Acierta una vez más el bueno de don Enrique Gracia Trinidad
pero es algo de lo que hemos escrito tanto y tantos ya, del
muladar de los premios literarios en España, que ya tal vez convendría dirigir
nuestros ánimos hacia otras inquietudes también relacionadas con el tema.
Porque puede que siempre haya sido así, que en el siglo XIX
los folletineros vendieran más obras que los Galdós o Clarín. Pero me temo que
la dimensión de lo que hoy ocurre supera todo lo pasado y todo lo imaginable.
Señal de que con la literatura no sucede sino otra vertiente más de la
decadencia integral de los tiempos en que vivimos: medran los peores, triunfan
los papanatas, obtienen transitoria fama y notoriedad los corruptos. En todos
los órdenes de la vida en sociedad: escritores, políticos, empresarios,
servidores públicos, artistas…
Me sorprenden entonces en el artículo reseñado de El País,
escrito por Peio H. Riaño, varias cosas.
La primera es precisamente que se publique en ese periódico,
boletín oficial de una editorial concreta, entre cuyas páginas de crítica
literaria solo una vez al año, como quien dice, dejan colarse comentarios de
libros “ajenos”, aunque siempre menores e inaccesibles, como para lavar su
conciencia, algo que ni Ajax pino con cloroxilenol conseguiría.
Mi segundo asombro radica en esta frase: “Este modelo de
negocio del libro está anclado desde los años cincuenta, cuando la curiosidad y
el consumo cultural fueron arrasados por la dictadura. Setenta años después, el
mercado editorial no sabe andar sin estas muletas”. Tela marinera. Y mira que
yo soy de los que denuncio las largas repercusiones de la dictadura sobre
nuestros aciagos días contemporáneos. Que los grandes prebostes de las -más
grandes aún- empresas de todo tipo y ralea, a poco que escarbes, descubres que
son hijos o nietos de ministros de Franco. Pero echar la culpa de la atonía y
anomia literaria a la dictadura (en la que también ganaban premios y publicaban
poetas como Blas de Otero, Goytisolo, junto a penosos Pemanes, cierto, pero no espantajos
Cabalieres). Eso de echarle la culpa a la dictadura, ya es rizar el rizo y
desenfocar de que el verdadero monstruo fagocitador de los buenos escritores actuales
no es otro que el capitalismo salvaje. O sea, más ajustada a la verdad es la confesión
de esos otros editores y libreras que en el artículo señalan que “es el mercado”.
Pero no un mercado ajustado y necesario, fenicio él, que pone al servicio de
unos las obras de otros, sino este mercado especulativo neoliberal del siglo
XXI cuyos hilos los mueven tipos que no han leído en su vida más que las cifras
(no escribo guarismos, que se me pierden) de los billetes y cuyo único objetivo
no es el cuento sino la cuenta de resultados. En el mundo literario en
concreto, hace ya más de treinta años que en la “grandes” editoriales
desembarcaron tipos ágrafos pero acorazados con sus MBA, sus dobles grados y
sus conocimientos de mercadotecnia, dispuestos a salvar a los sellos quitándoselos
de las manos a los anteriores dueños y gestores, gentes ignorantes que solo
habían leído libros en su vida, no balances contables, y entonces cometían
dislates del tamaño de publicar a Rafael Soler en vez de a Pérez Reverte.
Tercer asombro, el desparpajo con el que se cita a Belén
Bermejo. La muerte es cosa triste y más si sucede a una persona demasiado joven
para el encuentro con la Parca, pero atravesar la laguna Estigia no lava los
pecados, porque se hace en barca y no a nado. Pecado es que la citada editora “Bermejo
había dedicado mucho tiempo y esfuerzo a conseguir un manuscrito de quien nunca
había publicado nada”. Así, sin gastar papel en sus idioteces, debería haber
quedado el tema del presunto escribano Rafael Cabaliere, arquetipo de
mediocridad intelectual ante quien Paolo Coelho merecería el Olimpo, que no la
Olympus en la que algunos empezamos a escribir hace décadas. Pero lo hicimos no
sin antes haber leído centenares de libros para, al fin, saber distinguir de
nuestro propio presuponible “talento”
lo que apenas eran lugares tan comunes que daban vergüenza y asco.
¿Que quieren publicar a autores que “tiritan de inédito”,
que diría el maestro Pérez Estrada? Perdón por la autocita, pero que hagan como
el menda lerenda en su colección Hazversidades Poéticas y apuesten por un
Rafael Borge, un Maxi Rey, un Simón Arriaga… No tendrán hoy miles de seguidores
abúlicos en las redes, pero serán los poetas leídos dentro de cien años.
Mi cuarta y principal reflexión en este comentario mío: “Ana
Rosa Semprún, tomó la palabra para aclarar a los cuatro miembros el objetivo:
vender muchos libros. Y solo su candidato lo podía lograr porque, según apuntó,
tenía cientos de miles de seguidores en las redes sociales”… He aquí el meollo
de la cuestión. Aunque ya señalaba al principio que puede que este fenómeno no
sea para nada nuevo, que los más vulgares escritores en todos los tiempos hayan
“vendido” siempre más que los autores de verdad, los indagadores de la palabra,
los innovadores del arte. Pero me temo que en este renqueante y disparatado
nuevo Milenio, la magnitud del desastre es inconmensurable. Si un inválido del
conocimiento y de la emoción como el tal Cabaliere tiene cientos de miles de
seguidores es que la debilidad del espíritu ha infectado a la gran mayoría de
humanos, en una pandemia que deja en broma de mal gusto a la del Covid. Si
miles de elementos prefieren “versos” como estos:
“No te apresures
las cosas llevan su tiempo,
no todo es ahora o nunca.
Hay que saber esperar,
dejar a la vida hacer lo suyo” (R. Cabaliere),
a estos:
TIEMPO ESCUÁLIDO
“Con la mirada fija en la ventana
de un país mordido por la niebla,
en el que nunca estuve y terco me vomita.
Tiempo escuálido, de vejez y ceguera,
descerrajado sobre mí cerebro
como la maldición de un dios desmesurado.
Despedidos los últimos invitados
y de nuevo restaurado el silencio,
vuelvo al plato del día del dolor
como única comida.
Ejercicio diario del caníbal
que espera desnudarse
de la última máscara
y anidar en la piedra
para el sueño postrero” (Elvira Daudet)
es inequívoca señal de que la Decadencia del Imperio Romano
es filfa comparada con el detrito en el que habitamos.
Vivimos tiempos en que todo es espectáculo impostado
protagonizado por infames personajes que más recuerdan a ciertos pasajes de la
Roma caligúlica que a otra cosa. Así es la vida.
Cuando alguien tiene que robar 20.000 euros y la notoriedad
de un premio literario para “desmentir que sea un robot” queda todo dicho de la
altura de su obra.
© fotografía
Rafael Cabaliere
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