Querido Magíster EGT:
A veces ni eso. Porque por supuesto quienes no tienen
talento, ni siquiera ingenio, apenas son capaces de hilar frases infantiles y
prescindibles.
Y bien está que cada uno haga la poesía (o sucedáneo) que
quiera. Lo que ya me parece que no es de recibo es la arrogancia con la que
muchos de estos “no tan jóvenes poetas” vienen a arrojarnos a la cara los
inanes guantes de sus versos creyéndose que han sido los primeros y únicos en
sus simples ocurrencias. Lo que deja claro cual patena que escribir escribirán
pero que leer, lo que se dice leer tienen una gran carencia. Si hubieran leído un
poco sabrían que de originalidad la justa y entonces tal vez refrenarían sus
impulsos catecuménicos, por llamarlos así.
Y no se trata de que porque ya cientos de poetas antes hayan escrito haikus, por ejemplo, o sonetos, uno no vaya a abordarlos. Bien
está que los escritores nos repitamos en temas universales. Cada época requiere
su lenguaje, aunque la reflexión luego sea la misma (el amor, la soledad, el abismo ante la muerte...). Pero al escribir hay que
hacerlo con un mínimo de conocimiento y de humildad. Diría. Que es yelo
abrasador ya lo dijo Quevedo. La rueda, el ajo y las cerillas se inventaron
hace mucho. Ir de Supremo Hacedor y querer patentarlas es cosa que debe causar risa. Y llanto.
Y si entramos en lo de las performances versus los recitales aburridos, ahí que cada cual aguante su vela. No recuerdo un sólo recital de EGT en el que no haya aprendido muchas cosas y haya dejado de reírme y disfrutar. Simple que soy, tal vez. Y resulta que a mí los que intentan epatar a los burgueses con lugares comunes y ensayadas salidas de pata de banco, que me dejan frío... ¡Cómo soy!
En todo caso ya sabes que en los prólogos y epílogos que
firmaba de mis antologías anuales de Poetas Hazversos abordé en varias
ocasiones el fenómeno del llamado pensamiento débil, pensamiento que impera en
nuestra sociedad. Vayan aquí entonces también unos párrafos de la antología de 2011 de
Poetas Hazversos que vienen al caso en mi alineación contigo, vayas donde vayas... ya sabes "hieme et
aestate, et prope et procul, usque dum vivam et ultra" (en invierno y en verano,
de cerca y de lejos, mientras viva y más allá de mi vida):
“… Es así, el bestsellerismo aplicado a la poesía, basado en
el predominante pensamiento débil, en el retrógrado conservadurismo que se va
imponiendo. Por lo que, buscando la complacencia, se dan a luz poemas-bebé
nacidos muertos en ese conservadurismo tradicionalista formal y moral pero
encima insultando la inteligencia de algunos enmascarando sus poéticas en las
nieblas de un fingido arriesgado “atrevimiento”.
Pero no nos engañemos, tampoco el mero artificio formal,
sonoro, sin un por qué merece la consideración de obra eterna del hombre (y eso
que tal “por qué” bien puede ser la belleza sin otra explicación, que conste).
El virtuosismo (que nada tiene que ver con el talento) jamás ha sido arte
verdadero porque adolece de la esencia misma de la obra artística: la creación.
Es solo recreación, que no es lo mismo. Es más, es justo lo contrario.
Virtuosos aquellos que hacen catedrales góticas con palillos, o interpretan a
Rachmaninov batiendo récors de velocidad, o pintan la Gran Vía como si fuera
una fotografía, pero no aportan un gramo siquiera de entendimiento de la
existencia.

Por eso, cuando alguna pseudopoeta (S.C.) simula un titánico
esfuerzo para escribirnos como poema completo
“Escuché mi violín / y vinieron las aves” o este otro
“Cuanto más feliz soy / menos me comprenden”,
a menudo está simplemente estafando. Me temo que su oscuro y escondido deseo
sería ser capaz de decir lo que Eugénio de Andrade:
“Ningún pájaro / permite a la muerte dominar / el azul de su canto”
o
“Conténtate con ser, hoy / mañana /
otro día, esta luz breve”. Pero tales versos se encuentran fuera del
alcance del poeta-fraude pues el talento no es un don que a todos corresponda.
