hacernos ya,
unánimes, comunes.
Así por ti acepto
la vida y mis errores
con la olímpica
naturalidad de los
domingos.
Así vivo una felicidad única e intensa en la actualidad, una
confianza a pecho descubierto en mí mismo y en quien amo, que permite dejar las
corazas, blindajes y armaduras para que se oxiden en ese desván al que uno jamás
regresará a por ellas. Por eso me siento alegremente desbordado. Porque el amor
auténtico tiene siempre algo de desmesura, de no guardarse nada, de no
escatimar lo más mínimo. El amor verdadero es más cigarra que hormiga, jamás
ahorra emociones, las consume con entusiasmo. Pero porque sabe que son
inagotables, renovables como el viento, el sol y las mareas.
Entraste al corazón sin la violencia
que roba; con
la paz que ofrece.
Deshiciste mi
cama de ataúd.
Cambiaste mis
sábanas mortaja,
húmedas sábanas
de las peores
lágrimas que
hay, las no lloradas.
Me cubriste
literal-
mente de risas
y de luz.
Me levanté, más
lázaro que cristo,
para andar tu
milagro, el sacrificio,
incruento, al
fin, de ser felices.
… en mi obra poética anterior transité los clásicos temas de
la lírica tradicional española: origen y destino, muerte y brevedad de la vida,
ironía y desengaño de la realidad, en definitiva el sentimiento trágico de la
existencia. Ello en un empeño por la obra total, que aspira a la trascendencia.
Pero ahora he querido entregarme a un libro que explora la simplicidad de una
emoción que merece ser celebrada. Aunque sólo sea para desmentir a Schopenhauer
que citaba a su vez a La Rochefoucauld diciendo que “con el amor apasionado sucede como con los espectros, que todo el
mundo habla de él y nadie lo ha visto”.
Yo lo he visto, lo veo cada día:
“Me muero de amor”, dicen,
los que sólo festejan
lo que duele.
De envidia, o de ganas,
por ir o por volver,
se mueren. También por
ignorar
la felicidad de
aquellos que se cruzan.
Yo me vivo
de amor por ti, me
vivo
de vivirme y que mi
cuerpo
sea vuelo con el tuyo.
Muéranse de lo que
quieran los que quieran
sin quererse, ni saber
ser luz o aire,
dulzura inalcanzable.
Yo me vivo
de amor por ti y a ti
te entrego
el don del que
invirtió
sus jornadas, su
camino
en la empresa de
crecer
porque la luz del
mediodía
oculta las sombras
siempre bajo
el mismo ser que las
proyecta.
Tú mi anticiclón
de las Azores, toda
sol
trópico me vuelves,
agreste floración de
los milagros.
Y porque lo he visto y lo veo, habito una iluminación que
desoye con tenacidad los ecos de la tristeza:
Hay quienes tachan días
con cruces en los
calendarios.
Y no es casual que
sean cruces.
Y sienten que
perdiendo se liberan.
Porque para ellos es
un día menos,
aunque no saben para
qué.
Yo, que te amo, no
tacho
los días, los
construyo, y marco
con un círculo de luz
el que ha pasado, para
verlo
bien de lejos, como un
faro.
Como un faro donde yo
nos reconozca
y sepa a dónde
bracear.
Hay quienes borran días y “uno menos”
se dicen neciamente,
ufanos
de su hallazgo ruin de
la tristeza.
Yo los marco con
colores y “otro más”
me digo con soberbia
de proscrito
al que el muro de la
cárcel jamás puede
arrebatar la libertad
de un alma indomeñable.
Hay quienes arrancan
las páginas del
calendario y las arrojan
al fuego que desbarata
lo vivido
para que no siga
haciendo daño
la nada que en la nada
contenían.
Yo guardo cada hoja,
cada pliego
con la unción del
porvenir
como el constructor de
la escalera sabe
que no existe la
escalera sin peldaños.
Hay quien dice que sus días son ceniza
y se sienten aliviados
cuando sopla
el viento final de sus
deseos
llevándose en el aire
cuanto hubo.
Yo mezclo con sudor esas
pavesas.
Amalgama son entonces
del compacto,
del sólido edificio de
una vida
que nunca se acaba y
persevera.
Sí. Hay quienes tachan, arrancan,
queman, borran, se
desviven.
Pero yo me construyo.
Y permanezco.
Pero hay que recordar que el amor no es algo que se siente y
nada más, sino algo que se trabaja. La pasión efímera, la que dura un solo día,
esa se cuida (y descuida) por sí misma y se agota y extingue también en sí
misma. Pero el amor de largo recorrido, cuando se encuentra con tristezas
amenazantes, con desconfianzas y malentendidos, entonces, si es amor sereno, se
pone a trabajar. El amor no se corresponde con lo automático e irreflexivo (por
impulsivamente apasionado que sea) sino precisamente con lo volitivo. La
voluntad de amar.
