Un karma, incomprensible para mí, se ha instalado en el
mundo del cine y de las series… un karma contra Netflix, considerado como el magíster
lucifer del pensamiento único que ya sin paliativos va a conquistarnos. Gran
parte con quienes hablo se echan a temblar augurando un mundo donde los “contenidos”
audiovisuales estarán dominados por los pérfidos netflixadores y acabará la
heterodoxia intelectual. (Curiosamente estos que hablan no se espantan de igual
manera por HBO o Amazon Prime, o… Misterios).
Para pensamiento único del de verdad de toda la vida ya tenemos
decenas de años de la dictadura hollywoodiense del happy end, la dialéctica de
la venganza en superhéroes y meros mortales, y el sacrosanto modelo de familia cristiana
del pleistoceno.
Sin embargo, muchas series y películas que hoy por fin se
producen y a las que tenemos acceso (por el precio de dos paquetes de tabaco)
incluyen narrativas de la diversidad humana en un amplísimo sentido. En la
oferta convive la posibilidad de optar por series trasgresoras o puras comedias,
películas románticas o documentales sobre el heroísmo en las guerras del siglo
XX.

¿De verdad creemos que una serie tan extraordinaria como “After
life” (gracias Iñigo Pereyra Urdíroz por el soplo. No os la perdáis, amigos)
habría visto la luz en los canales tradicionales?
Bienvenida sea la oferta cultural que hoy se ha ampliado
considerablemente y que permite elegir (o rechazar) con mayor libertad. De un
modo más ancho y profundo que el de gran parte de la industria cinematográfica
norteamericana. Industria que también producía rarezas, no lo dudo, pero en menor
medida y a menudo solo visibles en festivales.
En fin, tal vez me equivoque. Eso ni siquiera sería lo peor. Ya lo
dijo Gregorio Marañón: “El hombre que no duda es un peligro para los demás”.
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