También alguien (L.B.) publicó un “poema” titulado Volver: “Añoro mi casa, familia y Marilú; / añoro el cielo madrileño, / los
pasillos estrechos, / las amistades buenas / que tus penas se llevan. / Volver
al lugar donde nací, / mi ciudad natal, / me haría feliz”. Estos
hemistiquios tienen de poesía lo mismo que una de las Páginas Amarillas.
Consuele sólo saber que su autora tenía nueve o diez años cuando perpetró el
texto, estas palabras innecesarias sin las cuales la tierra no sólo puede vivir
sin inmutarse sino que habría agradecido no haber tenido q
ue contribuir a su
deforestación para imprimirlas. Pero lo verdaderamente malo es que versos sin
poesía como ésos los escriben otros a quienes la edad no puede redimir. Y nos
encontramos la ralea de estos supuestos poemas publicados por escritores hechos
y, sobre todo, derechos, o sea, profundamente conservadores, aunque
públicamente –la imagen lo es todo- apoyen políticas zurdas.
También están los que quieren confundir poesías con
epigramática, si es que a epigramas llegan su frases inconclusas y
prescindibles: “Sólo acepto las
estaciones / en mi cabeza hay estaciones” (P. H. C.). Punto final, como lo
leen. Por no citar a los vaguetes componedores de falsos haikus que sonrojarían
a la propia bandera del Japón: “Entre un
hombre y otro / cruzas en autobús los campos / que cambian de color.” (N. F.).
Hombre, tanta alforja para tan ridículo periplo causa casi sobresalto. Para
hacer una metáfora hay que tener algo más en las manos que el bolígrafo, hay
que ser un Tomas Tranströmer capaz de expresar la ligereza de la luz de la
nieve con este hallazgo: “Un kilo pesaba
apenas setecientos gramos”.

Ante tan amarga crítica como la mía, recapacito sobre mí
mismo un segundo apenas y recuerdo a Enodio, que dijo:
“está en la naturaleza de los más malvados pensar de los demás el mal
que ellos mismos merecen; y éste es todo el consuelo que tienen los culpables:
no encontrar a ningún inocente...”.
Pero al rato me rehago de las cenizas de mi propia duda e
insisto en la reivindicación de los olvidados, de los Hazversos Poetas. Y para
ello propongo probar el sonrojo que ha de causar poner al lado de aquellos
prescindibles versos otros que sí son esenciales y necesarios, deber y
salvación de los amantes de la poesía, versos absolutorios como estos de Julio
Castelló (“La letra pequeña”, Ed. del
Flexo Rojo, 2008):
“mi alma
como la de un revólver
esconde
el silencio previo de
la muerte”
“aprendí a fingir que
estaba vivo
sin demasiado esfuerzo
moví con precisión mi
peso y mi silencio
parpadeé de cuando en
cuando
acaricié la luz
para sentir su frío
y prescindí del ruido
detenido de la sangre
no fuera a despertar
y fuera
una vez más
tarde”
En fin, vivimos horas de banalidad, de pretensión, de
ensalzamiento de la contracultura del esfuerzo. O sea, la del facilismo. Poco
puede esperarse de unas sociedades que aceptan como algo necesario para
satisfacer el hastío existencial haber trasvasado a la creación artística el
principio capitalista del “usar y tirar”, todo movido por la urgencia propia
del mercadeo: consumir, consumir, consumir. Mercadeo al que se han plegado no
sólo los lectores sino los propios escritores, los críticos, los cátedros”… (Jaime
Alejandre, Crisol 2011 de Poetas Hazversos, Ed. Cuadernos del Laberinto).
Sea.