Te vi quemar las naves del pasado
y proponerme
descubrir para
nosotros
un océano pacífico tan
ancho
como es todo el
porvenir,
que inunda de color
tus decisiones.
Te vi quemar las
naves, proponerme
descubrir que somos
nuestros,
darnos cobijo, darnos
sombra,
darnos nombre y
alcanzarnos.
Sea la paz, la hemos
ganado.
Ancha, inabarcable es
la felicidad
la unción de quienes
somos.
Dice Erich Fromm: el amor infantil sigue el principio “amo
porque me aman”; el amor maduro obedece al principio “me aman porque amo”; el
amor inmaduro dice “te amo porque te necesito”; el amor maduro dice “te
necesito porque te amo”.
De este concepto de amor es del que habla mi libro, porque el
amor verdadero, a ciertas edades, no sólo nos emociona sino que nos salva y nos
sana. Este libro recoge mi experiencia personal sanadora y salvífica, profunda
como una sonda oceánica, en esta ocasión el amor de largo aliento y enfebrecida
serenidad, único antídoto contra las miserias del paso del tiempo.
El año que dejé de tener edad
fue el que llegaste a
mí y desbarataste
el paso insidioso de
las horas.
De tal amor llenaste
el tiempo
que no pudo avanzar y
se detuvo.
Demasiada la carga,
tanto el peso
que no tuvo fuerzas
más para marcar
las horas, la ceniza,
su trascurso.
El día que muramos aún
tendremos
la edad que detuvimos
al besarnos.
Pero todo ello, insisto, celebrando un amor real, tangible,
expuesto a los avatares de la intemperie. Así, cuando llegan los días
complicados, trágicos a veces, los días de los desencuentros, algunos piensan
que lo principal es “recuperar” a la persona amada, volver a enamorarla, pero
eso jamás se consigue sin que precisamente se recupere uno antes así mismo, se
enamore uno a sí mismo. Porque amar es asumir, no “aceptar”; amar no es
“tolerar” sino incorporar; amar no es transigir sino celebrar la diversidad de
quien amamos:
Sabes a tabaco y a café,
y a lo prohibido
conquistado
por hombres que altos
se rebelan
contra dioses que
inventan infortunios.
Sabes al silencio de
los montes
y al regalo de los
árboles meciendo
la sombra que te
aguarda con su sed
olvidada ya, que todo
es agua.
Sabes a la luz que
desbarata
y al porvenir tan
promisorio
que va envuelto en
horas y paisajes
dispuestos al azar, y
no al olvido.
Sabes a ti, y a mí tú
sabes,
que es uno el cuerpo,
una la vida,
alcanzada al fin la
plenitud
de ti, de mí, que
prevalece.
Lo dicho, siendo como soy yo, siempre descomedido, este amor
que aquí pongo en palabras, tiene un mucho de desmesura, de no guardarse nada:
Hoy, que no te he visto,
cojo este domingo
con todos sus alardes,
sus muchachos
corriendo en los jardines,
sus maridos en
limpieza general,
sus novios yendo al
cine,
sus estadios y
forofos;
con todos sus helados,
sus barcas, sus
estanques,
sus manteles de
cuadros y hamburguesas,
sus cometas, sus
promesas y sus misas;
y hoy, hoy que no te
he visto,
cojo este domingo,
lo envuelvo en un
vulgar papel de estraza
y hasta le pongo un
cordelito,
me voy con él a un
cementerio,
que es cosa, también,
de los domingos,
y lo entierro junto al
prescindible
almanaque de los días
que yo no estoy
contigo.
En fin, el amor es uno de los pocos acontecimientos
esenciales de nuestras vidas de los que nos “acuñan”. Como si fuéramos monedas.
O sea, nos hacen reconocibles por la efigie del anverso; y a la vez nos
confieren un valor pecuniario en nuestro reverso. Por eso….
El día que detuve el tiempo.
El día que detuve el
tiempo
no hubo noticias que
anunciaran
al mundo lo ocurrido.
Y fue mi mano,
hoja de arce caída
sobre tu sexo,
quien lo detuvo. El
tiempo.
Si al tiempo lo
hubieran detenido
otro Holocausto, una y
mil guerras,
la hambruna que no
cesa,
un mundial de fútbol o
la crisis,
las corrupciones de
los avariciosos.
ellos, sus miserias,
entonces todos los
periódicos,
las televisiones todas
de este mundo
lo habrían proclamado
en las portadas.
Pero como al tiempo lo
detuvo
mi lengua en tu boca,
mis ojos
en tu espalda, mi
vientre contra el tuyo,
entonces el mundo,
unánime y herido,
miró hacia otro lado y
se hizo el loco.
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